Andrés Manuel López Obrador suele contestar a casi a todas las críticas que se le hacen. Ciertamente hay injustas y maliciosas; también las hay bien intencionadas. A veces revira directamente y en otras, se va contra el mensajero. En la mayoría de las ocasiones el líder de izquierda no discrimina entre unas y otras y agarra parejo. La consecuencia es que genera la idea de que no es bienvenida la crítica, venga de donde venga y se trate de lo que se trate. Y eso es peligroso.
No lo justifico, pero creo que detrás de esa actitud está el individuo que ha sufrido años y años de acoso. Se le ha atacado y vulgarizado durante al menos dos décadas para hacerlo parecer un perro rabioso. En algún momento de su historia reciente se ha quedado sin apoyo –no como el que ahora le sobra– y le han dado hasta el hartazgo. Se ha sentado en un rincón, acorralado, y desde allí se ha defendido con apenas un puñado de leales y un brazo lastimado. Se debe considerar que López Obrador es quizás el político mexicano al que más dinero se ha destinado para despedazarlo: millones, quizás cientos de millones de pesos invertidos por partidos, individuos y, sobre todo, empresarios. Entonces esa actitud contra la crítica es casi un reflejo. Se vuelve un reflejo con los años.
La campaña terminó, aquellos tiempos están lejos: en poco más de un mes será el Presidente de México. Tendrá que administrar bien la crítica y discernirla. Habrá la bien intencionada y la maliciosa: por lo que ahora representa, no debe meterla toda en un costal. Es posible que en esa crítica pueda encontrar algo que le sirva.
Buena parte de la crítica que le llega es la que busca confirmar lo que se ha dicho de él. Se le llama intolerante y él responde, y “les confirma” que es intolerante. Le dicen antidemocrático y él responde, y usan su respuesta para “confirmar” que no soporta el juego de una democracia. Y entonces, al ver tanto no ve. Y para tener un cargo como el que tiene, hay que ver, hay que palpar, hay que medir el pulso. Sirve. Debe aceptar que, a veces, tomar de aquí de allá la crítica que construye puede ayudarle a ver más allá del bosque.
Critica a la prensa porque denuncia a Rosario Robles. Agarra parejo: durante décadas no se ocuparon de los “jefes de jefes”, dice, pero sí de sus empleados (resumo). Y exonera de golpe a Rosario, y ataca parejo a todos los medios. Desestima el trabajo periodístico más valioso de estos años: el de investigación. Y esto es apenas un ejemplo. Manda una mala señal y barre parejo. Justo es la investigación periodística la que desenmascaró al Gobierno de Enrique Peña Nieto como uno de los más corruptos de los que se tenga memoria. Y el tufo a podredumbre ayudó a que la gente, de manera masiva, aceptara que se necesitaba un cambio de fondo.
Andrés Manuel debería ser tolerante con la crítica. Discernirla, apartar lo que no sirve y no matar al mensajero. Debe entender que los medios que fueron aduladores con Peña serán aduladores con él, simplemente por el dinero. Sus dueños necesitan helicópteros para vivir.
Pero hay otra prensa que fue crítica con Peña y será crítica con él, y no es personal: la prensa crítica robustece nuestra democracia y a él puede ayudarlo a gobernar mejor, a ver en dónde tiene que corregir el rumbo. De otra manera se hará rápidamente amigo de los medios lambiscones, y mandará al gueto, como lo hizo Peña, a los que se atrevieron a criticarlo. Pero los medios lambiscones con Peña no fueron suficientes para mantenerlo a flote: se va como el Presidente más rechazado de la historia. Es decir: esos medios fofos que ahora se pondrán a los pies de AMLO sólo evitarán, como lo hicieron con Peña, que vea más allá.
AMLO debe discernir qué es lo que le sirve, de todo lo que le lanzan. El proverbio chino dice que sólo el necio mira el dedo cuando el sabio señala a la Luna. Y un viejo periodista solía decirnos, a los reporteros jóvenes, que los que reaccionan a todo suelen caer fácilmente en las trampas. “No vayan por todas las chuletas porque una de todas estará envenenada”, nos decía. Los ladrones pacientes, explicaba, suelen lanzarle una chuleta a diario a los sabuesos que cuidan la casa bajo su asedio. Hasta que un día les sueltan la que trae veneno. “No vayan por todas las chuletas”, insistía. “Una estará envenenada”.
No veo a Andrés Manuel encerrado en una burbuja, como Peña Nieto. Lejos de eso, lo veo expuesto a todo: es un animal político de calle, no de escritorio. Entonces, si sabe que estará expuesto a la crítica y que le llegará mucha, debe discernir la que puede serle útil de la que trae veneno. Y aceptar una y atajar la otra. Discernirla toda. Tiene seis años por delante y no puede perder la paciencia; le quedan seis años nuevecitos por estrenar, y debe entender desde ahora que habrá muchos críticos que buscarán ponerle el pie, y otros que quieren, simplemente, lo mejor para la República.