La italiana Elena Pirrone durante el Mundial de ciclismo. CHRISTIAN BRUNA EFE

Estoy en Innsbruck con lo que podríamos llamar El Club del Arcoíris, con otros campeones del mundo como Cipollini, Museeuw o Bettini, y soy un anónimo, uno más. Cuando llegamos a un control hacemos cola detrás de los aficionados y ni la policía te permite saltarte las normas, como cuando me hicieron bajarme de la bici porque me vieron hablando por teléfono mientras pedaleaba muy despacito por el carril bici.

Me siento casi tan desconocido como lo era el 9 de octubre de 1999, paseando por Verona como cualquier turista y haciéndome fotos en el jardín de Julieta. Uno más. Había corrido muy poco fuera de España. Al día siguiente gané mi primer Mundial.

Tenía 23 años, los mismos que tiene Enric Mas ahora, pero mi situación era diferente. Pocos aficionados me conocían y menos pensaban que podía hacer algo. No había destacado en la Vuelta como Mas. No era el favorito de nadie. Solo yo sabía que andaba muy bien y que podía hacer un buen papel, pero solo eso, un buen papel. A la hora de llegar a un Mundial, en la selección española, en general en el ciclismo español, nadie pensaba que se podía ganar. Nadie tenía mentalidad de ganador, pero yo me ilusionaba porque dos años antes había sido subcampeón mundial sub-23 y sabía que esta era una oportunidad más. Acudía con mucha ilusión. Sabía que podía ser algo. No pensaba que podía ganar el Mundial, solo lo soñaba. Sí, lo soñaba, porque soñar es gratis, y he soñado con muchas más cosas que no he conseguido. Y yo sí que tenía mentalidad ganadora.

La tenía antes del Mundial porque desde siempre la tuve. Nunca he tenido miedo a nadie. Desde el primer día de profesional supe que no estaba lejos de los mejores. Con esa mentalidad corrí. Una vez que en la última vuelta me vi en el grupo de favoritos, dejé la ilusión aparte. Ya no se trataba de soñar, sino de marcar la diferencia. Solo pensaba en ganar. Bueno, pensaba primero en no quedarme y después en ganar, pero sabía que si no me quedaba iba a ganar. Esa es la mentalidad ganadora. Yo, cuando pasé a profesional, no pasé para aprender, como dicen muchos que hacen, sino que pasé para ganar. Para aprender están los años de aficionado. En aficionados solo corrí una carrera en la que se hicieron abanicos. Me quedé cortado en el último grupo. En mi carrera con abanicos de profesional, gané la etapa. Fue en la Vuelta a Castilla y León. Mi primera victoria profesional.

Y cuando en Verona, en la última vuelta, estaba en el grupo de los mejores, y había corredores como Vandenbroucke o Ullrich, que se habían salido en la Vuelta, no pensé nunca que no podría ganarles.

Óscar Freire, de 42 años, ha ganado, entre otras cosas, tres Mundiales y tres Milán-San Remo. Al día siguiente de ganar en Verona, en la primera página de La Gazzetta dello Sport, bajo una foto suya ganando, figuraba el titular: “El español Óscar Gómez, ganador sorpresa”. Tan desconocido era que los italianos empezaron a conocerle antes por su segundo apellido.