Bosque boreal del Parque Nacional Glacier Bay de Alaska, EE UU. / EUROPA PRESS

Los bosques son cada vez más jóvenes y sus árboles no llegan tan alto como antes. A la deforestación provocada por la tala y el avance agroganadero se han unido el aumento de las temperaturas o la concentración de dióxido de carbono (CO2) como nuevos enemigos del bosque viejo. Un estudio estima ahora que el área forestal más reciente se ha triplicado en el último siglo mientras se han reducido las zonas boscosas más antiguas del planeta. Aunque el balance neto no es del todo malo, los científicos temen que las nuevas arboledas se enfrenten peor al cambio climático en curso.

Usando datos del satélite recogidos desde inicio de siglo e inventarios históricos de mucho más atrás, un grupo de investigadores ha estimado la evolución de los bosques del planeta desde 1900. Su objetivo era medir el impacto que han tenido diversos factores en la ratio árboles viejos/jóvenes, entendidos estos como los menores de 140 años. Entre los elementos que afectan a la proporción los hay naturales, como plagas, incendios o vientos, y antropogénicos, como la tala selectiva o la deforestación (y reforestación) por el avance (y retroceso) de la agricultura y la ganadería. Otros impactos más recientes son los derivados del calentamiento global, como el aumento de las temperaturas y la fertilización acelerada por el exceso de CO2 atmosférico.

Sus resultados, publicados en Science, muestran que de los 4,8 millones de kilómetros cuadrados (km²) de árboles jóvenes que había en 1900 se pasó a 12,5 millones de km² en 2015. En la estimación entran los grandes biomas de bosque boreal, las selvas tropicales o las forestas de clima templado o mediterráneo. Expresado en porcentaje, del 11,3% a comienzos del siglo pasado, se ha pasado a un 33,6% del global arbolado. Las cifras hay que tomarlas como aproximaciones, ya que ni siquiera la definición de lo que es un bosque es universal. Aun así, muestran una tendencia al rejuvenecimiento forestal que seguirá en este siglo.

“Esta tendencia probablemente continúe con el calentamiento climático”, dice el principal autor del estudio, Nate McDowell, en una nota del Pacific Northwest National Laboratory, uno de los laboratorios nacionales del Departamento de Energía de EE UU. “Un planeta futuro con menos bosques grandes y viejos será muy diferente al mundo en el que crecimos. Los bosques más antiguos suelen albergar una biodiversidad mucho mayor que los jóvenes y almacenan más carbono”, añade.

La juventud tiene una derivada: los árboles son cada vez más pequeños. Tradicionalmente la tala y deforestación se han cebado con los árboles más grandes y viejos. Según esta investigación, su área se habría reducido de 38 millones de km² a poco más de 26 millones. No se trata de que los ejemplares que los reemplazan tengan lógicamente una menor edad y hayan crecido menos, es que las nuevas amenazas perjudican a los viejos en mayor medida.

Es el caso del aumento del CO2 en la atmósfera. Este gas de efecto invernadero acelera el crecimiento vegetal, algo que favorece a los que aún tienen mucho por crecer. Desde el inicio de la Revolución Industrial, la concentración ha aumentado en 125 partes por millón (ppm) y, según los distintos escenarios climáticos previstos, subirá otras entre 50 y 200 ppm en lo que queda de siglo.

El otro gran factor nuevo es el aumento de las temperaturas. Aunque, puede estar favoreciendo al bosque boreal, el calor suele ir acompañado de una menor humedad disponible. Esto provoca el cierre de los estomas de la epidermis vegetal y una fotosíntesis menos eficiente. La consecuencia es que los árboles crecen menos. En una especie de ventaja adaptativa, en los más cortos, la circulación del agua es óptima. Ya sea frenando el desarrollo de las especies más grandes o facilitando la expansión de las especies más pequeñas, el calentamiento está empequeñeciendo a los árboles.

“Un bosque milenario tiene mayor resiliencia que los jóvenes a todas estas perturbaciones”, comenta el investigador de la Universidad Pablo de Olavide Raúl Sánchez-Salguero, que estudia el decaimiento forestal. Para este ecólogo forestal, los métodos y datos usados en esta investigación para determinar qué bosque es reciente y cuál antiguo son cuestionables. Aun así, coincide con sus autores en que los árboles más jóvenes están más expuestos a lo que llama la espiral del decaimiento: “Un clima más extremo, con más calor y sequías, los hace más frágiles y los expone a otras perturbaciones ya sean bióticas o abióticas”. Entre estas están los incendios, cada vez más frecuentes e intensos y los fuertes vientos, que castigan en especial a las selvas costeras. Entre las primeras, los patógenos y plagas pueden acabar con una arboleda ya debilitada.