Oposición derrotada pero rupturista.

Julio Hernández López | Astillero

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La pretensión de no reconocer los resultados electorales presidenciales ha sido una constante del consorcio opositor desde meses atrás: ayer se produjo una reincidencia un tanto grotesca, pero igualmente indicativa de los ánimos de rupturismo que mantiene, en sentido contrario a sus declaraciones en otras circunstancias, en las que esa oposición apela al respeto a las leyes y las instituciones.

A contrapelo de las tendencias demoscópicas de las empresas más reconocidas en esos menesteres, e incluso de la acomodaticia postura de las dos principales estaciones de televisión abierta nacional, Xóchitl Gálvez apareció en escena después del cierre de urnas para proclamar un triunfo que era insostenible aún en esos primeros minutos (con diferencia de horarios respecto a varias entidades federativas).

En realidad, de conformarse las cifras que fluían a la hora de cerrarse esta columna, la derrota del consorcio de la derecha y el oportunismo (PAN, PRI, PRD y Claudio X.) podría ser sumamente trascendente: las candidaturas de Claudia Sheinbaum y de Clara Brugada habrían avanzado de tal manera que significarían un inequívoco fracaso del entramado de intereses opositores a la llamada 4T. Primeras versiones hablaban de una cosecha porcentual de votos mayor a la del ahora presidente López Obrador y, en el caso de la capital del país, las cifras que se mencionaban significarían un porrazo al pretendido asalto del panismo inmobiliario al gobierno de la ciudad capital, que desde que hay elecciones de autoridades ha correspondido a la izquierda.

El triunfo de Morena y sus aliados, en la medida que finalmente precisen las instancias electorales adecuadas, podría abrir paso a una mayoría calificada en el Congreso de la Unión por la propia votación emitida a favor del guinda y conexos pero, si no fuera así, lo podría ser mediante el pragmatismo puro (esencia esta del paso electoral exitoso de Sheinbaum y Brugada), pues la 4T podría negociar con la nueva mercancía exitosa en el mercado legislativo que sería Movimiento Ciudadano y también, con los restos del PRI que, por reducidos que fueran, servirían para completar las necesidades de mayoría calificada del cuatroteísmo.

A reserva de confirmar los resultados en elecciones de gobiernos estatales, de legisladores federales y locales y de municipios, el triunfo de Morena (Mario Delgado reiteró su recurrencia al diccionario priísta de antaño: carro completo) implicaría una necesaria recomposición del tablero partidista nacional: ya usaron los tres partidos derrotados a Xóchitl Gálvez para habilitarse candidaturas privilegiadas a cargos legislativos, pero en esencia sus postulados y perspectivas han quedado sepultados. La derecha (el panismo, esencialmente) y la ultraderecha (con Ricardo Salinas Pliego, Manuel J. Clouthier junior y Eduardo Verástegui como fichas más evidentes) necesitan trazar líneas rigurosas en busca de eficacia en el futuro.

Del lado morenista queda la notable victoria electoral, pero será necesario analizar (crítica y autocrítica) el sacrificio que ha significado la incorporación de personajes contrarios al espíritu de la regeneración nacional, en aras de tener inversiones oscuras, redituables para ambas partes.

Por lo pronto, la vigorosa y concertada acometida desestabilizadora y pregolpista de los opositores se topó con una cuantiosa participación ciudadana en las urnas, sin los actos de violencia extrema que la narrativa apocalíptica anti-4T proclamaba (aunque, desde luego, hubo actos de violencia en determinados lugares). El proceso electoral avanzó a pesar de una serie de circunstancias erráticas (tardanza en la instalación de urnas, problemas de organización, protestas ya clásicas en casillas especiales y, ahora, en votaciones en el extranjero). No es poca cosa, a la luz de la crispación previa en México y la que se vive a nivel mundial. Ya se verá cuál es la estrategia de recomposición y recuperación que defina ese flanco opositor maltrecho. ¡Hasta mañana!

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