Carolina Marín, en el Abierto de China. GETTY

“Los miedos a fallar son los mismos en todos los deportes, pero se interpretan de forma diferente y aparecen en situaciones muy distintas. En el tiro con arco me hablaban del miedo al amarillo. El amarillo es la diana, el centro. En halterofilia el miedo es a sentir la barra pesada o a blanquear [hacer tres intentos nulos]; en esgrima el miedo es a tener el brazo encogido y a que te cueste tocar al rival…”, cuenta María Martínez, psicóloga, entre otros, de Carolina Marín.

La campeona olímpica de bádminton es solo una de las deportistas que ha hablado sin tapujos de la importancia de la ayuda psicológica. Para muchos, casi la mayoría, ha dejado de ser un tema tabú. Julia Takacs, bronce en la 50km marcha en el Europeo de Berlín, reconoce que tiene que ser feliz para rendir. El piloto Andrea Dovizioso contaba en una entrevista a este periódico que la mente es como un músculo, que se entrena igual que el físico y que no hay que tener miedo a decirlo. “Cuando conoces ciertos detalles sobre ti mismo es más fácil mejorar y lo bueno es que mentalmente el margen de mejora es grandísimo en comparación con la mejora física”, explicaba el italiano.

Ruth Beitia considera clave la figura de la psicóloga que le dio las herramientas necesarias para aprender a disfrutar, a sobrellevar la presión en la pista y a controlar los nervios. “Mi prueba era física, táctica y psicológica y el listón cada vez era más al alto. Únele que durante dos horas saltábamos mis rivales y yo, tienes que desconectar de la competición y volver a conectar, no quemar todos los nervios en los primeros cinco minutos…”, explica.

Tamara Echegoyen y Berta Betanzos, cuartas en los Juegos de Río en 49er FX, contaban en los meses anteriores a los Juegos de 2016 que la psicóloga [Patri] era de vital importancia para ellas, que pasaban juntas las 24 horas del día. “Tienes que mantener la serenidad estando a un nivel de exigencia física muy alto… Con Patri hacemos sesiones juntas, por separado y también con el entrenador. En grupo trabajábamos la comunicación, es la parte más importante porque alguien tiene que poner los límites y saber cómo solucionar los problemas y qué opinión priorizar”, detallaban.

“Nosotros ni sabíamos lo que era un psicólogo… La convivencia se hacía complicada en las concentraciones permanentes y se pedía la ayuda de esa figura. Pero no había en esa época en España”, cuenta José María Esteban Celorrio, que en los Juegos de Montreal 76 consiguió la plata en piragüismo en el K4-1000. Eran otros tiempos. La figura y la presencia del psicólogo deportivo han ido evolucionando en los últimos 30 años, aunque no tanto como les gustaría a los propios psicólogos.

La sofrología y el sueño lúcido inducido
En el CAR (Centro de Alto Rendimiento) de Madrid el despacho de Pablo del Río lleva abierto desde 1990; él mismo lo montó. Atiende a entre 50 y 60 deportistas, una media de nueve al día. No da abasto. En Río, año olímpico, tuvo 2.075 sesiones. El pasado, 1.044. “Hemos avanzado, sí. El primer atleta que tuve le decía a sus compañeros que se iba al fisio… en eso hemos evolucionado, ya no se ve como una debilidad sino como una necesidad en su preparación. Pero, que en 2018, después de tantos años y resultados solo haya un psicólogo en plantilla en este departamento… no es normal. Tampoco lo es que muchas federaciones, como la de atletismo, piragüismo, rugby, natación, karate, gimnasia o judo por ejemplo, no tengan una unidad de psicología en su estructura”, subraya Del Río citando el ejemplo de Julia Takacs. “Ella se paga de su bolsillo este servicio”, dice.

Hay atletas que no gozaron de ninguna ayuda en Barcelona 92; algunos pocos sí con sistemas de trabajo que contemplaban la visualización, la sofrología y el sueño lúcido inducido. Había quien tenía que recurrir a casetes para las charlas motivacionales. Es el caso de Theresa Zabell, oro junto a Patricia Guerra en vela (clase 470). “Nosotros éramos pobres, en la época de los Juegos de Barcelona no teníamos ni fisio, ni preparador físico… como para tener psicólogo. El entrenador nos hacía de psicólogo. Reclamábamos todo lo que tienen ahora. Un primo mío me regaló unos casetes de motivación, me encantaron y los escuchaba constantemente. Cuando se lo comenté a algunos compañeros no les hizo gracia.”, relata ahora Zabell.

Miriam Blasco, la primera medalla olímpica española (oro en yudo en Barcelona 92) sí contó con la fundamental ayuda de un psicólogo. “Fuertes y buenas técnicamente lo éramos todas… lo que te hacía mejorar era el factor psicológico. Hacíamos de todo con Josean Arruza y en su día le decían que estaba loco por su sistema de trabajo: visualización de los combates y sueño lúcido inducido. Estando semidespierto intentas soñar las directrices de la competición. A mí me funcionaba porque tenía facilidad para ello. En judo eso era lo más normal, pero no recuerdo algo así en más deportes, y te estoy hablando de hace 25 años”, analiza Blasco.

Alcanza la excelencia
“Algunos lo veían como algo esotérico. No lo era, si tienes que ser excelente, tienes que trabajar los aspectos mentales porque una cosa es la exigencia y la capacidad de rendir, y otra alcanzar la excelencia”, añade Arruza. Algo parecido hacía también el equipo de marcha. Lo recuerda Daniel Plaza, oro en Barcelona en la 20km marcha. “La sofrología era una forma de relajación, ibas relajando poco a poco la cabeza, los ojos, la cara hasta llegar a una situación en la que medio dormido, imaginas situaciones de competición que te puedan pasar, como tener dos avisos [de sanción], cansancio o un repentino cambio de ritmo de un rival. En competición no soy consciente de que me ayudara, pero me sirvió para controlar el estrés y la ansiedad”, afirma.

¿Y hoy? Hoy hay sesiones individuales y de grupo en deportes de equipo. Los atletas llevan un diario en el que van apuntando qué sensaciones han tenido en los entrenamientos y en la competición, como estado de ánimo, sensaciones físicas, motivación, autoconfianza, etc. “Tengo programadas las habilidades psicológicas que se pueden entrenar porque los deportistas no están allí solo para rendir, rendir y rendir, también tienen que estar a gusto y aprender a optimizar el esfuerzo en etapas de muchas cargas en las que entrenan con dolor y cansancio constantemente”, relata María Martínez al mismo tiempo que reconoce que cuando estudiaba (año 2003) sólo había una asignatura, optativa además, de psicología del deporte. “Es una profesión que no está institucionalizada todavía. Es difícil entrar en un club y en una federación y más lo es mantenerse”. Para Del Río el problema es que en las Federaciones los directivos no entienden que la psicología del deporte es una ciencia que ayuda a optimizar los recursos.