Morena, partido caudillista, no de régimen parlamentario

Carlos Ramírez | INDICADOR POLITICO

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La esencia de la re-redefinición de Morena como partido en el poder no está siendo ninguna sorpresa: los perfiles mostrados en los últimos días y sobre todo en su congreso del domingo pasado exhibieron la reconstrucción del callista Partido Nacional Revolucionario, abuelo del PRI: fortalecer una estructura propiamente de partido, pero reforzando el liderazgo del caudillo en turno.

La carta de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo pone muy claro los alcances y destinos de Morena como partido en el poder, pero revela, sin necesidad de radiografías estilo médicas, las contradicciones internas de la estructura: no se puede ser un partido democrático si todo depende del presidente emérito Andrés Manuel López Obrador, lo cual no sería malo si se tratara del modelo de partido caudillista.

Los militantes de Morena, muchos de ellos con enfoques politológicos, no se han atrevido a hacer un diagnóstico de la organización partidista desde el punto de vista de la teoría de los partidos. La propuesta sistémica del ciclo de Elías Calles a López Obrador es un régimen basado en seis pilares fundamentales:

–El presidente de la República como poder absoluto,

–El partido como brazo operador,

–La política social como tejido básico popular,

–Los acuerdos con sectores invisibles –cada vez menos, pero todos vigentes–,

–Sobre todo la cultura ideológica amarrada en el tríptico educación pública-ideología de la Revolución Mexicana-Estado

–Y todo amalgamado por una Constitución legitimadora del aparato del poder.

El PRI de De la Madrid-Salinas de Gortari-Zedillo-Peña Nieto en los hechos estructurales fue una derivación funcional del partido imaginado por Obregón y consolidado por Elías Calles: una estructura partidista en torno al binomio del poder presidente de la República-partido.

Las propuestas de partido de López Obrador y Sheinbaum Pardo no revelan ninguna idea novedosa sobre el funcionamiento del partido en un gobierno en funciones. Si se rasca un poco en la carta de la presidenta Sheinbaum a Morena difundida el domingo en el Congreso partidista se puede de alguna manera dilucidar que ese modelo de partido solo puede funcionar en un régimen parlamentario donde el poder se concentra en el partido y en el Congreso, pero ha sido imposible de operar en un régimen presidencialista absolutista.

El secreto de Elías Calles al fundar el régimen institucional posobregonista estuvo en dotar al presidente de la República de todo el poder absoluto –político, económico-presupuestal y de seguridad vía Fuerzas Armadas y Ministerio Público– y hacer depender el partido de los subsidios del Ejecutivo federal. Zedillo inventó la engañifa de “sana distancia” del presidente y el partido y pudo domesticar al PRI cortándole los recursos económicos, pero nunca abandonó el punto central del poder partidista del presidente en el régimen priista –que sigue vigente con Morena–: el poder presidencial para designar candidatos a cargos de elección popular, convirtiendo un sistema republicano en una caricatura de equilibrio de poderes.

De llevarse a la realidad los deseos de la misiva presidencial, Morena tendría que analizar con mucho sentido crítico el modelo de independencia de presidente de la República y partido en los dos sexenios del PAN: Fox y Calderón nunca pudieron subordinar al PAN a las voluntades presidenciales, y el PAN abandonó a Fox, Calderón le quitó la candidatura a Los Pinos y el partido perdió la elección en 2012. Lo mismo le ocurrió a Peña Nieto en 2018 cuando el PRI ejerció una relativa autonomía para poner un candidato sin partido –José Antonio Meade Kuribreña era más panista que priista–.

Aunque el Congreso de Morena no tuvo el propósito de proponer un cambio de régimen –de presidencialista a parlamentario–, de todos modos las contradicciones y limitaciones de teoría política sobre sistema de partidos que han mostrado todos los cuadros del activismo morenista abrieron la posibilidad de un debate de que nunca habrá un partido en el régimen mexicano con capacidad de autonomía vis a vis del presidente de la República, a menos de que se comiencen a discutir las formas de gobierno que se están modernizando en países autocráticos.

La reforma política de 1978 solo se centró en el registro del Partido Comunista Mexicano, pero los alcances de esa decisión fueron muy cortos porque el PCM se contaminó con el virus del institucionalismo sistémico priista. La presidenta Sheinbaum no propuso una reforma política con Morena, sino solo centró su carta en consolidar la imagen de un partido caudillista que sigue dependiendo del presidente emérito López Obrador.

Política para dummies: la política, muchas veces, es engañabobos.

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