Sheinbaum y sus asesores debieron haber trazado un mapa de riesgo desde el lunes, cuando comenzaron a aparecer las denuncias en los grupos trumpistas que la acusaban de las manifestaciones.
Cada vez le está costando más cara la mañanera del pueblo a la presidenta Claudia Sheinbaum. Se la impuso su mentor, Andrés Manuel López Obrador, y no se la pudo sacudir. Aunque cada vez se ve más cómoda en ese espacio, sin el talento de su antecesor, su olfato, cinismo y sangre de atole, ese púlpito prestado se ha venido convirtiendo en un aparador que no puede llenar y un recurso demagógico contraproducente. Ayer, consecuencia de ello, le pegaron un mazazo desde la Oficina Oval de la Casa Blanca. Kristi Noem, la secretaria de Seguridad Nacional, la acusó de incitar las protestas en Los Ángeles.
Noem lo dijo sin ambages: “Claudia Sheinbaum salió públicamente y alentó más protestas en Los Ángeles. La condeno por eso. No debería estar incentivando las protestas violentas que están sucediendo”. Pero si la declaración fue demoledora y no le mostró respeto (le habló por su nombre sin título, como marca la cortesía y el protocolo), el contexto en el que se dio acentuó lo delicado del momento.
Su crítica fue precedida de una pregunta a Trump, en la que le pidieron comentar la condena de Sheinbaum a la violencia en las protestas, con la cual coincidió, agregando que su intervención era para acabar con la violencia. Su contexto no era el mismo de la presidenta, y le pidió a Noem que profundizara el tema de la violencia en Los Ángeles. Mientras lo hacía, Trump ni hizo gestos de sorpresa ni desaprobó lo que escuchó. La interrumpió cuando se refirió al gobernador de California, pero no cuando le tiró pedradas a Sheinbaum.
La presidenta dijo que era “absolutamente falso” lo que había dicho Noem, pero en lugar de pedirle al secretario de Seguridad Pública, Omar García Harfuch, que hablara directamente con ella para aclarar las cosas y resolver el diferendo, anunció que había dejado en su cuenta de X sus declaraciones del lunes, donde condenaba las manifestaciones violentas, para que las viera. Esto fue peor que las mañaneras. Si fue pertinente el rechazo a los señalamientos de Noem, fue una broma, por no decir una torpeza de principiante, que le dejara prueba de que actuó de buena fe en las redes sociales. La política y la diplomacia no se litigan en público.
Sheinbaum se ha perdido en la traducción. Trump, Noem y todo el gabinete de seguridad en Washington han dicho que las “protestas violentas” conforman un cuadro de insurrección, que es la palabra que están utilizando para justificar constitucionalmente el envío de la Guardia Nacional y tropas en activo. Sheinbaum seguro los ha oído, pero no los ha escuchado. Si están hablando de insurrección y magnificando la violencia a través de sus declaraciones y las imágenes de Fox News, cualquier referencia no condenatoria a las manifestaciones, la condena.
Es cierto que Sheinbaum hizo un llamado el lunes a la comunidad mexicana para que no se manifestara violentamente ni cayera en provocaciones. Pero la carga política de Trump y sus acompañantes de viaje sugiere que esperaban que la presidenta mexicana guardara un silencio prudente, o que descalificara las manifestaciones. Sheinbaum, como se apuntó en este espacio ayer, modificó su discurso desde el domingo: de uno intervencionista, donde incitaba hace dos semanas a que se movilizaran los inmigrantes contra el impuesto a las remesas, a uno enfocado en el respeto de sus derechos humanos. Este matiz ni fue visto en Washington, ni tampoco, si lo captaron, les interesó.
Sheinbaum y sus asesores debieron haber trazado un mapa de riesgo desde el lunes, cuando comenzaron a aparecer las denuncias en los grupos trumpistas que la acusaban de las manifestaciones violentas. El tiempo le fue ganando, aunque la ortodoxia de sus guiones mañaneros suele hacerla llegar tarde a muchas cosas. Ya no debería sorprender que no entiendan ni ella ni su equipo las cosas que pasan frente a ellos, pero asombra que siguiera avivando el fuego, sin darse cuenta de lo que hacía. O ¿cómo podría entenderse que, en medio de esta crisis social, política y legal en la que se adentra Estados Unidos, saque de la chistera la ocurrencia de proponerle a Trump una reforma integral migratoria?
Esa ceguera de taller, por llamar de alguna manera generosa lo que sucede en el Zócalo, le impidió ver otra señal muy clara de que las relaciones con la administración Trump estaban caminando sobre un camino lleno de espinas, cuando el secretario de Estado, Marco Rubio, anunció que pensaba visitar México, pero en lugar de que su equipo acordara fechas y temas con la cancillería mexicana, despachó al subsecretario, Christopher Landau, para que viera con Sheinbaum, si había condiciones para el viaje de su jefe.
El manotazo de Noem con la venia de Trump tendría que ser analizado en su fondo, no en la forma, sobre todo a escasa una semana de que viaje al espectacular Kananaskis, en la provincia canadiense de Alberta, donde se celebrará la cumbre del G-7, a la cual fue invitada. El lunes dijo que quizás se reuniría con Trump. ¿Por qué lo hizo si no está confirmada la bilateral? Ahora que sabe qué piensan de ella en la Casa Blanca en el tema de las protestas en Los Ángeles, ¿qué hará?, ¿se realiza?, ¿se cancela?
Sola ella y su equipo se han metido en esta nueva tormenta, donde su incontinencia verbal mañanera, la exacerbación de su populismo, la propaganda y la venta cotidiana de un México que no existe en los términos como los plantea, funciona bien… hasta que deja de funcionar.
La cara positiva es que tiene solución, si deja de mal imitar el modelo de su mentor y construye uno propio que cumpla el mismo propósito, pero con su estilo, necesidades y capacidades.