Los británicos podrán averiguar de inmediato si el afable y chistoso Boris Johnson está hecho de la pasta necesaria para ser el 77º primer ministro de la quinta economía del mundo. Dispondrá de poco tiempo para saborear su éxito, y entre el alud de desafíos a los que deberá hacer frente, el Brexit es el más importante, pero no el único.
En la mesa de su despacho de Downing Street, como manda la tradición, tendrá un White Paper (un documento oficial de análisis y propuestas) elaborado por el Servicio Civil, el prestigioso cuerpo de funcionarios de carrera que, a diferencia de los asesores políticos, permanece en su puesto cuando los políticos vienen y van. Más allá de las constantes acusaciones de deslealtad contra estos altos servidores del Estado que lanzan los conservadores (especialmente los euroescépticos, siempre con las sospechas de su querencia por Bruselas), será un texto ajustado a la cruda realidad que expondrá al nuevo premier cuáles son los asuntos más urgentes, y cuáles las trabas o problemas jurídicos a sus promesas de campaña.
Un nuevo Gobierno
Johnson, que ejerció dos años como ministro de Exteriores bajo el mandato de Theresa May, siempre ha compartido la sensación del ala dura del Partido Conservador de que resultaba complicado impulsar el Brexit con un Gabinete con mayoría de ministros reacios a abandonar la UE. Es previsible que se rodee de personas con su misma determinación para abandonar la UE en la fecha prevista, el 31 de octubre, y que, como él mismo ha asegurado, no tengan inconveniente en que la salida sea sin acuerdo. Pero a la vez, dispone de poco tiempo que no puede malgastarse en entrenar desde cero sobre las vicisitudes del complicado momento político a un grupo de ministros noveles.
La cadena de anuncios de dimisiones anticipadas da una idea clara de quiénes saltarán del barco, y quiénes podrían continuar a bordo. El ministro de Economía, Philip Hammond, quien ha combatido a toda costa la posibilidad de un catastrófico Brexit sin acuerdo, ya ha dejado claro que abandonará el 11 de Downing Street, la residencia contigua a la del primer ministro, ocupada tradicionalmente por el responsable de las finanzas del país, en cuanto Johnson acceda al cargo. Lo mismo ha dicho David Gauke, secretario de Estado de Justicia y uno de los políticos del Gabinete de May que más se esforzó por sacar adelante el fallido plan de la hasta ahora primera ministra. O Alan Duncan, el número dos de Exteriores, enemigo acérrimo del exalcalde de Londres, al que no disimula su desprecio, quien ha hecho efectiva su renuncia antes incluso de que se produzca la transición.
Sin embargo, políticos con experiencia, todos ellos actuales ministros, que tienen posibilidad de desempeñar un papel en el nuevo Gobierno, son el actual titular de Exteriores y rival de Johnson en las primarias conservadoras, Jeremy Hunt, quien ha sido lo suficientemente prudente como para no mostrarse visceral durante la campaña. Su templanza y conocimiento del ministerio puede ser de gran ayuda al nuevo mandatario. Algo parecido ocurre con Sajid Javid, el actual ministro del Interior. Aguantó bien su apuesta por liderar a los tories, no tiene cuentas pendientes con Johnson y su conocimiento, en su vida privada anterior, del mundo de las finanzas le convierte en candidato con opciones al puesto de ministro de Economía. Hasta es posible que Johnson rescate a Michael Gove, el hombre que le apuñaló por la espalda hace tres años. Recibió su misma medicina durante la primera fase de las primarias, cuando el grupo de euroescépticos que controlaba los votos de los diputados maniobró para dejarle fuera de la carrera. Pero Johnson sabe de su valía y de su firme euroescepticismo. En momentos complicados, es justo tener cerca a los amigos, pero mucho más conveniente tener más cerca a los enemigos.
Irán, la primera prueba de fuego
El asunto más delicado y urgente al que deberá hacer frente el nuevo inquilino de Downing Street será la crisis de los petroleros desatada entre el Reino Unido e Irán. El actual Gobierno ha jugado un delicado equilibrio de palabras duras y movimientos diplomáticos, en un intento por rebajar a toda costa la tensión con Teherán, que llegó a su punto álgido con la captura por parte de la Guardia Revolucionaria iraní de la embarcación Stena Impero, de bandera británica.
Johnson ha apostado gran parte de su influencia futura en la excelente relación que mantiene con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Esa amistad, sin embargo, puede convertirse una vez que ponga un pie en Downing Street en la reclamación del inquilino de la Casa Blanca de que el primer ministro le acompañe en su presión creciente a Irán. Hasta la fecha, el Reino Unido ha estado del lado de los países como Francia o Alemania que quieren preservar a toda costa el acuerdo nuclear alcanzado en 2015 con Teherán, y se han opuesto al régimen de sanciones impuesto unilateralmente por Washington.
La incertidumbre generada en torno al Brexit ya ha obligado al Gobierno de May a retrasar hasta el próximo otoño la presentación del Marco Trianual de Gasto Público, una obligada previsión de los gastos y recortes previstos en cada departamento ministerial. La Oficina de Responsabilidad Presupuestaria, un organismo oficial (pero independiente) de control de las cuentas, que una salida de la UE sin acuerdo puede suponer un incremento extra del déficit en más de 30.000 millones de euros anuales y una caída del PIB de hasta dos puntos porcentuales.
Johnson ha prometido demasiadas cosas a cuenta de las obligaciones presupuestarias que el Reino Unido tiene con Bruselas, y que el nuevo primer ministro estaría dispuesto a dejar de cumplir, a pesar de las dudas legales que genera una ruptura tal de un compromiso internacional.
El necesario tren de alta velocidad
El llamado Proyecto HS2, un ambicioso plan ferroviario para impulsar el desarrollo económico en el castigado norte de Inglaterra, proyecta conectar ocho grandes ciudades, construir 25 nuevas estaciones y contribuir al desplazamiento anual de 30 millones de personas. Pero su presupuesto se ha disparado en 33.000 millones de euros, que se han de sumar a los 62.000 millones ya previstos. Los partidarios de la paralización del proyecto confían en contar con la complicidad de Johnson, que durante la campaña, a diferencia de su rival, no ha querido comprometerse a seguir adelante y ha echado el balón fuera con la excusa de que necesita analizar con más detalle los planes, y probablemente revisar alguna de las decisiones.
La tercera pista de Heathrow
Durante su época como alcalde de Londres, Johnson llegó a asegurar que se pondría delante de las excavadoras para impedir la construcción, para muchos totalmente necesaria, de la tercera pista del aeropuerto de Heathrow. Es cierto que más adelante —a medida que vio que una posición tan cómplice con los vecinos pero enfrentada a los intereses empresariales de la ciudad, podía convertirse en un obstáculo en su carrera hacia Downing Street—, volvió a echar mano de ese “estilo Boris” y aseguró que necesitaba revisar todo lo proyectado antes de tomar una decisión.
Hasta ahora, los afiliados conservadores le han perdonado su característica tendencia a dar una patada hacia adelante a la pelota. Es difícil que el electorado en general admita que un primer ministro, en uno de los momentos históricos más delicados del Reino Unido, se tome con calma el trabajo.