Comienza un nuevo año y por lo menos hasta fin de enero andaremos por ahí dando sonoros palmetazos en la espalda de cuanto conocido se tope con nosotros y gentiles abrazos acompañados de beso a las damas. Es tan arraigada la costumbre del abrazo de año nuevo que se da incluso entre antipáticos. Doble contra sencillo que si mañana Ricardo Anaya el joven y Jaime Rodríguez el bronco se toparan de frente en los pasillos de un shopping center en Houston, en automático intercambiarían unas palmaditas tibias y un destemplado “feliz año”.
¿Alguien me podría decir por qué apenas comienza y ya estamos contando los días para el final del año? En el momento en que escribo faltan 357 días, u 8 mil 547 horas, o 514 mil 498 minutos, o 30 millones 869 mil 884 segundos para que doblen las campanas por el 2019 y entonemos las fanfarrias por el 2020. ¿A quién diablos le importa eso?
La celebración del Año Nuevo ni siquiera es occidental y tampoco ha sido siempre el primer minuto del primero de enero. Fueron los antiguos babilonios los que iniciaron el rito hace unos cuatro mil años para conmemorar el nacimiento de la vida con la primera luna nueva del Equinoccio Vernal. Esta tradición fue heredada por los romanos, pero los emperadores le metían mano al almanaque con tanta frecuencia que pronto se desfasó del paso del sol. Julio César, en el 46 a.C., publicó su Calendario Juliano y la volvió al primero de enero, aunque para compensar por los caprichos de sus antecesores tuvo que dejar al año anterior durar 445 días.
Durante los primeros siglos de nuestra era la Iglesia declaró la fiesta como rito pagano y la prohibió hasta entrada la Edad Media. Cuando llegó Cortés a México, el calendario azteca acababa de ser reformado para ser de 365 días e intercalar un año bisiesto. El año empezaba el día 1 de Atlacalmaco, que coincidía con nuestro 1 de marzo.
El Año Nuevo Lunar es la más importante festividad para los chinos. La tradición dice que durante el último día del año, Nian, una feroz bestia, desciende a la tierra a devorar a los hombres. Sólo la alejan el color rojo y el ruido de cohetes y la luz de los fuegos artificiales, así que en las ciudades chinas esa noche todo mundo pega adornos rojos en las puertas, prende antorchas y echa palomas y buscapiés. Además dan a cada año el nombre de un animal. 2019 es el Año del cerdo.
Las personas de este signo, sean de ojos redondos o rasgados, de piel amarilla, negra, blanca o café, son diligentes, compasivas, generosas, concentradas, obstinadas, generosas, tienen buena salud y no son proclives al stress, aunque pecan de inocencia y con facilidad se les engaña como a un chino.
Donald Trump es perro y lamento anunciar que desde las orillas del Yangtsé los astrólogos de la milenaria Catay le auguran malos tiempos en 2019: poco trabajo, poca riqueza, poca salud y poco amor. “Es un año lleno de líos”, informan los pitonisos, durante el cual “es mejor no hablar mucho y no ofender a los demás con sus palabras: pensar tres veces antes de hacer algo”. Según esta milenaria cábala, para el locuaz inquilino de la Casa Blanca 2019 será el año de más mala suerte en el ciclo de 12 años. Esperemos que esto se traduzca en buenas noticias para el resto del mundo.
En el Japón el shogatsu es la celebración más importante del año y dura del 1 al 3 de enero. Los hijos del Sol Naciente creen que cada año es un nuevo comienzo, así que se apuran a cumplir con todos los deberes antes de que termine (igualito que el “mañana” y el “a’i se va” nuestro) y celebran el bonekai o “fiesta del olvido”, para despedir a los problemas y preocupaciones del año anterior. Por la noche tienen la tradición de echar a volar las campanas de los santuarios. Quizá algunos lectores recuerden aquel maravilloso pasaje de Lo bello y lo triste de Yasunary Kawabata cuando Toshio Oki decide viajar a Kyoto para escuchar el sonido de las campanas de los antiguos santuarios de la ciudad el día del Año Nuevo.
Los pueblos tienen diversas celebraciones para recibir el nuevo ciclo, aunque algo generalizado es la costumbre de dar regalos, vestir ropa especial, adornar las casas, celebrar fiestas y ofrecer propósitos. Acá entre nosotros no habrá faltado quien prometiera dejar de fumar, bajar de peso, leer un libro, hacer ejercicio o ejercer en lo posible la fidelidad. Los babilonios tenían como propósito favorito el regresar aperos de labranza prestados.
Así pues, el inicio de un nuevo año, en todo el mundo, tiene un significado especial, aunque las fechas y las cuentas no coincidan. Para el pueblo judío su año nuevo, Rosh Hashaná, es el 3 de octubre y están en el 5 mil 780 de su era. Los chinos van en el año 4 mil 716, los musulmanes en el mil 441 y los hindúes en el mil 942.
Por lo que a este escribidor respecta, vive al amparo del buey, signo que corresponde a personas tercas que se aferran a sus propios caminos, son honestas y produdentes por naturaleza, patriotas, idealistas y muy trabajadoras. Vaya.
Entre mis propósitos de año nuevo, además de los ya conocidos, uno central es la reanudación de la vida académica, suspendida por razones que he superado y que he incinerado entre chisporroteos calaita en el anafre de los olvidos. ¡Abrazo!

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