Aunque todavía no se hace el cómputo oficial de votos, en el PRI nadie lo duda: el ex gobernador de Campeche Alejandro Moreno Cárdenas, alias Alito, y su compañera de fórmula Carolina Viggiano, esposa del ex gobernador de Coahuila, Rubén Moreira, serán presidente y secretaria general del tricolor.

El PRI tiene hoy la dirigencia que merece, un líder ad´hoc con el peor momento de su historia política, un dirigente a la altura de su debacle.

Carcomido por la corrupción del sexenio peñista, vaciado de cuadros en lo local, aniquilado en lo electoral y extraviado en lo ideológico, el PRI eligió a un dirigente a imagen y semejanza de lo que es ahora: un partido en extinción.

Este domingo, millones de priistas salieron a votar, o mejor dicho, a ratificar la decisión que ya habían tomado la mayoría de sus gobernadores –esos líderes informales también llamados “primeros priistas” de los 12 estados que aún conserva el tricolor, alrededor de los cuales gravita hoy el poder en ese partido.

La verdadera elección no ocurrió el domingo en los 6 mil 150 mesas de votación instaladas por el PRI; sino a finales de mayo, en una reunión privada celebrada en el Estado de México.

Correspondió al gobernador de esa entidad, Alfredo del Mazo, compartir con los mandatarios priistas la propuesta de respaldar a uno de los suyos, y no al ex secretario de Salud, José Narro, en la interna partidista. No era casual que esto ocurriera en la cuna del Grupo Atlacomulco, principal enclave priista y tierra natal del ex presidente Enrique Peña Nieto, a quien todos le atribuyeron la “cordial sugerencia”.

En el cónclave, la única ausente era Claudia Pavlovich, gobernadora de Sonora, identificada con Manlio Fabio Beltrones.

Días después, el 13 de junio, Alejandro Moreno pidió licencia definitiva al cargo de gobernador, para enfilar hacia el Comité Ejecutivo Nacional de su partido.

Una semana más tarde, el 19 de junio, el doctor Narro denunció que el proceso interno era “una farsa que antes de comenzar ya tenía resultado”, y renunció al partido que, en 2018, también le había negado la candidatura presidencial.

Ese mismo día, Beltrones rompió su silencio para solidarizarse con Narro y anunciar que no votaría en “la farsa” del 11 de agosto.

Lo demás fue un trámite para Alito: un recorrido por los estados, múltiples entrevistas en radio y televisión, un par de debates y los amarres suficientes para sacar a votar a los 6.7 millones de priistas que, supuestamente, están inscritos en el padrón del PRI.

Pero, ¿quién es Alito?

Nacido en 1975, Alejandro Moreno comenzó su carrera priista en 1991 y, tras una década de cargos en comités municipales y estatales, en 2002 logró convertirse en líder nacional del Frente Juvenil Revolucionario, gracias a su cercanía con dos personajes que resultarían claves en su ascenso en la política nacional: Roberto Madrazo, a quien apoyó para convertirse en dirigente nacional del PRI, también en 2002, y Manlio Fabio Beltrones, quien ese mismo año se convirtió en secretario general de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP).

Moreno fue electo diputado federal en 2003 y su adscripción al grupo de Beltrones fue inmediata. Junto con otros priistas cercanos a Madrazo y Beltrones, Alito operó para despojar a Elba Esther Gordillo de la coordinación del grupo parlamentario en 2005 y propiciar su salida del PRI.

En 2006, impulsado por Beltrones y Madrazo, se hizo candidato al Senado y, tras la derrota de Madrazo en las presidenciales de 2006, fue senador bajo la coordinación de Beltrones y, simultáneamente, secretario de Organización en el CEN del PRI (2007-2009) y presidente del Comité Directivo Estatal en Campeche (2009-2011).

Pero, en 2011, Alito rompió con Beltrones y se declaró afín a la candidatura presidencial del entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, quien lo ayudó a ser nuevamente diputado federal, en 2012, y gobernador de su estado, en 2015.

Pronto, Alito mostró que tenía los mismos atributos del “club de gobernadores” afines al peñismo (del que formaron parte personajes como Javier Duarte, Rodrigo Medina y Roberto Borge): jóvenes, engominados y ambiciosos.

Como gobernador, Alejandro Moreno encabezó una administración cuestionada por corrupción e ineficiencia que, en 2018, fue duramente castigada en las urnas.

En las elecciones presidenciales del año pasado, mientras la coalición encabezada por Morena y Andrés Manuel López Obrador cosechó más de 275 mil votos en Campeche, el PRI y José Antonio Meade obtuvieron apenas 96 mil sufragios. La alianza PRI-PVEM-Panal entregó a Morena las dos diputaciones federales y las dos senadurías de mayoría.

Y, en lo local, Morena ganó la mayoría en el Congreso estatal, y el PRI mantuvo seis de 12 ayuntamientos.

El hoy dirigente nacional no entregó buenas cuentas al priismo campechano pero aun así, después de los comicios escaló hasta la presidencia de la Conferencia Nacional de Gobernadores en diciembre de 2018, lo que le dio roce e interlocución con el nuevo presidente de la República.

En febrero de 2019, en una gira de trabajo por Campeche, López Obrador tuvo que callar a los morenistas que, en pleno evento, decidieron repudiar la presencia del mandatario estatal con abucheos y gritos de “fuera Alito”.

“Me está apoyando”, dijo el Presidente mientras pedía a sus simpatizantes no continuar el pleito electoral y ponerse a trabajar todos juntos. De paso, recordó que él, en su calidad de tabasqueño, es casi paisano de los campechanos.

Dos meses después, en una nueva gira de trabajo, Alito convenció a López Obrador de destinar 270 millones de pesos para concluir el Puente de la Unidad, una obra de infraestructura inconclusa que inició desde el sexenio de Felipe Calderón.

Ambos rescates desataron la especulación sobre una supuesta simpatía de López Obrador hacia Alito, que en círculos políticos comenzó a ser llamado “Amlito”.

Según la ex gobernadora de Yucatán, Ivonne Ortega –candidata a la dirigencia priista derrotada ayer–, no hay duda de que Alejandro Moreno fue impulsado por el ex presidente Peña y por el presidente López Obrador, quien habría sugerido a los gobernadores del PRI decantarse por su colega.

Aunque Alito ha negado dicho acuerdo, será el tiempo –y los acuerdos legislativos– lo que confirme o desmienta esa versión.

Con sus 14 senadores, el PRI podría ser la llave que abra las reformas constitucionales que Morena puede aprobar en la Cámara de Diputados, pero no en la Cámara alta. Y sus 47 diputados le facilitarían la vida a Morena y al Presidente en San Lázaro.

A la dupla Moreno-Viggiano le corresponderá decidir qué papel jugará el otrora partidazo frente a López Obrador: oposición y contrapeso, o un satélite más de la “Cuarta Transformación”.