Boris Tadic, en CentroCentro (Madrid), el pasado octubre. JAIME VILLANUEVA

Cuando Boris Tadic (Sarajevo, 61 años) presidía Serbia, entre 2004 y 2012, pasaron muchas cosas cuyos ecos resuenan hoy en los Balcanes. Montenegro puso fin a su unión con Serbia, Kosovo declaró unilateralmente su independencia y Belgrado se convirtió en candidato a ingresar en la UE tras arrestar a responsables de la agresión en Bosnia y Croacia como Radovan Karadzic, Goran Hadzic y Ratko Mladic. Hoy, Montenegro está en la OTAN después de un fallido intento de golpe de Estado prorruso, Kosovo está reconocido por un centenar de países, el horizonte comunitario está lleno de nubarrones y Karadzic y Mladic cumplen cadena perpetua por el genocidio de Srebrenica.

Psicólogo social de formación y afable en las distancias cortas, Tadic ha vuelto a enfundarse el traje de opositor que vistió en el pasado: primero contra las autoridades yugoslavas, en una organización disidente universitaria; y más tarde contra Slobodan Milosevic, caído en 2000. Su diana ahora es el presidente Aleksandar Vucic y apoya, aunque con dudas (“estoy 51% a favor, 49% en contra”), el boicot a las elecciones que celebra su país en unos meses. También le preocupa el reciente portazo comunitario a Macedonia del Norte y Albania. “Si la UE no está en los Balcanes, lo harán Rusia, Turquía y China”, advierte con tono serio en una entrevista con EL PAÍS durante su paso el mes pasado por Madrid —ciudad de la que tiene las Llaves de Oro— con motivo del diálogo de políticas anual del Club de Madrid, organización integrada por más de 100 exjefes de Estado y de Gobierno a la que pertenece.

“En la UE existe la filosofía de que no es posible afrontar la ampliación hasta que no se defina la estrategia…. ¡pero hace 10 años que los líderes de la UE no definen la estrategia! ¿Cuál puede ser el resultado? Influencia rusa; turca, muy importante ahora mismo, y china, que es cada día mayor. China está invirtiendo [en los Balcanes] más que la UE. Cuando era estudiante, en la entonces Yugoslavia, soñábamos con la democracia, con la UE… Me temo que ese sueño esté desapareciendo”, asegura.

A lo largo de la entrevista, Tadic repite una idea: que Serbia es tratada por algunas capitales europeas como “un país de un solo tema”, Kosovo. Es decir, que ponen todo el foco en que Belgrado alcance un acuerdo con su exprovincia (con la perspectiva de la adhesión a la UE como zanahoria) y pasan por alto la calidad de las libertades. “La situación democrática de Serbia es simplemente un desastre. Algunos líderes europeos han permitido a los líderes actuales desmantelar todas las instituciones democráticas. Y si no hay democracia en Serbia, es un problema para toda la región, porque tiene frontera con el resto de países de la zona y hay serbios en otros países de la región. No puedo entender ese enfoque hacia mi país”.

Cuando Kosovo declaró la independencia, en 2008, Tadic fue tajante: “Serbia jamás la reconocerá”. Once años más tarde y con el Estado de Kosovo bendecido por un centenar de países, el expresidente se reafirma y cree aún posible negociar una mayor autonomía, sin soberanía plena. “No propuse el reconocimiento de la independencia de Kosovo, sino que las autoridades de Kosovo se considerasen como independientes. Creo que podemos negociar desde ahí, aunque el punto de partida negociador no es mejor que el que había hasta 2012”.

El contexto es delicado. Las relaciones bilaterales son tensas y Kosovo mantiene aranceles del 100% a los productos serbios y acaba de apostar en las urnas por un recambio generacional que lleva las ya maltrechas negociaciones a terra incognita. Pristina será el primer destino de Josep Borrell cuando asuma la jefatura de la diplomacia europea, según anunció el mes pasado el ministro de Exteriores en funciones de España.

Tadic ve positiva la decisión de Borrell, pero habla de Kosovo con cierta fatiga y frustración. Parece sentirse una especie de Casandra que se desgañitó —sin éxito— para convencer a los países occidentales de que, si reconocían a Kosovo, abrían la puerta a que otras regiones europeas anunciasen unilateralmente su secesión. El tiempo, insiste, le ha dado la razón. “Mis amigos de las democracias occidentales no podían entender el tema de Kosovo. Ignoraron el potencial de generar un efecto dominó. Les pedí que fueran muy serios con ese tema. Siempre lo ignoraron. Seguían la agenda de la independencia de Kosovo, estricta y muy rígidamente, pero cuando se despertaron con el asunto de Crimea [península ucrania anexionada por Rusia en 2014], de Osetia del Sur y de Abjazia [regiones secesionistas de Georgia], fue algo así como una conmoción”. Un “efecto dominó” en el que Tadic incluye a Cataluña, a Escocia y a “cualquier zona sensible en el mundo” de las que “Europa está llena”. “Todavía hoy dicen en los foros internacionales: ‘Kosovo es un caso distinto’. ¡Todo caso es distinto! Es bastante obvio, y todos esos casos están conectados. Eso es lo que provoca un efecto dominó. No hace falta ser un genio para entenderlo”.

Poder absolutista
El expresidente centra ahora sus esfuerzos en la caída del presidente de su país. Serbia vive desde el pasado diciembre el mayor movimiento de protesta desde el levantamiento que acabó con Milosevic. Las manifestaciones semanales han ido perdiendo fuerza, pero la gran mayoría de la oposición ha decidido boicotear los comicios, que se celebrarán el próximo marzo o abril, según ha confirmado recientemente el propio Vucic, presidente desde 2017 y antes, primer ministro. “Tras siete años de desmantelamiento de la democracia en Serbia, el único camino es apelar a algunas fuerzas democráticas que tomen en consideración la realidad que vivimos, con un poder absolutista. No digo dictador, pero sí populista, demagogo y absolutista. Estamos bajo fake news 24 horas al día. Y en esa situación la gente no puede decidir. Al mismo tiempo, si no participamos van a tener aún más diputados. Pero si legitimamos el proceso, es aún más problemático. Es —reconoce— un dilema”.

MÁS ARMAS, MENOS RECONCILIACIÓN

Como presidente, Tadic recurrió a los gestos de alto contenido simbólico para tratar de cerrar las heridas de las guerras de los noventa en los Balcanes: se disculpó en nombre de su país ante Bosnia y Croacia y visitó en cada uno de ellos los principales símbolos de la agresión serbia: Srebrenica y Vukovar. “Fue un periodo de políticas nacionalistas en los Balcanes. Desafortunadamente, esas ideologías están volviendo”, lamenta hoy.

“Reconciliación significa decir ‘lo siento’ y, a la vez, mostrar respeto a otra entidad e identidad. Eso es lo que necesitamos. Los actuales liderazgos en Serbia, Bosnia, Croacia… son totalmente diferentes. Están más enfocados en comprar armas que en la reconciliación”.