El agente especial Ray Donovan, en su oficina, en Nueva York, después de la entrevista. EDUARDO MUÑOZ

La camiseta que Joaquín Guzmán Loera llevaba la noche que llegó extraditado a Estados Unidos, el 20 de enero de 2017, se encuentra enmarcada en la pared del despacho del agente especial Ray Donovan con el número de prisionero escrito en negro: 3912. El Chapo, El Rápido, El Señor, El Jefe, El Nana, El Apá, El Viejo, El Papá. Bajo mil alias distintos, la sombra del mayor narcotraficante del planeta había acompañado a Donovan buena parte de su carrera, que comenzó en los noventa, primero patrullando en California y luego en Nueva York, buscando kilos de cocaína bajo los camiones llenos de sandías. En 2012, fue asignado a la División de Operaciones Especiales de la Agencia Antidroga (DEA, en sus siglas en inglés), la que entra directamente en acción en distintos países, coordinada con las autoridades locales, desde el cuartel general en Virginia.

Porque El Chapo era el líder del Cartel de Sinaloa, el gran surtidor de la droga de Nueva York; el autor de centenares de muertes y torturas, el tipo que se había fugado de la justicia, por primera vez, en 2001. El Chapo era la fijación de Ray Donovan. Asignado a la sección que llevaba Canadá, México y Centroamérica, supervisó la operación que llevó a su nuevo arresto en febrero de 2015. Y volvió a escapar. Cuando un avión lo trajo finalmente para responder ante la justicia estadounidense, casi dos años después —había sido recapturado en enero de 2016—, no hubo mucha disputa: la prenda que llevaba el preso 3912 era para el agente que lo llevaba grabado a fuego en la mente.

Nacido y criado en el Bronx, con orígenes puertorriqueños e irlandeses, Ray Donovan tiene nombre de tipo duro de televisión. Existe, de hecho, una serie de televisión con ese nombre, sobre una mezcla de antihéroe y “hombre para todo” que se mueve en las cloacas de Hollywood. El Donovan real también ha vivido historias de película, pero la sangre derramada por el cartel de Sinaloa sí es real, las noches de insomnio también, y las obsesiones. La escapada de Joaquín Guzmán terminó el pasado miércoles, cuando un juez de Brooklyn lo condenó a cadena perpetua; pero la batalla de Donovan sigue al rojo vivo: ahora es el jefe de la Agencia Antidroga de Nueva York y Nueva York es el principal hub de heroína de Estados Unidos.

“El Cartel del Sinaloa sigue controlando la mayor parte de los mercados de distribución en Estados Unidos. La gente piensa en el Chapo, pero tenemos ahí a Ismael El Mayo Zambada [a quien, junto a Guzmán, se le ha considerado el hombre más poderoso del cartel de Sinaloa], a los hijos del Chapo, Iván y José Alfredo, también a su hermano. Continúan produciendo metanfetamina, cultivan opio y trafican fentanilo y cocaína a Estados Unidos. El Mayo es el nuevo líder, pero para nosotros hay otra persona muy importante, Rafael Caro Quintero”, afirma.

La cara del agente cambia cuando pronuncia el nombre del conocido como el Narco de Narcos. “La prioridad número uno de la DEA es Rafael Caro Quintero, mató a uno de nuestros agentes, Kiki Camarena”, dice, “también están los hijos del Chapo, obviamente, y otros, todos están en nuestra web, pero para nosotros Rafael Caro Quintero es algo personal”.

Kiki [Enrique] Camarena era un agente encubierto de la DEA que operaba en México en los ochenta. La justicia consideró probado que en 1985 fue secuestrado por el cartel de Guadalajara y torturado con sadismo, mientras un médico le mantenía con vida para prolongar su sufrimiento. Cuando encontraron el cadáver, el examen desveló que había sido castrado y enterrado con vida. A Caro Quintero le cayeron 40 años, pero en 2013, a 12 de cumplir toda la pena, un jurado consideró que había un defecto de forma y lo liberó. Cuando aquella discutidísima sentencia resultó invalidada, el narco ya se había hecho invisible. Desde que salió de prisión, asegura el agente, “ha vuelto al negocio, el contexto ya no es el mismo, pero desde luego ha vuelto a traficar”.

El negocio de la droga se ha transformado en las últimas décadas al calor del resto de cambios tecnológicos y económicos, como una industria más. En Nueva York, “el lavado de dinero estaba controlado históricamente por colombianos, pero ahora son las redes criminales chinas en conjunción con los carteles mexicanos”. También ha cambiado la forma de ejecutar las transacciones. “Antes los traficantes necesitaban tener un contacto en México, Colombia, Guatemala, República Dominicana… Un punto de contacto, pero ya no lo necesitan, pueden ir a la dark web, pedir lo que quieran y hacer que se lo envíen hasta la puerta de su casa, piden 100 gramos, por aquí, 300 por allí, otros 300… y les llega”, explica Donovan.

Utilizan criptomonedas y los servicios de transporte que usa el resto del mundo. “DHL, FedEx, UPS, hasta el servicio público de correos. Y si el aeropuerto JFK recibe un millón de paquetes al día, ese es el reto al que nos enfrentamos”. “Tenemos casos —continúa el agente— de gente que no ha viajado a México en su vida, pero empieza en el sótano de sus padres”, añade abriendo mucho los ojos. “Reciben drogas desde China y las distribuyen por todo el mundo. Muchas veces, compran maquinaria para producir las pastillas y las usan para convertir el fentanilo en algo que parezca una pastilla farmacéutica más, como el Oxycontin, la venden en la calle como si lo fuera y la gente muere”.

El consumo combinado de fentanilo, una de las drogas más letales de la historia —100 veces más potente que la morfina y 50 más que la heroína— ha segado miles de vidas en EE UU. El número de muertes por sobredosis por drogas, en general, llevaba creciendo desde 1990, hasta que en 2018, se experimentó un ligero descenso. Las alarmas se dispararon en 2016: aquel año murieron tantos estadounidenses por esa causa que en los 19 años de la guerra de Vietnam.

A lo largo de la entrevista, Donovan recalcará que nada de lo que hace la agencia sería posible sin la colaboración mexicana, los soldados y la fiscalía. No quiere, insiste, “que la gente crea que la DEA va a esos países a hacer lo que sea”. La colaboración es muy estrecha, y el último arresto del Chapo, obra puramente mexicana. Su última fuga, la de 2015, supuso un golpe duro a la moral, pero Donovan asegura que siempre confió a atraparle de nuevo. “Gracias a todos el trabajo previo sabíamos mucho más de él, sus hábitos, en quién confiaba, quién era su familia, sus colaboradores… Nuestra gente en México, el Gobierno mexicano, todos los juntamos de nuevos, en una gran reunión en San Diego y dijimos: Vamos a hacer esto de nuevo”.

El Chapo se encuentra ya en la cárcel de máximo seguridad Supermax, en Colorado, conocida coloquialmente como El Alcatraz de las Rocosas y el lugar en el que pasará el resto de sus días. Pero la DEA no ha olvidado a Caro Quintero.