El paisaje latinoamericano sigue escribiendo historia. Nuevamente es Venezuela, donde a las realidades objetivas de los últimos años, como la regresión democrática, el autoritarismo, la falta de libertades, la violación de derechos humanos y la cada día más increíble crisis económica, se le ha sumado la versión posmoderna de los golpes de Estado. La CIA ya no tuvo que desarrollar guerras sicológicas, inventar luchadores por la libertad ó invadir abiertamente a una nación, sino inaugurar una modalidad que no se sabe si es más arrogante que las otras, pero sí más cínica:

Un diputado, Juan Guaidó, se autoproclama presidente y minutos después, el presidente Donald Trump lo reconoce como el líder interino de Venezuela, desconociendo al presidente Nicolás Maduro, reelecto de manera fraudulenta. Tras Estados Unidos, una decena de países americanos respaldan a Guaidó, junto con la Organización de Estados Americanos y el Banco Interamericano de Desarrollo. La maquinaria trata de crear las condiciones para que las Fuerzas Armadas rompan con Maduro y lo derroquen. Si no es así, advierte Trump, todas las opciones están abiertas. ¿Invasión? ¿Asesinato del Presidente? Todas, hay que precisar, salvo que Maduro no deje el poder.

Es cierto que las credenciales de Maduro son impresentables, pero no apoyar a Guaidó tampoco significa respaldar el régimen del Presidente venezolano. Eso hizo México el miércoles y la turba cibernética se le fue encima al presidente Andrés Manuel López Obrador. La prensa en México también expresó mucha más crítica que apoyo, sin importar la ruptura trasnacional del orden constitucional -Venezuela amaneció el jueves con dos presidentes- promovida por Estados Unidos. Cierto, como han señalado quienes desean, como muchos -incluido quien esto escribe-, que Maduro debe dejar el poder, ¿cómo se puede romper el orden constitucional cuando Maduro lo rompió? La línea es muy fina y se cruza. La defensa de López Obrador y el canciller Marcelo Ebrard es de ortodoxia constitucionalista, pero políticamente, busca una tercera vía en donde desde la neutralidad, se encuentre una salida pacífica a los diferendos en otras naciones.

En las conversaciones que sostuvieron el miércoles López Obrador y Ebrard, no hubo duda sobre mantener la postura que expresó el subsecretario de Relaciones Exteriores para América Latina, Maximiliano Reyes, durante su estreno como representante en el Grupo de Lima el 4 de enero en la capital peruana, de excluirse de la petición a Maduro que no asumiera su segundo mandato, y la disposición a abrir el diálogo con todas las partes, pero sin acciones que lo obstruyan. La preocupación en la Cancillería mexicana se daba ante la posibilidad de que quedara aislado en el concierto internacional. Uruguay, con cuya contraparte Ebrard sostuvo pláticas por teléfono, se mantuvo neutral, lo mismo que España y Portugal, con lo que abrieron espacios políticos a los mexicanos, particularmente frente a sus socios comerciales norteamericanos, que apoyaron a Guaidó. La Unión Europea, que ha sido crítica de Maduro, no tuvo una posición de conjunto, y como los mexicanos, buscaron el mayor número de información posible antes de escalar su posicionamiento.

La presión en México contra el Gobierno es intensa. Liberales y conservadores unieron voces en la condena a Maduro y el respaldo a Guaidó, sumándose, por razones ideológicas o tácticas, a los avales del interino, según describió el periódico carioca O Globo, Trump y el presidente brasileño Jair Bolsonaro. Las consultas entre cancillerías se profundizaron el jueves, y en la OEA, el embajador Jorge Lomónaco, hizo una propuesta estratégica: saber el estatus jurídico de Guaidó y de sus apoyos internacionales. La creatividad para ganar tiempo y problematizar lo que sucedió el jueves en la institución panamericana, es lo que ahora se necesita, recuperando lo que alguna vez fue la diplomacia mexicana.

El presidente José López Portillo, por ejemplo, rompió relaciones con Nicaragua pero no con El Salvador, pese a tener dos gobiernos autoritarios y violadores de los derechos humanos. López Portillo anunció la ruptura de manera inesperada cuando en una visita de Estado, el presidente de Costa Rica, Rodrigo Carazo, le hizo un relato de lo que estaba sucediendo en Nicaragua. “Me ha dicho usted algo que sabíamos y no queríamos creer”, dijo López Portillo, “el dramático, el repugnante ataque a los derechos humanos, el horrendo genocidio que se está cometiendo contra el pueblo nicaragüense”. En el caso de El Salvador, las instrucciones fueron mantener abierta la Embajada y recibir al mayor número de asilados políticos, manteniendo comunicación con la oposición y la guerrilla.

La historia ayuda, y la Cancillería mexicana tiene experiencia en manejos de crisis y hasta dónde resiste y es útil la neutralidad. Si es cierto que los tiempos políticos no son los tiempos sociales, respaldar a Maduro o a Guaidó es anularse y cancela la posibilidad de agotar todas las instancias, como en los 80. La próxima semana llega a México el Presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, y Venezuela estará en la agenda. En espera de confirmación, está la visita del secretario de Estado, Mike Pompeo en esos días.

La política de neutralidad no es pasiva, sino activa. No es estridente, sino discreta. No perdamos la perspectiva. ¿Nos gustaría que el Presidente de Estados Unidos impusiera un títere para obligar al derrocamiento de un presidente en México? Habrá quien diga que sí, y que prefieren que un poder extranjero resuelva lo que internamente fueron incapaces de hacer. Es indigno. Hay quien dice no, que las luchas se dan adentro, y que si bien las condiciones internacionales contribuyen a los cambios, es el trabajo interno lo que construye la autodeterminación de los pueblos y la libertad. En eso estamos, pese a la radicalización nacional.