EN LA PISCINA. Florián se inició en el deporte dentro de la alberca. Se quedó con las ganas de ir a los juegos de Río 2016. Fotos: Cortesía Juan José Florián

CIUDAD DE MÉXICO.- A Juan José Florián (Juanjo) se le da la charla fácil, franca. Exsoldado colombiano y hoy ciclista paralímpico, contesta el teléfono y narra su incursión a la milicia, su lucha contra las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), la explosión que le arrebató sus extremidades y un ojo. También platica su sueño de competir en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020 como un auténtico escarabajo. Un ciclista que se las ingenia para acelerar a más de 50 kilómetros por hora.

Yo nací en el departamento de Antioquia y crecí en una finca llamada Meta. Me crié en el campo con vacas y viví el conflicto colombiano contra las FARC. Ellos ponían las leyes y normas y cobraban impuestos a los dueños de las fincas. Cuando llegó el ejército todo cambió. Jugábamos en los potreros, pero a las seis de la tarde teníamos que encerrarnos. Todo cambió con los soldados que nos recibían con dulces.

Cuando cumplí los 18 años hice mi servicio militar durante 22 meses (2002) y después seguí como soldado durante siete años. Enfrenté a la guerrilla en el sur del país, demasiado narcotráfico. Mucha presencia de los señores de las FARC, combates a diario. Mucha influencia del narcotráfico, con campos minados.

En 2011 los señores de las FARC pusieron un explosivo en el patio de la casa de mi mamá, porque la señora no pagaba la extorsión. Llegué curioso, tomé la bolsa y explotó. ¡Pum! Desaparecieron mis brazos, mi pierna derecha y la visión del ojo derecho. Duré 12 días en coma. Hospitalizado, cinco meses. Luego me trajeron a rehabilitación a Bogotá, con sicólogos y siquiatras. Me tuvieron todo el tiempo medicado.

Yo quería morir. Fue un golpe muy duro. No entendía quién había tomado la decisión de salvarme. Ya no tenía sentido la vida sin manos y sin una pierna. Me mantenían dopado. Después, crisis de dolor y tristeza. Reclamarle a Dios.

En el batallón me reunieron con más soldados amputados y eso me tranquilizó un poco. Unos 300 lesionados. Entre todos se apoyaban y se ponían apodos. Un día fui por unos medicamentos y un grupo de soldados mochos (así se llamaba el batallón) me bautizaron como ‘elcuartodepollo’. Los muy berracos. Más que fastidiarme, me sentí parte de ellos.

Me ayudó tanto, que me fui a vivir al batallón. Me fui rehabilitando y dejé el duelo atrás. Poniendo apodos a los demás y jodiéndonos entre otros cuartos de pollo”.