Alguien puede ver hacia México y decir: “El nuevo Presidente ha obtenido un poder casi absoluto”. Y puede señalar las encuestas para fundamentarlo: el 86 por ciento de los mexicanos lo aprueba, y es una cifra inédita para el propio Andrés Manuel López Obrador, e histórica si se compara con otros mandatarios en un mismo momento de sus respectivas gestiones. Con la información disponible dirá que no tiene contrapesos y que las organizaciones civiles, los partidos, los medios e incluso otros Poderes de la Unión quedaron avasallados por el político de izquierda.
Ese alguien, que puede ser cualquiera, verá desde afuera y tratará de explicarse de muchas maneras el fenómeno AMLO. ¿Compra de voluntades?, se preguntará. Esa es la primera respuesta que se aplica a los políticos que, como el Presidente de México, tienen poder sobre las clases populares. Se les llama “populistas”. Y la compra de voluntades es histórica en México: así gobernó el PRI durante casi un siglo. Pues, bueno, por allí encontrará, en estos momentos, poco. El Presidente no le ha soltado un solo peso a la prensa, que suele tirarse a los pies del mandatario en turno; y los programas de asistencia apenas empezaron a gotear.
Entonces hurgará en Google en busca de datos y hallará la última encuesta, que es de El Financiero. ¿Qué le ha dado tal bono? Un conjunto de factores, pero sobre todo haberse remangado la camisa y haberle entrado al saqueo de Pemex, que se disparó con Felipe Calderón y con Enrique Peña Nieto a niveles vergonzosos. Es más, hasta el tema más polémico, la respuesta de México ante la crisis de Venezuela, le da bonos al Presidente; una mayoría está a su favor.
El tal alguien, que ve hacia México, pensará que son sólo las acciones del Presidente las que le han dado tal presencia –como digo– histórica entre los ciudadanos, y podrá pensar que todavía podría acumular más puntos de aprobación. En esto último, tendrá razón: falta que bajen bien los apoyos directos, y eso siempre se lo agradecerán los millones que lo recibirán. Pero en lo primero se equivoca. Porque no sólo son las acciones de AMLO las que operan a favor de su Gobierno, el primero de izquierda en México; un Gobierno que definirá el futuro de la Nación y que pretende repetir lo que ha logrado la izquierda en la capital mexicana: ha ganado elección tras elección desde 1997, es decir, desde hace casi 22 años.
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Como ese alguien ve desde afuera, se le dificultará ver lo que realmente pasa adentro. Sólo podrá hacer un corte de lo que ve. Pero una polaroid no describe lo que hay detrás. Se ve el pastel y el niño riendo, en esa foto, y no se ve que días antes sufría una influenza bárbara; se ven las canas del viejo que aplaude, o los padres que sonríen, y no se ve, en la foto, que cada arruga tuvo un costo y que incluso el pastel, tan colorido siempre, no parecía tan buena idea en un mundo en el que cada nos damos cuenta de qué tan dañinas son los azúcares y las harinas refinadas. Ese alguien verá una imagen plana. No explica el camino que todos sus protagonistas siguieron hasta llegar allí.
No verá, por ejemplo, la tragedia que acabamos de vivir los mexicanos con Peña Nieto en el poder; cómo sus propias ambiciones y las ambiciones de un grupo perverso llevó a México a cifras históricas de muertos, a niveles históricos de deuda, a una degradación histórica del salario y a niveles de desigualdad y (consecuente) pobreza que no se explica si hay tantos ciudadanos que, a su vez, escalaron a la lista Forbes de los más ricos. No verá, ese alguien, el engaño que sufrieron las mayorías con Vicente Fox, su traición a la democracia, las patadas que le puso a la confianza que se le depositó como primer Presidente de la transición. No verá, en esa polaroid, cómo la corrupción en estos 18 años se generalizó y el saqueo llegó a niveles vergonzosos. No verá que sufrimos una guerra terrible, con cientos de miles de muertos, con decenas de miles de desaparecidos y secuestrados porque un día, de la nada, por razones políticas, a Felipe Calderón se le ocurrió lanzar una guerra contra las drogas sin estar preparado.
Ese alguien tampoco verá que en los años previos los partidos se convirtieron en una burla, hediondos, corrompidos. Que cargamos con nuestros impuestos y nuestra riqueza, durante décadas, a gente como Elba Esther Gordillo o Carlos Romero Deschamps, símbolos de lo más podrido, resumen del abuso de poder. Eso no se ve en la foto porque no sale. El tal alguien verá, simplemente, un 86 por ciento de aceptación, buscando explicaciones. Pero allí no hay explicaciones. Allí hay consecuencias de años y años de saqueo; de años y años de traición; de años y años acumulados de pueblos aplastados, olvidados, ignorados.
Años y años de prensa corrupta y adicta a los dineros públicos; años y años de periodistas que ocultaron la verdad, cínicamente; años y años de partidos prostitutos que sirvieron para servirle la mesa a unos cuantos; años y años de organizaciones de la sociedad civil que se tomaron la foto con el Presidente en turno y le prendieron velitas de pastel. Años y años de gobernadores ladrones e impunes; años y años de intelectuales cocinando en la misma olla y con la misma manteca de los individuos en el poder.
Alguien puede ver hacia México y decir que el nuevo Presidente no tiene contrapesos y que muchos quedaron avasallados por el político de izquierda. Lo que ese alguien no verá, porque la polaroid no lo muestra, es que a casi ningún mexicano le dan pena todos esos que han sido desplazados. No digo que la falta de contrapesos esté bien: digo, simplemente, que todos esos que pudieron servir de contrapeso quedaron descalificados por su propio pie, por sus propias acciones, por su propio peso. Pero ese alguien no lo ve: la foto del momento no da para tanto.