Apenas habían pasado un par de meses de que aparecía en el diario El Nacional mi primera columna firmada cuando se anunció la llegada de un nuevo director general: Don Agustín Arroyo Ch.
Días después, el nuevo funcionario se reunió en una recepción con varios de sus viejos amigos. No faltó quien le preguntara con sorna:
– ¿Y ahora qué haces Agustín?
– Dirijo el periódico El Nacional.
– Pero ese diario no lo lee nadie -expresó el amigo, mientras que el director guardaba prudente silencio.
Al día siguiente la casa del amigo abundaba en coronas mortuorias y su teléfono repiqueteaba sin cesar con llamadas de personas que querían demostrar sus condolencias a la familia del difunto.
– Como nadie lee el periódico que dirijo pensé que no se enterarían de una pequeña esquela que apareció en interiores, le comentó al presunto difunto.
Don Agustín fue harina de otro costal en El Nacional. Hombre humano más allá del límite permisible.
Cuando el jefe de cables no se presentó porque su hija padecía meningitis, el director se informó de la clínica donde se encontraba la chiquilla y envió una ambulancia y motociclistas para que la trasladaran de inmediato al Centro Médico Nacional. Así, la niña salvó la vida y no sufrió secuelas.
Se enteraba del nacimiento del hijo de alguno de los trabajadores y le enviaba una cuna de lujo y una canastilla (conmigo lo hizo cuando nació mi primogénito)
Todo salía de su bolsillo. No necesitaba del dinero del erario. Era multimillonario.
En cierta ocasión, el comité ejecutivo del sindicato del periódico le entregó el pliego petitorio para la revisión de contrato colectivo en el que solicitaba un 5 % de aumento. Don Agustín, hizo a un lado el documento, sin siquiera leerlo, y les entregó el proyecto de la dirección que recibió molesto el secretario general, don Salvador Loaiza, pues lo sentía una imposición. Luego de darle una rápida leída se dio cuenta que el aumento que se otorgaba a los trabajadores de esa empresa estatal era del ¡100%! Con lo que quedaban como los mejor pagados del país.
-Salga y dígales a los muchachos que fue un triunfo sindical, ordenó el director.
Octavio Raziel –este reportero incorregible, aún solterito- acompañado de Luis Oñate agarró una de sus acostumbradas jarras; pero en esta ocasión la pareja terminó en el hotel Maris de Acapulco, donde disfrutaron como maharajás acompañados por con dos amables señoritas. Fue mi época de “días de vino y rosas”.
Después de tres días hablamos con la cajera del sindicato y como el general Anaya, repetimos la frase de “manden parque que voy ganando”. El subdirector administrativo, el licenciado Mario Cantón, se enteró y fue con el chisme. Sonó el teléfono del cuarto y al levantar el auricular alcanzamos a escuchar:
-El director quiere hablar con ustedes.
– (Parejo /así le decía yo a Oñate/ que quiere hablar con nosotros el director) le susurré.
Antes de escuchar las disculpas correspondientes y sabiendo de la hazaña del par de crápulas, Don Agustín sólo preguntó:
– ¿Qué tal están las gallinitas?
-La verdad, muy bien Don Agustín.
-Díganle a Cantón que les mande dinero para su boleto de avión y preséntense mañana o los corro.
– Ahí estaremos sin falta señor director.
Recordar al ser humano que desde los orígenes más humildes había escalado hasta niveles insospechados es de lo más reconfortante. Muchas de las anécdotas vividas con ese gran viejo, don Agustín Arroyo Ch. son maravillosas…aunque, por respeto a su memoria, impublicables.