Mujeres saudíes con 'niqab' dan un paseo en un parque en Riad. HASSAN AMMAR AFP/GETTY IMAGES

La fiscalía general de Arabia Saudí anunció el pasado fin de semana que ha concluido su investigación sobre las activistas de los derechos de la mujer detenidas el año pasado y que pronto serán enjuiciadas. Este asunto, al igual que el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, pone a las élites liberales saudíes ante un dilema ético: Cómo respaldar las reformas sociales y económicas impulsadas por el príncipe Mohamed Bin Salmán, heredero del trono y hombre fuerte del reino, sin condonar la represión política que las acompaña.

“No son traidoras”, asegura con firmeza, aunque bajando la voz, una joven saudí que se declara feminista pero evita el activismo. “Si Loujain fuera una traidora, no habría regresado a Arabia Saudí, y lo mismo el resto”, añade. Se refiere a Loujain al Hathloul, una de las activistas detenidas el año pasado en un gesto que sorprendió aún más por producirse en vísperas de que la monarquía levantara la prohibición de conducir a las mujeres, algo por lo que ella y el resto de las detenidas habían luchado durante años.

La entrevistada se confiesa dividida entre el entusiasmo con los cambios que se están produciendo en su país (“Gracias a Dios, tenemos a MBS”, exclama refiriéndose al heredero por sus iniciales) y la estupefacción por la creciente represión (“No podemos hablar de política ni de religión, pero tenemos cerebro y vemos lo que está ocurriendo”). Resulta difícil sustraerse al nacionalismo exacerbado de la propaganda oficial que equipara la menor crítica con deslealtad a la patria.

Además de Loujain también fueron encarceladas Eman al Nafyan, la veterana Aziza al Yusef, Samar Badawi, Nasima al Sada y algunos hombres que apoyaban sus reclamaciones como Mohamed al Rabea o Ibrahim al Modeimigh. El poder judicial no ha difundido sus nombres, ni aclarado de qué se les acusa. Sin embargo, la prensa saudí (bajo control estatal) publicó en su día, a toda página, un mosaico de sus rostros con la etiqueta “traidora” sobreimpresa en rojo y rumores de que habían “colaborado con países extranjeros”. El mensaje estaba claro: habían sido condenadas antes del juicio.

“No entiendo por qué las detuvieron, no creo que sea por la campaña para conducir”, confía una destacada columnista que conoce a varias de ellas. ¿Por su activismo contra la tutela? “Pero eso es hacia lo que vamos, tampoco tiene sentido”, responde sin encontrar explicación. El caso se ha agravado con las denuncias de organizaciones de derechos humanos de que las mujeres han sido torturadas, algo que las autoridades niegan. “En nuestra cultura, incluso cuando a una mujer se la metía en prisión, no ya maltratarla sino tocarla era un tabú, una línea roja que no se sobrepasaba”, reflexiona preocupada.

La apertura social que está viviendo Arabia Saudí era una reclamación de las élites liberales que se puso en evidencia tras el llamado 11-S saudí, una serie de atentados sufridos dentro del reino en 2003. Entonces, el rey Abdalá abrió las puertas a la autocrítica y la introspección hasta tal punto que algunos saudíes se sintieron capaces de escribirle para pedir un Gobierno representativo. “Ahora eso ha desaparecido”, admite la periodista que se reconoce confundida con los signos que envían las autoridades. A diferencia de entonces, quienes aceptan hablar piden el anonimato.

“Resulta difícil reconciliar la realidad de los cambios sociales con la represión que se está produciendo”, admite una persona que empezó a trabajar con el Gobierno poco antes del asesinato de Khashoggi. “No lo entiendo. [MBS] no necesitaba algo así, las reformas no sólo son necesarias, sino que tienen apoyo”, subraya con incredulidad.

“He tenido dudas, aún las tengo, pero acepté el trabajo para ayudar a cambiar desde dentro y en la medida de mis posibilidades intento trasmitir [a las autoridades] que este tipo de incidentes arruinan nuestra imagen externa y restan valor a los cambios reales que se están produciendo”, confía.

En conversaciones privadas mantenidas durante dos semanas en Arabia Saudí, varios interlocutores han expresado su convencimiento de que el daño a la imagen del país ha sido “peor que el 11-S”. Aquellos atentados, en los que 15 de los 19 terroristas eran saudíes, evidenciaron el peligroso islamismo que alentaba el wahabismo, la particular interpretación del islam imperante en el Reino del Desierto.

En los círculos empresariales, la introspección ha quedado teñida por la purga del Ritz. “Todo aquel que tiene cierto capital sabe lo que le toca”, señala una empresaria que, como muchos otros, ha decido cerrar los ojos a “esos asuntos feos” para poder seguir adelante con sus negocios y con su familia.