A los científicos se les suele mirar desde fuera del gremio como unos sabios con unas mentes capaces de resolver los problemas prácticos más intrincados. Curar el cáncer, acabar con los problemas cardíacos, resolver los problemas mentales. Juan Lerma (Moral de Calatrava, Ciudad Real, 1955) es uno de los neurocientíficos más destacados de España, uno de los sabios que deberían ayudarnos a reparar el cerebro y, sin embargo, él mismo reconoce que después de una larga carrera solo al final ha empezado a estudiar los desequilibrios moleculares que están detrás de dolencias como la epilepsia, el autismo o el síndrome de Down.

Lerma es profesor de investigación en el Instituto de Neurociencias de Alicante (CSIC-UMH), una institución de referencia en el estudio del cerebro que dirigió entre 2007 y 2016 y explica que “probablemente, uno tiene que hacerse preguntas más generales antes de llegar a las particulares, ir de la fisiología a la patología y no al revés”. Se trataría de comprender primero el mecanismo para después intentar arreglarlo, pero no solo.

Pregunta. Comprender el cerebro para arreglarlo cuando está dañado es una motivación para muchos neurocientíficos, pero también es interesante entender cómo funciona el cerebro cuando lo hace correctamente.

Respuesta. El cerebro tiene unas enfermedades que son muy importantes porque afectan al alma, te destruyen como individuo. Si piensas en la enfermedad de Alzheimer: pierdes la memoria, pierdes tu historia, dejas de ser tú. Son gravísimas y son muy prevalentes. Además, son enfermedades que no matan, tienen un coste sanitario enorme porque la esquizofrenia, el autismo, la epilepsia… hay que tratarlos de por vida. El coste social es incluso mayor y el sufrimiento familiar y del entorno es enorme. Esto es urgente y es una demanda social, pero también lo es entender cómo funciona el cerebro, cómo somos, por qué nos comportamos de una determinada manera. ¿Por qué amamos? ¿Por qué odiamos? ¿Cómo lo hacemos? Pensar si eso se puede modular para ser mejores personas, si la propia educación puede ser modulada para generar cerebros mejores.

P. Contra el cáncer y frente a otras enfermedades se ha conseguido desarrollar tratamientos sin necesidad de entender exactamente cómo actúan esos tratamientos. ¿Esto ha sido más complicado en enfermedades del cerebro como el alzhéimer?

R. Hay dos formas de atacar las enfermedades. La primera es la serendipia, donde tú tienes un fármaco, lo pruebas y ves si te alivia algún síntoma de alguna enfermedad. Hay muchísimos ejemplos. La aspirina no se diseñó racionalmente y la penicilina tampoco. Pero el problema del cerebro es que es bastante más complejo y sus enfermedades también.

En el cáncer, la guerra contra el cáncer de Nixon, que empezó en los setenta, no acabó con la enfermedad, pero después de tantos años de investigación la mortalidad ha disminuido drásticamente. La supervivencia en cáncer de mama que era antes bajísima ahora ronda el 80% y eso es un éxito de la investigación científica y del conocimiento, de la utilidad de conocer las vías de señalización de las células o los oncogenes cuando se pone a disposición del desarrollo de fármacos. Ahora se está llegando a entender cómo se forman las metástasis, cuáles son los mecanismos íntimos por los que las células son capaces de viajar y anidar en otros órganos. Eso, sin duda, te dota de conocimiento para poder modular esos sistemas.

En el caso del cerebro, a diferencia de otros órganos, estamos a años luz de tener ese conocimiento. Sabemos muchas cosas, pero la neurociencia es relativamente moderna. Cajal ya postuló la existencia de las sinapsis, pero nadie las había podido ver claramente hasta los años cincuenta del siglo pasado, cuando lo permitió el desarrollo del microscopio electrónico. El concepto de los neurotransmisores y su aislamiento tiene 50 años. Si uno conoce cuáles son las sustancias que funcionan en la transmisión neuronal, qué hace que las células se comporten de una manera o de otra y cuáles son las bases de la comunicación entre neuronas, puedes intervenir. Gran parte de los fármacos psicoactivos que hoy funcionan, lo hacen a nivel de la sinapsis. Y lo hacen porque en los últimos años se ha hecho ese diseño racional en el que se han tratado de aislar sustancias que modulan o que bloquean o que potencian algunos de los receptores de los que se conoce su estructura molecular y la función a nivel sináptico.

El valium, el diazepam, no fue fruto de un diseño racional. Se descubrió haciendo cribados de sustancias, pero sí que se conoce dónde actúa y cómo actúa. Aunque hay otros, es uno de los pocos ansiolíticos que funcionan, y no se sabe muy bien por qué. Cuando tomas diazepam, el cerebro se empapa de manera que no tienes funciones o modulaciones específicas en estructuras que tienen que ver con un determinado comportamiento. De ahí los efectos secundarios.

Una de las vías de actuación ahora se centra en determinar, por ejemplo, cuáles son las zonas del cerebro y los circuitos o los tipos de neuronas que están involucradas en una enfermedad particular, sea depresión, ansiedad, algún síntoma del autismo o cualquier otra cosa para poder diseñar fármacos que solo actúan en esa parte, para disminuir los efectos secundarios.

En definitiva, lo que ocurre es que conocemos todavía muy poco, sobre todo del funcionamiento global del cerebro. Conocemos propiedades moleculares, la estructura… Pero cuando pones neuronas juntas a trabajar surgen propiedades emergentes que no puedes predecir, que son las que hacen que el cerebro funcione como funciona, y todo se complica. Y es algo que no pasa en el hígado o en el corazón.

P. ¿Cómo se plantean reconstruir y comprender esos mecanismos emergentes?

R. Ahora mismo hay una especie de revolución con la inteligencia artificial, que va a ayudar mucho a entender el cerebro porque va a permitir modelar las zonas cerebrales y entender cómo funcionan y ver cuándo se alteran determinados patrones. El avance en el conocimiento científico se produce en forma escalonada. Se va acumulando conocimiento y de repente llega un conocimiento más que hace que se complete el rompecabezas. Antes no veías nada, pones la pieza y de repente ves el objeto que estabas reconstruyendo. Y ahí se produce un salto cualitativo en el conocimiento.

En todas las ciencias esos saltos vienen acompañados de avances tecnológicos. Ahora mismo, el Brain Initiative en Estados Unidos tiene como uno de sus objetivos desarrollar tecnologías nuevas que permitan el estudio del cerebro. Ahí se están dando avances que van a permitir hacer integraciones muy importantes.

P. Para mucha gente, esta idea de descomponer los factores que constituyen la conciencia humana y de algún modo comprenderla y poder manipularla puede parecer algo peligroso, poner incluso en cuestión el libre albedrío.

R. Esto es una cuestión más filosófica. Yo no soy filósofo, pero el libre albedrío no existe, es una falacia. Esto lo he discutido con filósofos y muchos se niegan a que no exista el libre albedrío. Pero te voy a poner un ejemplo. Si eres un adicto a la nicotina y yo te ofrezco un cigarro, tú tienes la libertad de aceptarlo o no, pero si probamos 100 veces, la libertad no existe, porque lo vas a aceptar en el 90 por ciento de las ocasiones. Si fuera por libre albedrío, actuarías siempre de la misma manera o al menos sería un 50%, si fuera aleatorio, pero no, el albedrío está marcado por tu propia experiencia. Y esta está marcada por tu educación, por tu infancia, está marcado por tu entorno y por tanto, digamos que tú eres prisionero de tus propios recuerdos y de tu propia experiencia. No eres libre.

P. ¿Puede ser que en algún momento, si llegamos a conocer esos mecanismos y también esas propiedades emergentes con mayor profundidad, haya determinadas políticas que ahora están marcadas por la ideología, por una percepción subjetiva de cómo funciona el mundo, en las que la neurociencia pudiese decir esta es la postura correcta si queremos reducir la criminalidad o mejorar la educación, por ejemplo.

R. Obviamente, pero yo lo pondría de otra manera. El conocimiento del cerebro no nos va a hacer esclavos, sino todo lo contrario. Nos va a hacer más libres, porque podemos prevenir comportamientos, mejorar enseñanzas para hacer a las personas más libres, más dueñas de sus propias decisiones. Por ejemplo, un adicto no tiene libertad. Si tú eres capaz de determinar cuáles son los mecanismos de la adicción puedes borrarlos, y es algo que se está empezando a hacer. En los últimos 15 o 20 años de estudio de adicciones se ha avanzado más que en el resto de la historia. Ahora se sabe bastante bien cómo se generan estas adicciones y, por tanto, cuál es el mecanismo de la compulsión, y puedes atacarlo con fármacos, con terapias o de otras maneras. Probablemente, llegará un día en el que una persona adicta entre en un hospital y a través de determinados protocolos de estimulación se le borre la adicción y al día siguiente se vaya a casa. Ojo con eso, aunque eso parece ciencia ficción, está a la vuelta de la esquina.