El presidente Donald Trump mandó un mensaje de paz al presidente Andrés Manuel López Obrador en la voz de su vocera, Sarah Sanders, quien en una entrevista para la cadena Fox News afirmó que el gobierno mexicano estaba siendo más responsable con la inmigración indocumentada. En 24 horas cambió el tono y la forma. Pero si dejan de hacerlo, agregó Sanders, “nos veremos obligados a tomar medidas drásticas, como cerrar los puertos de entrada en nuestra frontera”. La amenaza de sellar la frontera esta semana parece cancelada, al menos por ahora, antes las alentadoras señales recibidas desde la Ciudad de México, que significaron degradar a la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, del manejo de los temas migratorios y desautorizar su posición en Miami.
El martes de la semana pasada se reunió en esa ciudad con la secretaria de Seguridad Interior, Kirstjen Nielsen, donde discutieron la forma como los dos países podrían trabajar juntos para enfrentar la migración irregular a Estados Unidos y México, combatir el tráfico humano, el contrabando y fortalecer la iniciativa del tercer país seguro. No hubo mucho más oficial de ese encuentro, pero el viernes explotó Nielsen: “Enfrentamos una crisis en cascada en nuestra frontera sur. El sistema está en caída libre. La Secretaría de Seguridad Interior está haciendo todo lo posible para responder a la creciente catástrofe humanitaria mientras garantiza la seguridad en nuestras fronteras”. Ese mismo día, Trump reinició sus ataques contra México.
La molestia de Trump obedeció a lo sucedido en Miami, donde Nielsen pensaba instrumentar los acuerdos entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y el asesor especial de Trump, su yerno Jared Kushner, delineados una semana antes en la Ciudad de México. En esa reunión, López Obrador ofreció contener a los migrantes, censarlos y proporcionar sus nombres y fotografías al gobierno de Estados Unidos para identificar posibles criminales y terroristas, así como evitar ser aliado involuntario de los demócratas, que quieren hacer del fenómeno migratorio un tema electoral.
Información desde Washington permite entender que la indignación de Trump obedeció a que la secretaria de Gobernación desconoció los acuerdos del presidente y Kushner. Según fuentes cercanas a la Casa Blanca, Kushner quedó expuesto ante su suegro, el presidente, porque sus esfuerzos diplomáticos discretos –no pensaba dar a conocer su cena con López Obrador, que fue quien la socializó–, habían fracasado. Asimismo, en la dinámica de las luchas palaciegas en la Casa Blanca, Kushner quedó disminuido frente a la dureza de Nielsen, que se convirtió en la voz cantante de las acciones punitivas de Trump.
Sánchez Cordero probablemente no se ha dado cuenta del daño que hizo al desconocer los acuerdos, al haber lastimado la puerta que abrió Kushner en México ante la pérdida de interlocución de alto nivel con el presidente de México y las dificultades por encontrar funcionarios que tuvieran el respaldo absoluto de López Obrador. Desde la transición, Kushner, a quien Trump le encargó la relación directa con México e Israel, no simpatizó con el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, a quien tampoco le abrió la puerta de la Oficina Oval. Su enlace en Washington es el secretario de Estado, Mike Pompeo.
La reunión con López Obrador, buscada por Kushner, era para restablecer el nivel de relación que había con el presidente Enrique Peña Nieto, donde tenían claro que hablar con el canciller Luis Videgaray era hablar con el jefe de Los Pinos. En el caso de López Obrador, la conclusión fue que nadie podía hablar por López Obrador porque nadie lo representaba.
De acuerdo con la información que ha trascendido de la Casa Blanca, Kushner convenció a Trump de que era importante el encuentro con López Obrador, como lo había tenido que hacer en 2016, cuando le dijo que hablaría con Videgaray. En el gobierno de Peña Nieto tuvieron una relación ejecutiva, donde los compromisos adquiridos se respetaron. Eso pensaba Kushner del nuevo gobierno, según lo que sale de Washington, pero la posición de Sánchez Cordero en Miami les mostró que no era así.
El desacuerdo público de Trump con México –quien ha cuidado no tocar directamente a López Obrador– obligó a hacer más claro que el presidente de México iba a honrar los compromisos con Kushner, y se comunicó a Washington que Sánchez Cordero había sido relevada del manejo de los temas migratorios y que Ebrard la sucedería. El cambio se había dado desde la semana pasada, pero a nadie en Estados Unidos ni en México le quedó suficientemente claro. En esa línea, Ebrard comenzó a aparecer en espacios públicos desde el lunes para hablar sobre el tema migratorio, mientras que a Sánchez Cordero la guardaron.
La sutil degradación de la secretaria de Gobernación tuvo un acuse de recibo con la declaración de la señora Sanders en Fox News, y tendieron un puente para que juntos, los dos países, resuelvan el fenómeno de la migración. López Obrador tiene que enviar señales claras a Washington si quiere evitar que Trump vuelva a arremeter contra México.
La laxitud de su política migratoria ya permeó en las élites, reflejadas en The New York Times, que publicó que la aglomeración de migrantes en México, adjudicada a las restricciones del gobierno de Trump al proceso de asilo, “también parece ser responsabilidad, en parte, del presidente mexicano”. Aunque López Obrador ha elegido en algunos aspectos ayudar a Estados Unidos en su agenda migratoria, el mensaje que ha enviado es que “ahora son más bienvenidos que nunca en México”. La comunicación a la Casa Blanca es que eso ya cambió. Por lo menos, por ahora, a decir de ambos gobiernos.