Luego de siete meses de trabajar en convencer a los mercados internacionales de que se le puede confiar la presidencia de México, Andrés Manuel López Obrador corre el riesgo de que todo su trabajo se deshaga por un tuit.

La repentina renuncia de Carlos Urzúa como secretario de Hacienda y su carta publicada en Twitter son muy perjudiciales. En combinación, son casi exactamente lo que a los inversores les preocupaba que pudiera suceder en la presidencia de Obrador cuando vendieron sus activos mexicanos antes de la toma de posesión, el 1 de diciembre de 2018.

Esto se debe a la importancia de la figura del titular de Hacienda en la política mexicana. Este personaje tiene una fuerte tradición de independencia y continuidad, que se ha mantenido intacta durante las últimas dos décadas.

México tiene un banco de economistas con excelentes credenciales académicas entrenados en Estados Unidos, que generalmente se alternan entre la tesorería y el banco central. Desde la última gran crisis económica, en 1994, Hacienda ha mantenido una rígida ortodoxia fiscal. Hacienda ha fortalecido su reputación con los inversores extranjeros y gracias a esa dependencia, el país ha sido calificado con grado de inversión desde 2002.

En un país de instituciones débiles, entonces, el secretario de Hacienda es una excepción vital. Para usar una analogía del futbol, Hacienda es el portero (Guillermo Ochoa en la actualidad) de la política mexicana.

Otros políticos se deslizan y caen, y permiten que todo tipo de ataques penetren en la defensa del país, pero Hacienda siempre está ahí para salvar al último momento. Puede que México no gane, pero Hacienda puede evitar el desastre.

La renuncia de Urzúa ahora pone a prueba esa fortaleza institucional. El presidente fue sabio al reemplazarlo inmediatamente con Arturo Herrera.

Herrera, economista con un doctorado en la Universidad de Nueva York, pasó la mayor parte de su carrera en el Banco Mundial y, por lo tanto, es exactamente el tipo de tecnócrata de carrera que los inversores internacionales quieren ver a cargo de la dependencia.

Pero la libertad de movimiento de Herrera será limitada, porque la renuncia de Urzúa también pone en tela de juicio todo el enfoque de AMLO hacia el Gobierno. Urzúa, economista educado en Estados Unidos, pasó tres años como jefe de finanzas de López Obrador cuando fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México.

En ese momento, Obrador sorprendió a los críticos al dirigir la ciudad de una manera relativamente conservadora y hacer malabares con las finanzas de tal manera que se consiguieron los fondos para pagar pensiones, pequeñas pero importantes, para los adultos mayores de la capital mexicana.

Es muy perjudicial que un hombre que ha estado tan involucrado en el proyecto de López Obrador y que desempeñó un papel tan importante en éxitos anteriores, haya decidido renunciar.

Sus razones son aún más perjudiciales. Urzúa argumentó que tuvo que lidiar con “la imposición de funcionarios sin conocimiento de Hacienda”, y con un “conflicto de intereses flagrante”. Por venir de un personaje cercano a López Obrador y dirigido a una audiencia preocupada por el hecho de que el presidente sea propenso a nombrar a sus amigos en cargos que puedan debilitar el control de Hacienda, estas acusaciones son sensibles.

López Obrador sabe que es responsable ante los mercados internacionales de capital, como sus antecesores. Años de arduo trabajo han dejado a México con una calificación dentro del grado de inversión ante las principales calificadoras. Pero, incluso ante el nombramiento de Herrera, las rebajas por parte de Moody’s y S&P lucen probables.

La administración AMLO finalmente ha hecho lo exactamente lo que los mercados y las agencias temían. Ahora la pregunta es si las agencias de calificación y los mercados harán los que la izquierda mexicana siempre ha temido, y volverán imposible el tipo de cambio social e inversión pública que AMLO quería lograr.