Para mi sobrina nieta Alessandra Aspiros Vélez por sus tres añitos cumplidos el día 27, aniversario natal de mi querida madre María Teresa

Fernando Díez de Urdanivia Serrano, uno de los primeros varones egresados de una escuela de periodismo en México, falleció el pasado 24 de febrero en la ciudad de Cuernavaca, ya retirado de su profesión, que desempeñó durante más de seis décadas en siete diarios y cuatro revistas. Tenía 87 años.

Fue hijo homónimo del fundador y primer director de la Escuela de Periodismo de la Acción Católica Mexicana en 1949, la cual en 1953 cambió su nombre al de ‘Carlos Septién García’, y posteriormente se desprendió de sus vínculos religiosos y se convirtió en una asociación civil donde hasta la fecha -casi 71 años después- se imparten una licenciatura y dos maestrías.

Díez de Urdanivia -cuya madre se llamó Otilia Serrano- dejó un testimonio de su formación en una crónica para las dos ediciones (1999 y 2011) del libro El parlamento de los pueblos, escritas respectivamente por los periodistas Alejandro Hernández y Manuel Pérez Miranda, y que narran la historia de ese plantel profesional, del que fueron además directores.

En su relato, titulado ‘Evocación de una aventura’, el hoy fallecido periodista cultural especializado en música y letras, menciona que su padre –“el mejor amigo que me ha brindado la vida”- le dijo durante una comida en familia “que se pondría en marcha una nueva escuela de periodismo, de la que sería director. Paré la oreja y me apunté sin pedir opiniones. Estaba yo terminando la secundaria”.

Asistió a la ceremonia de inauguración el 30 de mayo de 1949 y recordó en su relato cómo, al día siguiente, “comenzó para mí, y seguramente para todos, la gran revelación de la lengua y la poesía, vinculadas a nuestro pasado hispánico”. Ello, porque “el profesor Alejandro Avilés (periodista y poeta) impartía la primera clase”.

Se refirió en ese testimonio al “universo para mí nuevo de la filosofía y la tecnología, la historia universal con desconocidas perspectivas, el descubrimiento del verbo como medio comunicador y fin estético; la técnica del periodismo, que no tomaba yo demasiado en serio porque, al fin y al cabo, tenía al maestro en casa”.

Eran tiempos en que los periodistas veteranos y los mismos profesores de la carrera se habían formado en la práctica porque no había escuelas aquí salvo la de la Universidad Femenina de México fundada en 1943, y porque, como lo dijo su padre don Fernando en plena inauguración del plantel, según la crónica de José N. Chávez González (otro egresado, maestro y director), retomada en el libro ya citado:

“La escuela no fue fundada para formar periodistas, sino para ayudar a formarlos, ya que la carrera periodística, más quizá que otra alguna, no se aprende en clases ni en libros o apuntes sino -esencialmente- practicándola. El alumno que mejor sepa sus materias, al final del curso, si no se ha ejercitado de continuo en escribir, seguirá siendo todavía un completo neófito del periodismo. Es necesario escribir, escribir siempre.”

No había entonces periodismo radiofónico (sí, noticiarios, a cargo de locutores), ni existía la televisión.

En ese tiempo y por varios años más, aquella fue una carrera técnica y luego se volvería licenciatura cuando se formó la asociación civil, pero nunca faltaron las materias formativas tanto en las técnicas del oficio, como en los aspectos intelectuales y culturales de la profesión.

El hoy extrañado Fernando Díez de Urdanivia (lo conocimos en El Heraldo de México, donde escribía los editoriales en relevo de su padre ya fallecido) mencionó en su texto a profesores como el doctor Ramón de Ertze Garamendi que le hacía “llegar una sabiduría fresca recién traída de Lovaina y activada en los novísimos textos europeos a los que yo me asomaba a hurtadillas” y también “la adusta actitud de (José) González Torres, guiándonos hacia el dominio de la hermenéutica” y “la sencillez coloquial de mi padre, enseñando los fundamentos de la noticia, de la entrevista, del editorial, de la crónica”.

Refirió además la camaradería que surgió entre aquellos primeros alumnos y futuros periodistas, que también se entrenaron en el rumbo de la Escuela con juegos de boliche, carambolas de villar, tarros de cerveza y “leales amistades entre los varones; sana camaradería con las muchachas, que en más de una ocasión tocó los corazones y siguió el camino del altar”.

De entre aquellos sus compañeros y profesores, tres lustros después conocimos en esas aulas -por ejemplo- al historiador Carlos Alvear Acevedo, el profesor Alejandro Avilés (ex directores ambos) y a los periodistas María Teresa Zazueta y Domingo Álvarez Escobar, además de otros.

A finales de 1951 don Fernando Díez de Urdanivia padre entregó la dirección de la Escuela a un “sucesor idóneo”: Carlos Septién García, quien -continúa el relato- “estaba generosamente dotado de las cualidades necesarias. Solvencia profesional, moralidad ejemplar, suave energía de mando, don de gentes”, pero “tenía una cita en la Sierra de Mamulique, el 19 de octubre de 1953” y, tras su prematura muerte, “la escuela perpetuó su nombre y su memoria”.

El tecleador evoca a don Fernando padre y don Fernando hijo -quien también estudió música en la Academia Palestrina- a seis décadas de que se abrieron para él las aulas de la Escuela de Periodismo “Carlos Septién García” como alumno y cuatro como profesor, además de haber colaborado también con un trabajo para la segunda edición de El parlamento diario de los pueblos.

Fernando Díez de Urdanivia y Díaz nació el uno de noviembre de 1897 en Puebla y falleció el 21 de enero de 1966 en la Ciudad de México, y Fernando Díez de Urdanivia Serrano vino al mundo el 28 de julio de 1932 en la Ciudad de México, y partió el 24 de febrero de 2020 en Cuernavaca, Morelos.