Hace dos semanas, cuando Evo Morales acababa de renunciar a la presidencia y la oposición celebraba su caída con la biblia en la mano, María Galindo (La Paz, 1964) convocó a mujeres de todo Bolivia a pensar una salida a la crisis política. En un país donde la movilización feminista es anémica, la activista sentó a unas 200 mujeres a debatir una tercera vía entre dos posiciones irreconciliables: quienes claman al ahora expresidente como único líder posible y la derecha conservadora que hoy ejerce el poder. “Frente a una pelea de bandos, macabra y patriarcal, era necesario que las mujeres materialicemos nuestra voz”, dice en conversación con este diario. La conclusión a la que llegaron después de los primeros encuentros era que debían promover la agenda progresista, pese al ascenso momentáneo de la derecha. “Tenemos un Estado laico, plurinacional y con representación indígena que no podemos perder, porque viene de una lucha muy larga de varios sectores. Evo Morales no es el dueño de las luchas sociales”.

Galindo es una de las fundadoras de Mujeres Creando, una agrupación feminista nacida a principios de los noventa entre el anarquismo, el antirracismo y el arte callejero. Ante la crisis desatada en Bolivia, la activista juzga duramente a los dos bandos en que se ha dividido el país. “Pasamos de un gobierno neoliberal a otro neoliberal y fascista”, comenta desde Ciudad de Mexico, donde se encuentra para participar de un ciclo de conferencias de la Universidad Nacional Autónoma. “Debemos tener una postura crítica respecto de la actitud beligerante de Evo Morales”, resalta ante los llamados del líder indígena a sus seguidores para mantener las protestas callejeras. “Y otra muy crítica con la derecha, que ahora suma componentes racistas y clasistas”, agrega sobre el gobierno interino liderado por Jeanine Añez. “Ninguno de los dos tiene la solución. Estamos en medio de un proceso de fascistización en el que no valen la palabra ni la lucha, sino el bando”.

Con la fiereza que la caracteriza afirma que en Bolivia “hubo un golpe de Estado”. Pero aclara que hay otro lado en esa historia que empezó con la manipulación de las instituciones. “Esto comenzó como un conflicto político nacido del malestar social frente al manejo irregular del Tribunal Supremo Electoral, del poder judicial y el uso descarado de los bienes públicos”. La activista sostiene que Evo Morales tuvo muchas oportunidades —antes de que el Ejército le sugiriera renunciar— de sentarse a negociar con la oposición y parte de la población que tomó las calles. En lugar de eso, “reaccionó con prepotencia y desprecio”. “Hizo un uso maniqueo de la relación entre la población urbana y las poblaciones rurales, avivando el enfrentamiento. Ese fue un error muy grave”, zanja. Galindo le reclama al exmandatario una autocrítica: “Al hombre le preocupa más el relato del desenlace que pensar en lo que hizo mal”.

Después de las elecciones del 20 de octubre, la activista se acercó a movilizaciones de la oposición a cuestionarles “qué pasaría después de sacar a Evo Morales a cualquier costo”. Fue expulsada de allí, cuenta, por “ir a incomodar, no a conciliar”. Para ella, el expresidente no se diferencia tanto de Luis Fernando Camacho, un líder empresarial y ultracatólico del oriente del país, que se apoderó de las protestas y hoy es candidato a presidente. “Son equivalentes antagónicos. Ambos asumen el papel del caudillo delirante y machote que está convencido de que son el principio de la verdad, la ley y el bienestar”.

Uno de los argumentos del que se agarran los defensores de Morales son los logros económicos y sociales alcanzados en los 14 años de presidencia. Pero hay tres situaciones claves, señala, que desarman la figura del exitoso líder político y lo acercan al caudillo que ella describe. La primera es la reforma constitucional de 2007, que resultó en la nacionalización de los hidrocarburos. “Una nacionalización timorata que terminó siendo una renegociación de contratos que permitió a Bolivia grandes ingresos”, describe. Ese mismo líder político, sin embargo, también “sometió a los movimientos sociales a su partido y traicionó a los pueblos indígenas mediante la cooptación de sus dirigentes”.

La segunda situación fue la negociación con los sectores empresariales de Santa Cruz, un bastión opositor al oriente del país, tras la crisis política desatada en 2008, que terminó en un referéndum de autonomía regional. “Evo se sentó con el oriente terrateniente, sojero y ganadero para darles libertades siempre y cuando no se metieran en política”. En ese momento, asegura, Morales vivió “un proceso de derechización”, al quitar las trabas a la exportación ganadera y aceptar el uso de transgénicos en la agricultura.

El tercer momento, “el peor”, fue durante la represión policial en 2011 de una movilización indígena que marchó contra Morales para protestar contra la construcción de una carretera que atravesaría una reserva natural protegida. “Ese fue el más retórico y prepotente. Es el que cierra su círculo de poder. Nada se podía discutir si no era a través del partido”, sentencia.