Antes de empezar “la despiadada vía de la demolición” de la 4T, Felipe Calderón debería aclarar varias de sus “decisiones difíciles”; por ejemplo, ¿por qué decidió dejar a Genaro García Luna seis años al frente de la seguridad pública?

Bien dicen que todo poder necesita un contrapoder. Todo gobernante, al crear su narrativa de dominación, busca un ente opositor que, al resistir, justifique y retroalimente sus políticas de gobierno.

Esa polarización ha sido el eje articulador de la historia política de México en el siglo XXI, sobre todo a partir de 2006: un estira y afloja entre Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón Hinojosa.

Un juego de vencidas entre dos personajes que, por las buenas y por las malas razones, han tenido la oportunidad de ejercer el poder y el contrapoder.

Gracias a Felipe Calderón y a las artimañas con las que llegó a la Presidencia en el 2006, gracias a la guerra que ensangrentó al país, López Obrador pudo construir la imagen del perfecto opositor; resistió dos sexenios y, en 2018, supo capitalizar el correlato que construyó durante el calderonismo y el peñismo: el pueblo versus la mafia en el poder.

Ya en el gobierno, López Obrador afirma que se han invertido los papeles: ahora el “pueblo” está en el gobierno y la “mafia del poder” está en la oposición.

Y, lejos de conciliar a unos y otros, el presidente alienta más polarización, con un discurso propio de un activista político, no de un presidente dispuesto a gobernar para todos y cerrar, de una vez por todas, la llaga abierta en 2006.

Por eso, hoy el perfecto opositor a la “cuarta transformación” no es Marko Cortés, Ángel Ávila, Clemente Castañeda o algún otro líder de la oposición legal y formal. No son los gobernadores, ni los coordinadores parlamentarios de ningún partido.

El perfecto opositor es Felipe Calderón, quien decidió regresar, sin recato ni remordimiento alguno, al rejuego de la política.

Ha salido a la luz el libro Decisiones difíciles, en el que el ex panista relata su versión de lo sucedido entre 2006 y 2012, o al menos los episodios de los que se siente orgullosos.

Según el fragmento disponible en la página de la editorial Debate, el expresidente parte de una premisa que, por lo visto, es el hilo conductor de las 520 páginas que conforman la obra: “Gobernar es decidir y eso no es ni remotamente algo simple”.

Fiel a su estilo bravucón, Felipe narra, por ejemplo, la “valentía” con la que decidió quebrar la Compañía de Luz y Fuerza, en octubre de 2009. Y, según el adelanto publicado en el portal La Silla Rota, en su narración confirma su estilo de gobernar, con anécdotas como la de aquella tarde de otoño de 2009, en la que el gol de Cuauhtémoc Blanco en el partido México-El Salvador que le daba el pase a la Selección Nacional al Mundial de Sudáfrica 2010, fue la señal para iniciar la toma de las instalaciones de la empresa paraestatal, a la voz de: “¡ya!, es ahora o nunca”.

Dice Felipe Calderón en la introducción de su libro, que la tarea de gobernar obliga a decidir a gran velocidad, a sabiendas de que puedes equivocarte y de que el alcance de la opción elegida es simplemente historia por construir.

Asegura que esas decisiones son el campo fértil de la crítica.

Y añade: “crítica a veces bien intencionada, constructiva, o crítica a secas. Pero a veces es también la despiadada vía de demolición de aquellos a quienes no les interesa tanto el país como descarrilar al gobierno. Una oposición sin responsabilidad, sin sentido de Estado que, en mi gobierno, siempre estuvo encarnada por quienes nunca aceptaron su derrota”.

Llama la atención que Felipe describa con tal exactitud lo que, al parecer, se propuso hacer y ser en este sexenio: una oposición sin responsabilidad y sin sentido de Estado.

Dice Felipe que el lopezobradorismo nunca aceptó su derrota de 2006. Tiene razón.

Y está claro que el calderonismo nunca aceptará la victoria de López Obrador de 2018.

En esa lógica, Felipe busca regresar a la política en 2021.

Probablemente sueñe con ser líder parlamentario del partido México Libre, una organización supuestamente dirigida por su esposa, Margarita Zavala, y su excolaborador Fausto Barajas, que ahora está a la espera de que se reactive el procedimiento para que el INE otorgue (o no) registro a los nuevos partidos que podrán competir en las elecciones intermedias del próximo año.

Su apuesta es convertirse en el polo que atraiga nuevamente, como ocurrió en el 2006, al antilopezobradorismo.

Tal como sucedió en esa elección, hace ya 14 años, Felipe y Margarita no están ofreciendo un proyecto claro de nación, sino una trinchera para los “anti-Peje”, una bandera para que los inconformes con el lopezobradorismo cierren filas, se retroalimenten y se reproduzcan.

No es casual que Felipe haya sacado este libro justo ahora, cuando estaba programado que se resolvieran los registros a los nuevos partidos.

No contaba con que el coronavirus se atravesaría en el camino de México Libre.

Será hasta agosto, quizás septiembre, cuando se sepa si las 253 asambleas registradas por México Libre ante el INE se declaran válidas y legales, y si sus 317 mil 758 afiliaciones son genuinas.

No sería la primera vez que hicieran trampa: ya en 2018, cuando Margarita fue candidata “independiente” a la Presidencia, el INE logró acreditar que el 45 por ciento de los apoyos que presentó para registrar su candidatura eran apócrifos.

En aquella ocasión, Margarita obtuvo el registro, pero terminó bajándose de la contienda en mayo, mes y medio antes de los comicios, cuando los calderonistas descubrieron que no tenían ninguna posibilidad de ganar y se quedaron sin recursos.

Hoy están de regreso, dispuestos a hacer ganancia en medio del río revuelto.

Pero antes de empezar “la despiadada vía de la demolición” de la 4T, Calderón deberá responder varias preguntas que hasta el momento se ha negado a abordar con seriedad, y que tal vez debería responder en su libro Decisiones difíciles:

¿Por qué DECIDIÓ dejar a Genaro García Luna al frente de la Secretaría de Seguridad Pública los seis años de su administración?

¿Por qué DECIDIÓ darle todo el poder a un hombre polémico y que ya entonces tenía serias acusaciones en su contra?

¿Por qué DECIDIÓ darle más crédito a García Luna que a sus exsecretarios de Gobernación en las tareas de seguridad nacional, incluidos los dos secretarios que murieron en inverosímiles accidentes aéreos?

¿DECIDIÓ Felipe investigar a fondo la muerte de Juan Camilo Mouriño y Santiago Vasconcelos, en noviembre de 2008, y la de Francisco Blake en noviembre de 2011? ¿Qué DECIDIÓ hacer con el resultado de esas indagatorias?

Ésas también debieron ser “decisiones difíciles”. Ojalá que, en su nuevo libro, el expresidente también aborde esos temas.

PD. Expreso mi solidaridad con Carmen Aristegui y su equipo. No es la primera vez que se le ataca y acosa desde el poder. Estoy seguro de que, también en esta ocasión, triunfará ella, triunfarán la verdad y el buen periodismo.