El presidente estadounidense, Donald Trump, está preparado para firmar un acuerdo con China este miércoles el cual mantiene unos aranceles significativos y, por primera vez, penalizaría a Beijing si no cumple con promesas relacionadas con su moneda, propiedad intelectual y la balanza comercial.

Pero el interrogante que perseguirá a Trump desde el momento en que se seque la tinta es si el pacto reperfilará la relación entre las dos mayores economías del mundo.

Para muchos en Washington, los lazos económicos entre Estados Unidos y China se han convertido en un ejemplo de los males de la globalización, las tensiones de la tecnología y la geopolítica del siglo XXI, y los pasos en falso de presidentes anteriores.

El acuerdo de ‘fase uno’ que Trump describió recientemente como un “monstruo grande y hermoso” no es en absoluto un pacto comercial estándar: con 86 páginas, es más delgado que la mayoría en cuanto a contenido y compromisos.

Estados Unidos acordó reducir a la mitad los aranceles del 15 por ciento a importaciones por más de 120 mil millones de dólares y retrasar otros a cambio del compromiso de China de introducir reformas estructurales y comprar bienes y servicios estadounidenses por 200 mil millones de dólares adicionales durante los próximos dos años. El texto completo se dará a conocer este día.

Sin embargo, el pacto no aborda problemas importantes en el corazón del modelo de capitalismo de Estado de China, como los límites a subsidios industriales y empresas estatales, a fases futuras.

Se espera que los aranceles punitivos a casi dos terceras partes de las importaciones estadounidenses de China, unos 360 mil millones de dólares en bienes, se mantengan hasta al menos las elecciones de noviembre: el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, comentó el martes que Estados Unidos solo consideraría más alivio arancelario si China firma un acuerdo comercial de ‘fase dos’.

“Este es un logro enorme para el presidente y su equipo económico”, indicó Mnuchin a los medios en Washington, y agregó que no se fijó una fecha firme para que comiencen las negociaciones comerciales de la fase dos.

El viceprimer ministro Liu He, principal negociador comercial, y principal asesor económico del presidente de China, Xi Jinping, encabezará la delegación china en la ceremonia de firma.

Diseño distinto
El acuerdo también abraza un nivel de planificación centralizada al estilo socialista que habría provocado escalofríos en anteriores presidentes estadounidenses.

Generalmente, los pactos comerciales tradicionales establecen reglas y dejan los detalles del comercio real a los mercados, pero el acuerdo que el equipo estadounidense ha negociado incluye un anexo clasificado que detalla una ola de compras chinas de 200 mil millones de dólares.

Estas incluyen unos 32 mil millones de dólares en compras adicionales de exportaciones agrícolas estadounidenses y 50 mil millones de dólares en gas natural y petróleo crudo, según personas informadas sobre su contenido.

La administración insiste en que el acuerdo tiene un diseño distinto por naturaleza y que no necesitará la aprobación del Congreso. “No es un acuerdo de libre comercio”, precisó Trump a sus seguidores en un memorando el mes pasado. “Su propósito es corregir prácticas comerciales desleales”.

Sin embargo, la ausencia de soluciones a temas como los subsidios industriales llevó a algunos expertos de China a insistir en que el pacto no cumple con las promesas de Trump y plantea interrogantes sobre si las dificultades económicas que generó en algunos sectores de la economía de Estados Unidos valieron la pena.

“Estoy preparado para una decepción con detalles insignificantes, pero me encantaría que me sorprendieran importantes concesiones chinas que no se informaron anteriormente y que daría la sensación de que este conflicto comercial largo y retorcido hubiese valido la pena”, aseguró Scott Kennedy, experto en relaciones económicas entre Estados Unidos y China en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales.

Los partidarios del presidente y ex asesores argumentan que Trump ha podido cumplir muchos de los objetivos que estableció cuando comenzó a presionar a China para que se realizara una nueva ronda de reformas económicas en 2017.

¿Victoria para Trump y Xi?
“Es una gran victoria para el presidente”, mencionó Stephen Vaughn, que hasta el año pasado ayudó a supervisar las políticas comerciales de Trump como asesor general y mano derecha del representante comercial de Estados Unidos, Robert Lighthizer.

“Ha conseguido que China haga compromisos más fuertes de lo que ha hecho en acuerdos anteriores”.

Para Xi, el acuerdo frena una ‘hemorragia’ de una guerra comercial de casi dos años en un momento en que se enfrenta a una economía con el crecimiento más lento en tres décadas y protestas sin precedentes en Hong Kong.

El presidente mostró un tono optimista a principios de 2020, subrayando el “extraordinario esplendor chino y la fuerza china”.

“Ante situaciones severas y complejas internas e internacionales y diversos riesgos y dificultades, hemos podido avanzar firmemente”, expuso el presidente chino a líderes del partido la semana pasada.

Pero persisten una serie de complicaciones. Estados Unidos y China se encaminan a una mayor confrontación sobre políticas industriales, conflictos geopolíticos como Taiwán y el Mar del Sur de China, y los campos de detención en Beijing para musulmanes uigures étnicos en la región occidental de Xinjiang, en el extremo occidental de China, temas que los detractores de Xi dicen que se podrían haber manejado mejor.

El punto contencioso más inmediato probablemente sea el futuro de la tecnología 5G y el destino de Huawei, la compañía tecnológica líder de China.

La administración de Trump está considerando medidas para limitar aún más la capacidad de las empresas estadounidenses de proporcionar suministros a la compañía, además de presionar a otros países del mundo para que eviten el uso de sus equipos para redes móviles 5G.