El PAN está no sólo disminuido electoralmente, sino también devaluado y desprestigiado. Foto: Cuartoscuro.

A muchos preocupan las medidas adoptadas o anunciadas por el inminente gobierno de Andrés Manuel López Obrador. A mí me aterra más la incapacidad de una oposición mediocre y desprestigiada que es incapaz de ser un contrapeso político, al menos mediático, a lo que ella misma califica como una amenaza autoritaria y populista contra la democracia y la estabilidad económica de este país.

La aprobación vía mayoriteo de la nueva Ley de Administración Pública Federal es un asunto más importante –y grave– que las decisiones sobre el aeropuerto capitalino, las falsas consultas ciudadanas, el nombramiento de funcionarios impresentables o la posible prohibición de comisiones sobre servicios bancarios. Es el sustento legal de la estructura que pretende tener el nuevo gobierno para llevar adelante su proyecto. Además, una muestra contundente de la manera en que pretende imponer sus decisiones quien hoy es dueño, por lo pronto, de los poderes Ejecutivo y Legislativo.

Y amén de la violación por parte de la bancada de Morena a disposiciones reglamentarias, lo que es otro indicio más que preocupante, la aprobación de esa Ley abre las puertas al advenimiento de una Presidencia de la República omnipotente, con un poder que no lo tuvo ni el viejo PRI… Destaca la creación de las llamadas súper delegaciones del Ejecutivo en los estados, una suerte de vicepresidencias controladas directamente por el jefe del Ejecutivo. Así, el Presidente de la República contará con delegaciones que coordinarán los Programas para el Desarrollo Integral y los recursos respectivos.

Observé con atención buena parte del debate sobre esa nueva legislación. Lo primero que me saltó fue que ante un PRI prácticamente ausente y un PRD lastimosamente disminuido, la facción legislativa del Partido Acción Nacional asumió supuestamente la oposición al proyecto. Y fue lamentable.

Los diputados panistas salieron en defensa de la democracia mexicana, cuando recién terminan un proceso antidemocrático en la elección de su nueva dirigencia nacional. Fue patético ver en tribuna a personajes nefastos de la calaña de un Jorge Romero Herrera, que se han convertido en caciques regionales a partir de la manipulación del padrón interno de militantes y el manejo de la estructura partidaria y los cargos y recursos económicos, afirmar que los diputados federales panistas están dispuestos a “dejar la piel” en la defensa de los valores democráticos.

Para colmo, lejos de una argumentación sólida que al menos ponga en evidencia las intenciones de las que acusan a AMLO, recurren a ocurrencias como la toma de la tribuna en San Lázaro y la exhibición de una enorme manta con la leyenda “No a la dictadura obradorista”, en la que pretendían ridiculizar al Presidente electo, al presentarlo con una boina roja al estilo de las que usaba el dictador venezolano Hugo Chávez.

La protesta panista obviamente no convenció a nadie, pero logró tronar temporalmente la sesión en que la Ley en cuestión sería aprobada, cuando el presidente de la mesa directiva de la Cámara, Porfirio Muñoz Ledo, decretó un receso. Al reanudarse la sesión de manera irregular, la bancada opositora que coordina el guanajuatense Juan Carlos Romero Hicks decidió ausentarse, como lo harían poco después los legisladores del PRD y Movimiento Ciudadano. De modo que los de Morena, solos, se despacharon a su antojo.

Ocurre que los jerarcas del PAN ahora encabezados por el anayista Marko Cortés Mendoza parecieran no darse cuenta de que carecen de toda autoridad moral para cuestionar a sus rivales. Ya nadie les cree el discurso de la honestidad y de la defensa de los valores fundamentales de la persona humana, incluida la democracia. Los conflictos internos que han derivado en la salida de militantes prominentes y las abundantes, reiteradas denuncias entre unos y otros por prácticas antidemocráticas y actos de corrupción han mermado, desgastado, la credibilidad del partido fundado por el chihuahuense Manuel Gómez Morín en 1939 y que durante décadas ejerció una oposición digna y respetable.

Hoy suena por eso a sarcasmo la afirmación de Cortés Mendoza al recibir el miércoles pasado su constancia de “mayoría” de que el reto de ahora en adelante para su partido “es un desafío que se antoja descomunal”. Dijo que no hay que regresar al PAN de ayer, ni mantener el PAN de hoy: “Debemos construir el PAN de mañana, con los principios que nos dieron origen, con las luchas que nos han dado fuerza, con la sociedad que nos exige autenticidad. Con esto tenemos que construir el PAN de mañana”.

El PAN está no sólo disminuido electoralmente, sino también devaluado y desprestigiado. Perdió su principal sustento: su levadura. La que posiblemente haya sido su última oportunidad para corregir el rumbo se perdió con la imposición de la misma camarilla, ahora aliada con supuestos antagonistas convertidos en cómplices como Héctor Larios Córdova y Rafael Moreno Valle, en la dispareja contienda interna que culminó el pasado 11 de noviembre. Y esa es nuestra primera fuerza opositora, frente al todopoderoso gobierno de Andrés Manuel. Válgame.

@fopinchetti