Theresa May, este miércoles en el Parlamento. REUTERS

Theresa May ha utilizado la última bala de la recámara, después de que en las últimas horas diferentes ministros y compañeros de partido le hubieran hecho llegar el mensaje. La primera ministra, en reunión a puerta cerrada con el grupo de los diputados conservadores sin cargo en el Gobierno, el llamado Comité 1922, ha anunciado que no seguirá en Downing Street cuando se ponga en marcha la segunda fase de las negociaciones del Brexit con la UE. Es el modo de salvar su acuerdo de retirada de la UE, rechazado ya estrepitosamente en dos ocasiones por Westminster. Los euroescépticos habían dado a entender su disposición a respaldar el acuerdo, en una tercera votación, si May ponía fecha a su dimisión.

“He escuchado con claridad el ánimo que existe en el grupo parlamentario de este partido. Sé que existe el deseo de probar con una nueva estrategia, y con un nuevo liderazgo, en la segunda fase de las negociaciones del Brexit. No me pondré en medio”, ha dicho May, según extractos de su discurso que Downing Street ha entregado a los medios. “Estoy dispuesta a abandonar mi puesto antes de lo que tenía previsto para lograr lo que creo que es mejor para el país y para nuestro partido”.

Esa fecha todavía no ha sido fijada, pero la primera ministra ha dado a entender claramente que no seguirá en los próximos meses y facilitará una transición ordenada en el Partido Conservador para que la formación disponga del tiempo necesario para buscar un sucesor. El movimiento de May no garantiza que su plan del Brexit vaya a salir adelante. Al menos unos diputados siguen aferrados a su negativa, pero se trata de un anuncio fundamental para comenzar a cambiar los ánimos conservadores.

El anuncio de May se producía al mismo tiempo que el Parlamento comenzaba el debate de las opciones alternativas al plan de May, que van desde un Brexit sin acuerdo a un Brexit suave, pasando por un segundo referéndum o incluso la revocación de todo el proceso para volver a la casilla de salida. Es una nueva humillación al Gobierno, que ha visto cómo los diputados rompían con la tradición de que fuera el Ejecutivo el que fijara el orden del día y la agenda de la Cámara y le arrebataban el control de todo el proceso.