En vídeo, fragmento del juicio de Anita Hill, en el que participó Joe Biden.

—¿Es usted una mujer rechazada?

—¿Tiene complejo de mártir?

Joe Biden: el demócrata que tocaba demasiado
—¿Le parece justo preguntar al juez Thomas por hechos de hace ocho o 10 años?

—Usted ha testificado que la pregunta más embarazosa tenía que ver —no es muy malo— con mujeres de pechos grandes. Esa es una palabra que usamos todo el tiempo. ¿Es eso el lo más embarazoso que el juez Thomas le ha dicho?

Estas son algunas de las preguntas que la abogada Anita Hill tuvo que responder el 11 de octubre de 1991 al Comité de Justicia del Senado de Estados Unidos que abordaba sus acusaciones de acoso sexual contra el juez Clarence Thomas, nominado por el presidente republicano George Bush padre. El desenlace determinaría su confirmación como nuevo miembro vitalicio del Tribunal Supremo, la más alta autoridad judicial del país. Hill, una profesora de Derecho que entonces tenía 35 años, había tenido a Thomas como supervisor cuando trabajaba en el Departamento de Educación y en la Comisión de Igualdad de Oportunidades en el Empleo y, según su relato, había sido objeto de acoso sexual constante por su parte: la presionaba para salir con él, le hablaba de pornografía y se refería al tamaño de su pene, entre otros.

Aquella sesión en el Senado, llevada a cabo por un panel formado solo por hombres blancos, se convirtió en paradigma de interrogatorio machista y culpabilización de la presunta víctima en EE UU. No solo por las preguntas. Se permitió, por ejemplo, el testimonio de un amigo del juez y conocido de Hill —sin la investigación previa sobre el hombre que se requería habitualmente—, quien acusó a la abogada de “inestable” y de “no llevar bien el rechazo”.

En cambio, no se llamó a declarar, pese a que estaba citada formalmente, a Angela Wright, una antigua empleada de la Comisión de Igualdad de Oportunidades en el Empleo, que acusaba al juez de trato inapropiado con ella. Su credibilidad había sido puesto en duda previamente por senadores republicanos. La imagen más redonda de aquella jornada la ofreció probablemente el conservador, Orrin Hatch, que llevó un ejemplar de la novela El Exorcista a la sesión y leyó fragmentos en voz alta para insinuar que Anita Hill se había inspirado en el libro para contar su historia.

Thomas, que siempre negó las acusaciones, fue confirmado como nuevo juez del Supremo. Hatch, el senador del libro de El Exorcista, es aún miembro del Comité de Justicia del Senado. Y el presidente de aquel organismo, es decir, el hombre que dirigió la sesión y permitió algunas preguntas o insinuaciones corrosivas contra Hill, acaba de anunciar su intención de convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos. Es Joe Biden.

Al precandidato demócrata favorito en los sondeos le ha venido a saludar un viejo fantasma: el de Anita Hill, convertida en un símbolo de la lucha contra el acoso sexual en Estados Unidos. El veterano político, de 76 años, votó en contra de Thomas. Este es un solo episodio en la larga carrera política de Biden, el vicepresidente de la era Obama (2009-2017) y senador por Delaware desde 1972, pero en la era del Me Too la herida de aquella audiencia se ha reabierto.

Muy consciente de que esto iba a ocurrir, hace unas semanas telefoneó a Anita Hill para decirle que sentía cómo habían ido las cosas. Biden se había referido al asunto en público ya en varias ocasiones en el pasado, reacio a pedir perdón de forma directa, más bien lamentando el tono de aquella sesión. La llamada personal a Hill se demoró 28 años. Una portavoz del vicepresidente lo reveló al jueves por la tarde, horas después de que lanzase el anuncio de su candidatura a las primarias demócratas.

Tampoco fue una disculpa por su actuación, como quedó claro al día siguiente, el viernes por la mañana en una entrevista en la cadena ABC. Una presentadora le preguntó si no consideraba que debía decirle que sentía el modo en que él la habría tratado. “Siento el modo en el que fue tratada”, dijo antes de añadir: “Si volvemos la vista a lo que yo dije y no dije, no creo que yo la tratase mal”. “Ojalá”, insistió, “hubiéramos hecho esto mejor. Hice todo lo que estaba en mi poder, y que formaba parte de las normas para parar cosas”.

A Hill, que enseña Política Social y Derecho en la Universidad de Brandeis, no le complació del todo la llamada del precandidato demócrata a la presidencia. En una entrevista con The New York Times: “No puedo quedar satisfecha con que me diga simplemente ‘Siento lo que te pasó”, sino que “estaré satisfecha cuando sepa que hay un cambio real, una verdadera rendición de cuentas y un verdadero propósito”.

El trauma de Anita Hill ya recobró vida cuando en 2017 comenzó la ola de protesta contra el acoso sexual y volvió a retumbar en sus oídos el pasado octubre, a raíz de las acusaciones de la profesora universitaria Christine Blasey Ford contra el nominado al Supremo Brett Kavanaugh –casi un déjà vu-, pero el interrogatorio resultó muy alejado de aquella sesión de principios de los 90, sometida a unos estándares muy distintos de los actuales.

Es esa también la idea que subyace en otras explicaciones de Biden, que tiene 76 años y casi medio siglo de trabajo en la política de Washington, con toda la mochila que eso implica, para bien o para mal. A finales de marzo, cuando su candidatura se daba por hecha, dos mujeres le acusaron de ser tratarlas de forma invasiva en actos públicos y hacerlas sentir incómodas. Lucy Flores, una excongresista de Nevada, criticó que durante un acto electoral de 2014 el veterano demócrata se acercó a ella por la espalda en el escenario y la besó la cabeza. Otra hizo una acusación similar después.

Muchos vídeos muestran que Biden suele abrazar, besar y achuchar a sus interlocutores. El demócrata acabó publicando un vídeo tras días de polémica en el que se disculpaba de este modo: “Las normas sociales están cambiando. Lo entiendo, y he escuchado lo que esas mujeres están diciendo”, dijo. “Siempre he tratado de conectar con la gente, pero seré más consciente en el futuro a la hora de respetar los espacios personales”, añadió. “Biden debe comprender que en el mundo de hoy, el espacio físico es importante para la gente y la clave es cómo lo reciben, no tu intención”, dijo Nancy Pelosi, otra veterana del Partido, presidenta de la Cámara de Representantes.

Biden es considerado un centrista dentro de la veintena de aspirantes demócratas a la candidatura para derrotar a Donald Trump. Lidera los sondeos seguido por un izquierdista de tomo y lomo como Bernie Sanders, lo que deja claro que el elector demócrata se halla dividido en torno a la cuestión de cuál es la mejor fórmula para recuperar la Casa Blanca. El pasado marzo, también previendo este debate, el vicepresidente de Barack Obama sacó pecho en un acto público: “Me han dicho que la nueva izquierda me critica”, afirmó. “Tengo el historial más progresista que nadie de los que se presentan”, defendió. Para bien o para mal, Biden no viaja ligero de equipaje.