FEDRO CARLOS GUILLÉN / FOTO: PAOLA HIDALGO

CIUDAD DE MÉXICO.- El científico y escritor Fedro Carlos Guillén sigue con interés todo tipo de cartas. Ahora une su pasión por la literatura, la historia y la ciencia en su nueva novela que hoy publica su nueva entrega.

CATORCE

Alonso estaba enamorado de Martina desde los diez años de edad. Por su aspecto y sus talentos era víctima de un bullying permanente que lo tenía muy mal parado. Era de baja estatura y algo pasado de peso, sin duda el mejor alumno de su nivel. Se interesaba en el cine y los libros. Sus compañeros, que le jugaban bromas pesadísimas, le parecían imbéciles perdidos. Un día en un receso le quitaron la cámara de video con la que filmaba todo y empezaron a lanzarla de un lado al otro mientras él, desesperado, la trataba de recuperar.

–¡Devuélvele su cámara, cabrón!

Era Martina que miraba decidida al niño obeso y de pelo rebelde que en ese momento la tenía en su poder y la balanceaba burlón frente a Alonso. El resto empezó a reír, pero Martina dio un paso al frente.

–¡Dije que se la devuelvas!

Cuando el vándalo iniciaba una sonrisa recibió una patada en los testículos que lo dobló en un gesto congestionado. Martina se inclinó sobre él, le arrebató la cámara y le dijo al oído.

–La próxima vez te lastimaré de verdad.

Devolvió la cámara a Alonso y se fue.

Desde aquel momento Alonso supo que no habría nadie más y entabló una amistad indeclinable con Martina. Sabía que no tenía posibilidades amorosas, lo que fue confirmando en la medida que crecían juntos. Mientras ella empezaba a salir con chicos, Alonso se sumía más en abstracciones y se concentraba en sus videos. Alguna vez durante una borrachera adolescente le confesó su amor, ella lo vio con dulzura, lo tomó de la cabeza con ambas manos y le dio un beso en la mejilla. Era una respuesta, a final de cuentas. Ahora, a sus 17 años de edad, había aceptado el estado de las cosas y convivía con ella prácticamente todo el tiempo del que disponían; iban al cine, a marchas y se habían convertido en jóvenes activistas de Amnistía Internacional. Cuando supo que estaba embarazada corrió a verla a su casa, la encontró sentada en un sofá abrazándose las rodillas. Se sentó a su lado y dijo:

–¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?

Martina sonrió con tristeza y respondió:

–No muy bien. Soy una pendeja total. Debí haber tomado la píldora del día siguiente, pero no pensaba claro, además me metí con Enrique, ese imbécil que ni siquiera sabe que estoy embarazada, y Ana que no aparece.

–¿Cuáles son las opciones?

–Sólo dos, que son como tragar vidrio o veneno; la ley da chance de aborto hasta la semana doce de la gestación, lo que me deja como mes y medio para decidir, la otra es seguir adelante con el embarazo y tener a mi hijo. En ambas hay muchos más broncas que ventajas, por lo que definitivamente estoy jodida.

Alonso asintió; sabía, por experiencia que lo que menos necesita alguien en momentos como esos es un juicio, así que la miró fijamente y le dijo:

–Sabes que yo te apoyo.

La joven le devolvió la mirada, pero con una expresión de tristeza y le reviró:

–¿Sabes cambiar pañales?

Ante el desconcierto de Alonso, agregó:

–Estoy bromeando buey, de veras no tengo idea de qué voy a hacer. Mi papá me ha dado el apoyo total respetando la decisión que tome pero necesito información y, sobre todo, razonamiento. Pase lo que pase, mi vida ya se fue a la mierda.

–¿Qué sabes de Ana? –, preguntó el muchacho intentando cambiar de tema.

–Muy poco, está rarísimo, parece que su mamá la castigó y estaba enojada, Adolfo dice que habló con ella, así que pensaron que se fue de su casa, pero tengo muchas dudas, ¿con qué dinero?, ¿a dónde? No tenía cel pero se podía haber comunicado con nosotras para avisar que estaba bien. Ya preguntaron a todos sus familiares y no saben nada. La policía dice que recibe un chingo de casos por día. Mira:

Martina prendió su iPad y le mostró una página a Alonso:

Entre el 1 de enero de 2011 y el 13 de febrero de este año, en la ciudad de México desaparecieron mil 872 niñas de entre 10 y 17 años, con características físicas similares. Un muestreo realizado por EL UNIVERSAL detectó que el 87 por ciento de las extraviadas tienen el cabello largo en el momento de su desaparición y que el 71 por ciento son de piel morena.

Además, dos de cada tres niñas comparten otras características: son de complexión delgada y miden menos de 160 centímetros, lo que las convierte en víctimas fáciles en el supuesto de una desaparición forzada. Este patrón físico entre las menores desaparecidas ha alertado a activistas por los derechos humanos, quienes temen que las niñas hayan pasado de extraviadas a víctimas de delitos.

“Es un tema de mucha preocupación que hemos detectado. Tiene grandes vertientes sobre lo que puede estar sucediendo: la trata de personas, cualquier forma de explotación sexual, adopciones ilegales, pornografía infantil, prostitución, turismo sexual. Cuando hay desaparecidas con las mismas características físicas o de fenotipo, probablemente hasta se trata de tráfico de órganos”, señaló Teresa Ulloa, directora regional de la Coalición Contra el Tráfico de Mujeres y Niñas para América Latina y el Caribe.”

Martina cerró la página. Alonso le preguntó:

–¿Crees que la secuestraron?

–Es posible, y si es así, la cosa está de la chingada.

Martina se quitó la pulsera con la que acostumbraba jugar cuando estaba nerviosa. Justamente la había comprado con Ana en Córdoba, en un viaje escolar que realizaron para analizar el tema cafetalero.

En la televisión había un anuncio de tenis para adelgazar. El tío Luisito entró y se rascó la entrepierna en tanto señalaba a Alonso:

–¿Éste es el ciudadano responsable?

Martina sonrió ante la mirada del muchacho:

–No, Luisito, él no fue. Éste es Alonso, un amigo que conoces hace diez años.

El tío Luisito se rascó la cabeza:

–¿Y cómo voy a adivinar si todos tus amigos son unos hippies con pelos de mujer que les cubren la cara? ¿Una cubita, jovenazo?

–No señor, no tomo.

–Y maricones, además. Vente, Agamenón, que ya es hora de tu lechita. –Un gato viejo que se encontraba sembrado en una poltrona lo siguió. El tío Luisito sacó un frasco de leche, lo sirvió y le agregó unas gotas de ron Huasteco, el gato de inmediato empezó a beber.

Martina sonrió, adoraba a su tío abuelo y estaba acostumbrada a todo; alguna vez el tío Luisito le tocó el trasero a una enfermera que se encargaba de cuidarlo y ella, entre gritos e improperios, se fue y nunca volvió. En otra ocasión su padre tuvo la ocurrencia de llevarlo a un partido Tigres-Diablos, en la quinta entrada el tío Luisito ya se tambaleaba y decía peladeces a favor de la democracia, cuando le gritaron: “¡Callen a ese borracho!”. La réplica fue ágil y devastadora: “¡Borracho, pero con mi dinero!”. El estadio entero se carcajeó.

El tío Luisito se dirigió a la cantina; se sirvió un termo con ron y coca, sacó un popote que utilizaba ante la carencia de dientes frontales y se sentó en su poltrona para ver “encueradas”, como él las llamaba, en la edición diaria de un periódico de pacotilla.

QUINCE

Mauro Crivelli contaba con cincuenta y dos años de edad cuando su patrón falleció, su muerte lo entristeció profundamente. Siempre le había dado un trato justo en los casi treinta años que había permanecido en Down. Valoró sus opciones, que no eran numerosas, ya que su trabajo se limitaba a la atención exclusiva del ahora difunto. No tenía a nadie a quien recurrir, ya que Erasmo, su protector original, había fallecido el año anterior y no quería molestar a la viuda de Darwin en medio de su dolor. La solución, paradójicamente, provino de Emma, quien le indicó mediante una nota, su posible inclusión en el testamento. Mauro decidió esperar; después de todo salir de una rutina como la que él había seguido no era fácil; fue a Londres. Se permitió el modesto lujo de una visita plebeya a Bath, sus aguas termales le habían sido anunciadas como un prodigio y pasó ahí algunos días. Nunca se casó y su condición de hombre solitario se había mantenido a lo largo de toda su vida después de su decepción amorosa adolescente. Ahora se encontraba desorientado, ya que su vida seguía un ritmo rutinario tan exacto como el servicio de trenes ingleses. Darwin siempre había sido generoso con él, trataba de enseñarle algunas ideas generales de su teoría y le dio acceso pleno a su biblioteca, en la que no sólo se encontraban obras científicas, sino también novelas y ensayos. Se había convertido en un lector ávido que utilizaba las noches para devorar todo tipo de libros, su favorito era Dickens; se identificaba plenamente con David Copperfield y su vida. Al balneario llevó algunas obras de Verne, un novelista francés del que había oído hablar elogiosamente y del que en ese momento leía La vuelta al mundo en 80 días, una novela que narraba las peripecias de Phileas Fogg, un caballero inglés acompañado de su criado francés, Jean Passepartout. La historia le recordaba su propia vida al lado de Charles Darwin.

Pasados algunos días recibió la noticia de que el testamento sería leído y regresó a Down sin grandes esperanzas, después de todo no tenía grandes expectativas y se encontraba muy agradecido con aquel hombre, tan generoso, que lo había admitido en su hogar durante tanto tiempo.

La lectura se llevó a cabo en una espaciosa oficina en el centro de Londres, se reunieron familiares y amigos cercanos de Darwin. Con voz solemne, el abogado dio inicio al procedimiento. La fortuna era muy considerable, un total de 146,911 libras1, el equivalente a más de diez propiedades como en la que vivió Darwin, que fueron dispuestas casi en su totalidad para su viuda e hijos. A sus amigos más cercanos Darwin les legó sus manuscritos y libros especializados. Crivelli casi sufrió un infarto cuando le fue anunciado que recibiría 400 libras por parte de Su Patrón en “recompensa a sus servicios”. Eso correspondía a los ahorros de su vida y de pronto sintió unas enormes ganas de llorar.

Finalmente se despidió de la familia Darwin y de Down. Había decidido viajar un poco por Europa antes de regresar a su natal Venecia. Una mañana llegó a Calais, una pequeña ciudad costera al norte de Francia con poco más de siete mil habitantes. Tomó el tren a París y al llegar quedó deslumbrado, ya que en nada se parecía a lo poco que conocía de Inglaterra. Invirtió unos días paseando por sus amplias avenidas y se dirigió al recién formado Imperio Alemán. Tomando como destino la ciudad de Berlín, la capital, rutinaria e impersonal, le impresionó muy poco.

Su talante solitario lo orillaba a buscar cafés en los que leía ávidamente a Verne o veía a las personas tratando de adivinar cuál sería su ocupación, un juego que le entretenía. En ese momento, estimó que un hombre desgarbado que pasaba frente a él era escribano en una oficina dado el color diferente de su camisa blanca, que seguramente era protegida para evitar las manchas de tinta.

El 20 de mayo, en Viena, fue el testigo privilegiado de la firma de la Triple Alianza entre el Imperio Austrohúngaro y el alemán, pacto al que se sumaría su país natal. Decidió visitar Bohemia y entonces llegó a Praga: una ciudad bellísima que disfrutó mucho. Una mañana, sentado en la terraza de su hotel, escuchó un acento italiano, idioma que a pesar de los años, le era familiar. Se trataba de una mujer que no lograba hacerse entender con el mesero, un gitano que manoteaba exasperado. Valoró la situación y se acercó con el fin de ofrecer ayuda. Le preguntó al mesero en inglés acerca del problema, éste respondió de manera limitada que todo estaba resuelto. En italiano se dirigió a la dama preguntándole qué deseaba, ella respondió y Crivelli transmitió el pedido. Una vez zanjado el incidente, se quitó el sombrero y se presentó. Ella correspondió con su nombre, le agradeció y lo invitó a sentarse. Mauro, abrumado ante su falta de experiencia, ofreció una caravana cortés y regresó a su mesa ligeramente abatido por su falta de arrojo y la observó con detenimiento; era una mujer de unos cuarenta años vestida con corrección, su pelo rubio caía por los lados de un sombrero que a Crivelli le pareció extraño. Sus facciones sin ser bellas eran finas, las manos largas y delgadas. Se veía sola y algo desorientada. A la mañana siguiente la volvió a encontrar en la misma mesa del día anterior y venciendo todos sus sensores internos se aproximó y, tras saludarla, pidió permiso para hacerle compañía. Ella accedió con una sonrisa y advirtiendo sus nervios inició la conversación:

–¿Eres italiano? No lo pareces.

–Nací en Venecia hace ya demasiados años pero he pasado más de la mitad de mi vida en Inglaterra, sirviendo a un caballero que acaba de morir, ahora voy de regreso a casa pero decidí viajar un poco, ¿y tú?

–Soy de Livorno, en la Toscana, trabajo como maestra en una escuela de señoritas. Desde hace un año planeé este viaje de verano con una amiga, sin embargo, ocurrió algo trágico. En el tren que nos traía de Viena se puso mal y llegó directamente a un hospital aquí, en Praga, hace ya una semana.

Mauro se inclinó sobre su asiento:

–¿Qué tan mal está?

–Parece que muy mal, los doctores no saben qué tiene y esperan lo peor.

–Lo siento mucho –fue la respuesta de Crivelli, mientras contemplaba el reloj de la plaza que en ese momento marcaba el mediodía.

–¿Te molestaría dar un paseo por la ciudad, Mónica? –propuso Mauro al percibir la angustia de la mujer.

–Te agradezco mucho.

El paseo los llevó por calles céntricas de Praga y fue muy agradable. Mauro le contó a Mónica de Darwin y su fama, y de los más de treinta años a su servicio, de sus memorias de infancia en Venecia y de sus familiares, casi todos muertos. Ella le explicó que sus padres habían decidido para ella un destino de noviciado, pero se rebeló y tuvo que irse de su hogar. Paradójicamente, fue rescatada por un grupo de monjas que fundaron una escuela en Livorno para niñas huérfanas, en la que Mónica estudió y luego se convirtió en profesora. Cuando tenía 25 años conoció al que más tarde sería su esposo, no tuvieron hijos y él falleció prematuramente, al cumplir 40 años, en un accidente laboral, hacía ya un lustro.

Esa noche, cuando se fue a la cama, Mauro Crivelli percibió una sensación inédita. Estaba contento.

1Equivalente a 20.4 millones de dólares a precios actuales (N. del A,)