Policías hongkoneses lanzan gases lacrimógenos contra los manifestantes frente al Consejo Legislativo de Hong Kong. ANTHONY WALLACE (AFP) | REUTERS
Entre gritos de júbilo, entraron los primeros en un goteo. Después, con más puertas abiertas, los demás. Tras horas golpeando los cristales e improvisando arietes con vallas y las propias placas protectoras que había colocado la Policía, los jóvenes manifestantes, para su sorpresa, habían tomado este lunes el Parlamento de Hong Kong y creado con ello el incidente político más grave en la excolonia británica desde su traspaso a soberanía china. Precisamente el día en que se cumplían 22 años de la devolución, para hacer la situación más sangrante a los ojos del Gobierno autónomo y los de Pekín.
Al principio no se lo creían. Daban por seguro que, en algún momento, de alguna parte, saldría la policía de Hong Kong con todo el equipamiento antidisturbios y les obligaría a disolverse con cargas, porras y gas pimienta, como había hecho otras veces; esa misma mañana había ocurrido así. Para su sorpresa, la policía desapareció y les dejó hacer. Primero rompieron los cristales, golpeándolos durante horas. Después consiguieron levantar la pesada cortina metálica que protegía las puertas de la sede del legislativo autónomo.
Los centenares que entraron no encontraron tampoco resistencia dentro. Los agentes de policía que se habían encerrado en el Parlamento horas antes habían desaparecido. La euforia dio lugar a los destrozos. Pintadas con spray, despachos arrasados. En el hemiciclo, una pancarta negra —el color de esta incipiente revolución, o de este vandalismo, según las distintas opiniones— con el mensaje en cantonés “no hay violencia de la gente, la única violencia es la del Gobierno”. Bajo ella, una bandera de la época colonial y varios pósteres con la imagen de Carrie Lam, la jefe del Gobierno autónomo, cubierta de mensajes sarcásticos. Tras ella, varias pintadas: “Carrie Lam, dimite”. El símbolo del Gobierno hongkonés, cubierto de pintura negra.
“Es la crisis política más grave que ha vivido Hong Kong en décadas”, opinaba en el hemiciclo el diputado prodemócrata Eddie Chu, que apoya a los estudiantes y acudió al Parlamento a dialogar con ellos. “Ahora Lam tiene que decidir cómo resolverla. Puede usar la violencia, que esperamos que no: no necesitamos la intervención de la policía o el ejército chino. Pero también puede abrir un proceso de negociación política, que sería la manera correcta”.
Cerca de la medianoche, llegaba la respuesta. La Policía empezaba a cargar con gases lacrimógenos en el exterior de la Cámara. La treintena de jóvenes que aún quedaba dentro optó por la salida. Hasta entonces, habían estado debatiendo qué pasos tomar y habían considerado la posibilidad de permanecer toda la noche en la sede legislativa. Unos repartían agua; otros, comida. A su marcha, quedaron amontonados en el hemiciclo botellas vacías, envoltorios y bolsas llenas de suministros que no habían llegado a consumir.
La gran incógnita es qué ocurrirá a partir de mañana. La ocupación del Parlamento carece de precedentes y los destrozos han sido numerosos. Ni Carrie Lam, ni Pekín, van a permanecer indiferentes. Y los manifestantes aseguran que no van a rendirse. Ya de madrugada en Hong Kong, la jefa del Ejecutivo condenó en rueda de prensa la “extrema violencia” y el “total desprecio por el Estado de derecho” de los manifestantes y anunció que “llevará ante la justicia a quienes hayan cometido actos ilegales”. Por su parte, el jefe de la Policía explicó que los agentes se inhibieron porque los manifestantes usaron “tácticas violentas” que les obligaron a una “retirada táctica”. Stephen Lo aseguró que no quisieron usar la fuerza mientras había manifestantes dentro del Parlamento para evitar riesgos, como una posible avalancha, y que al tratarse de un recinto cerrado, no podían emplear algunos de sus recursos, como gases lacrimógenos.
Un indicio de que Pekín se encuentra furioso y las medidas pueden ser muy duras llegaba por boca de un comentario del periódico chino Global Times, propiedad del Partido Comunista. El diario, de línea habitualmente muy nacionalista, asegura que los participantes en el asalto son unos “camorristas”. Esa protesta ha dañado la legislatura y perjudicado la imagen de Hong Kong como un centro financiero internacional. “Es una línea roja que no se puede cruzar de absolutamente ninguna manera”.
Los manifestantes no se declaraban arrepentidos. “No nos quedaba otra opción. Estamos aquí para protestar contra el poder autoritario”, aseguraba en el hemiciclo un joven que solo quiso identificarse, entre risas, como “Señor Libertad”. Como todos ellos, tenía buen cuidado en cubrir su cara con una mascarilla, y la cabeza con un casco por temor a represalias de la Policía. “No somos violentos. Esto ha venido forzado por el rechazo, una y otra vez, de Lam a escuchar nuestras demandas”.
Esas demandas han ido evolucionado desde que comenzaron las movilizaciones ciudadanas el mes pasado. Una primera gran manifestación, el 9 de junio, reunió a un millón de personas según los organizadores para protestar contra el proyecto de ley de extradición, que hubiera permitido por primera vez la entrega de sospechosos a cualquier país, incluido China. Quienes se oponían a la medida temen que pueda socavar las libertades de que disfruta Hong Kong, inexistentes en la China continental, gracias al principio “un país dos sistemas” que Pekín acordó con Londres para que rigiera el territorio autónomo hasta 2047.
La disolución por la fuerza de la Policía de la concentración del día 12 amplió las demandas. Desde entonces, exigen también la dimisión de Lam, que no se presenten cargos contra los detenidos en esas protestas y una investigación independiente sobre el comportamiento policial aquel día. Que la jefa del Gobierno anunciara que el proyecto de ley quedaba suspendido “sine díe” y presentara disculpas -tras una nueva manifestación, esta vez de dos millones según los manifestantes- no sirvió para nada. Cada vez más frustrados por lo que consideran falta de respuesta del gobierno, ahora reclaman una reforma del sistema de democracia indirecta que impide que los ciudadanos elijan a los candidatos a primer ministro, y sufragio universal.
No reclaman independencia -un deseo muy minoritario entre ellos-, pero sí conservar el sistema de libertades con el que han crecido, con el que se identifican y que temen perder con mayor o menor rapidez ante la presión china.
“Hay que entender que los chicos que estamos viendo dentro del legislativo están extremadamente frustrados y desesperados. Esa desesperación ha llegado al punto de que ya tres jóvenes han decidido poner fin a su vida, y han dejado notas en las que decían que ya no sabían qué hacer porque no entendían la falta de respuesta de las autoridades, no podían ver una salida”, apuntaba, también en el hemiciclo, el veterano diputado prodemócrata Fernando Cheung. “Ven que pasa el tiempo, que millones de personas se lanzan a la calle a plantear sus peticiones, pero nadie les hace caso, que no consiguen que el gobierno les conteste”. “Entiendo por qué han hecho esto”, afirmaba el legislador, “están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de que el Gobierno les responda”.
Esta mañana, Cheung intentó negociar con la Policía que no utilizara la fuerza para disolver la primera manifestación juvenil que, a primeras horas, intentaba bloquear los festejos oficiales por el aniversario del traspaso de la soberanía y rodear el legislativo. Fue en vano. La policía cargó y varias personas quedaron heridas. Aunque los jóvenes se apuntaron un tanto simbólico: consiguieron retirar la bandera china del Legislativo y sustituirla por la bauhinia negra, la flor de Hong Kong que ellos han teñido de luto para hacerla su símbolo.
OTRA MANIFESTACIÓN MASIVA
Los acontecimientos en el Parlamento de Hong Kong eclipsaron la manifestación anual del 1 de julio, que marca el aniversario del retorno a la soberanía china y que suele utilizarse para plantear todo tipo de quejas contra el Gobierno autónomo y contra Pekín. En esta ocasión, continuaba presente la demanda de las dos grandes marchas que en junio reunieron cada una a más de un millón de personas: exigir que se retirase definitivamente el proyecto de ley de extradición y la dimisión de la jefa del Gobierno autónomo, Carrie Lam.
La de este lunes batió el récord de una manifestación de aniversario, según los organizadores: participaron 550.000 personas, 50.000 más que la marca anterior. Pero la asistencia bajó con respecto a las multitudinarias marchas del mes pasado contra el proyecto de ley de extradición.
La tensa situación en el Parlamento obligó a los organizadores, por instrucciones de la Policía, a modificar la ruta de la marcha. Bajo un fuerte calor de más de 30 grados, los participantes recorrieron el centro de la ciudad con gritos de “¡Carrie Lam, dimite!”, “¡Abajo la ley de extradición!”, “¡Libertad para Hong Kong!”. Muchos llevaban carteles en los que se mostraba una caricatura de Lam con los colores de la bandera china y encerrada en una jaula de bambú.
Ham, de 26 años y administrativo en un hospital, ya había participado en todas las grandes manifestaciones del último mes. “Tenemos que hacer oír nuestra voz. Es nuestro futuro. Si la ley de extradición se aprueba, cambiará nuestra vida diaria, nuestra capacidad de expresar nuestras opiniones si no le gustan a China”, opinaba.
El joven se declaraba comprensivo hacia los más radicales: “Este es un movimiento sin líderes, cada uno hace lo que le parece que debe hacer para presionar al Gobierno y a China. Si ellos quieren hacerlo de esta manera, que lo hagan”.