Por razones de sobrevivencia, de ingenuidad o de falta de capacidad de análisis, el PRI aún no se ha dado cuenta que ya terminó su papel como partido en los modelos Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas, Miguel Alemán y Carlos Salinos de Gortari. Y que el PRI puede desparecer del escenario político en el 2021.

Para llegar ya no se diga con posibilidades de victoria sino como tercera fuerza partidista, el PRI tendrá que resolver un dilema de ahora a su XXII asamblea nacional: salvar el alma de Enrique Peña Nieto y el grupo priísta 2006-2018 o rescatar el partido tirando el lastre de la corrupción peñista.

En una entrevista en el programa “La agenda de Carlos Ramírez” en Canal H., Izzi y Total Play ayer miércoles, el exgobernador oaxaqueño y dirigente de una corriente priísta interna Ulises Ruiz Ortiz puso en el tapete esa opción: echar fuera del partido a Peña Nieto, Luis Videgaray y todo el grupo salinista, reconstruir el partido y evitar la debacle final en las legislativas del 2021.

Sin embargo, el principal obstáculo es el grupo peñista que tiene el control del PRI y de las bancadas legislativas. Y ese grupo sólo quiere salvarse a sí mismo negociando –como lo están haciendo el dirigente formal Alejandro Moreno Cárdenas Alito y su principal operar y verdadero jefe del PRI José Murat Casab– su pasividad con el presidente López Obrador.

Con la anuencia de sus dirigentes el PRI ya permitió que gobernadores priístas, jefes de la CTM, CNC y CNOP y las dos bancadas legislativas operen en modo avión con López Obrador, se desconecten de la realidad política para sumarse con entusiasmo a la 4T oficial.

Sin cambios en la estrategia y con Peña al mando del PRI, los escenarios priístas para 2021 serán patéticos: el PRI tiene hoy 46 diputados, el 9.2% del total de diputados y en 2018 apenas logró 9.2 millones de votos, de 56 millones de votantes. El padrón electoral de 9 millones entregados al INE bajó a 1.4 millones y podría disminuir más en la revisión de cada militante que hace el INE.

Las primeras tendencias electorales sin candidatos adelantan que Morena hoy en día podría ganar doce de las quince gubernaturas en disputa el próximo año y mantener –aún con menos votos- la primera minoría legislativa.

Lo que el PRI no ha alcanzado a entender es que la derrota del 2018 fue contundente y no sólo por los 9 millones de votos priistas que se fueron a López Obrador, sino porque Morena llegó con el plan estratégico de sustituir al PRI como eje del sistema político. El PRI de Peña Nieto cree que podría repetirse el modelo de 2000 y 206: el PAN ganó la presidencia, pero tuvo que cogobernar con un PRI que se mantuvo como primera minoría. Hoy Morena es mayoría legislativa y el PRI es un estorbo.

En este sentido, está liquidado el PRI de Plutarco Elías Calles (el presidencialismo absolutista), Lázaro Cárdenas (las corporaciones productivas como pilares del partido), Miguel Alemán (el dominio de las élites) y Carlos Salinas de Gortari (el neoliberalismo de partido). Morena está ocupando esos cuatro espacios. Y ante el desafío de repensar el PRI, el tricolor sólo está negociando –“bailando con el diablo”, en realidad– para salvar a Peña Nieto, aunque se hunda como partido con el lastre de las pruebas contundentes presentadas contra esa facción priísta.

El problema se le está complicando al PRI por las denuncias de corrupción y enriquecimiento personal del actual dirigente formal del partido, Alito, reveladas por Reforma el año pasado y las investigaciones oficiales en curso que están arrinconando al exgobernador de Campeche y a su familia. Y siguen avanzando las investigaciones sobre el contrato de 10 mil millones de pesos negociado por Alejandro Murat Hinojosa, actual gobernador de Oaxaca, cuando era director del Infonavit. El actual gobierno lopezobradorista exigió al grupo inmobiliario israelí el regreso del dinero, los afectados prometieron 5 mil millones y sólo entregaron 2 mil. Pero fue uno de los casos más corruptos en el gobierno de Peña Nieto. Hoy Murat Hinojosa es perfilado por su padre –presidente real del PRI– como aliado de López Obrador, diputado el próximo año, jefe de la bancada priísta y candidato presidencial priista en el 2024.

En este sentido, los priístas peñistas están haciendo sus cálculos de facción, sin pensar que el PRI se está hundiendo por las acusaciones de corrupción contra Peña Nieto.

Así que el dilema del PRI en su 91 aniversario y rumbo a su XXII asamblea está planteado: evitar el encarcelamiento de peñanietistas entregándole el partido a López Obrador o salvar al partido con la expulsión a Peña Nieto, Videgaray, Ochoa Reza y los gobernadores corruptos.

No hay más opciones.

Política para dummies: La política es el momento de tomar decisiones radicales.

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