El presidente López Obrador en rueda de prensa. AFP

Frente a la esperanza de una mayoría que apoya más allá del 80% a López Obrador, las voces opositoras o críticas solo se han sabido articular desde el enojo y los panoramas lúgubres
No recuerdo haber visto tan pasmada a la oposición como ahora. Ni a todos aquellos sectores que sienten que una aplanadora les pasó por encima. Pasmados, enojados,asustados. Y, por ende, mudos. O insignificantes: desde la trinchera de la sorpresa enfadada, no han podido articular una narrativa que siquiera compita en atención con la dominante. Y no es cosa menor, porque ninguna dominancia apabullante es deseable. Pero competirle requiere de una redefinición de perspectivas. O de una reingeniería de la imaginación. Y de la incubación de voces creíbles.

Que Andrés Manuel López Obrador ganó las elecciones en México de manera más que contundente, es historia sabida. Que por ende la oposición política quedó hecha añicos, es consecuencia evidente. Pero esto no ha sido únicamente un juego de suma cero: no solo ganaron unos lo que perdieron otros. Esto ha sido un reacomodo de espacios, actores, ritos y horizontes narrativos. Por primera vez en mucho tiempo, los interlocutores y los lenguajes de siempre están siendo despreciados. El México de “no sabes con quién te estás metiendo” no desapareció (y, en una de esas, se está fortaleciendo en la resistencia), pero perdió incidencia en lo inmediato. Y eso lo descontrola. No, un país (y más un país como México) no horizontaliza sus desigualdades en unas semanas ni desaparece los privilegios insultantes. Pero en vía de mientras, la narrativa se descolocó y sí, la oposición está completamente pasmada. Enojada. Y es insignificante.

Uno de los yerros más grandes de la presidencia de Enrique Peña Nieto fue su política de comunicación (conste que dije “uno de los”). Distante, indiferente, frío. La presidencia que acaba de terminar nunca entendió a quién le debía hablar ni cómo, nunca respetó el pulso social ni supo considerarlo como insumo para la transformación del país. La relación con los medios fue de exigencia de subordinación o de chantaje de dineros. Y todos jugaban la parte que les correspondía, incluso con menosprecio hacia quienes abogaban por un cambio de horizonte social en mensajes y construcción de comunidad. López Obrador, por su parte, ha sabido contrastarse frente a un sexenio que terminó leyéndose como frívolo e incompetente: la vara se la dejaron baja y él es experto en saltarlas. Hoy, la presidencia tiene un modelo de comunicación con una figura incuestionable, una narrativa con premisas simples pero contundentes (la cuarta transformación –o 4T– como paraguas simbólico), villanos que son útiles (el neoliberalismo, la “prensa fifí”, los expresidentes cuando sirven para caricaturizar males diferenciadores, etc.), un lenguaje con modismos propios (y contagiosos), una iconografía funcional y, como señala el periodista Mario Campos, un desarrollo por entregas: capítulos que mantienen activo el suspenso. Frente a esto, la oposición solo logra balbucear algunos berrinches desde la debilidad que significa la ausencia de credibilidad.

Hoy, el presidente no tiene quien le conteste. Solo que todo presidente, en una democracia que se precie de serlo, necesita quien le conteste. Porque el soliloquio se vuelve admiración del ombligo.

El reto está, sin duda, en la cancha de la oposición y de los grupos de interés, comunidades críticas y colectivos que se han visto desplazados. En ellos está el reconocer que hoy las prioridades son otras, que el abandono histórico de segmentos de la población reacomoda a los interlocutores, que la indiferencia ante una ciudadanía ávida de participar los obliga a la reinvención. Frente a la esperanza de una mayoría que apoya más allá del 80% al presidente, las voces opositoras o críticas solo se han sabido articular desde el enojo y los panoramas lúgubres. Pero el que quiere ser feliz no voltea a ver al que únicamente le quiere amargar la fiesta.

Desde que recuerdo, mi madre solía mover los muebles de la casa para invocar mejor suerte y para obligarnos a pensar, aunque la espinilla sufriese con el trancazo de la mesa inesperada. Hoy, López Obrador movió todos los muebles del territorio. Ya veremos si en los ahora excluidos de la narrativa hay capacidad para trazar mapas, y territorios. O si solo permanecerán enojados.

@warkentin