Xi Jinping habla con el presidente ruso, Vladimir Putin, por videoconferencia, desde Pekín, este lunes. NOEL CELIS AP

Un gasoducto obra de la ingeniería política. Moscú y Pekín han dado otro paso para estrechar vínculos con la inauguración de una conducción que llevará gas ruso a China. Power of Siberia, con un canal de más de 6.000 kilómetros y uno de los proyectos energéticos más importantes de Rusia desde la caída de la URSS, fortalece la cooperación entre las dos grandes potencias en un momento en que ambas afrontan severas tensiones con Occidente. El gasoducto afianza la apuesta de Vladímir Putin y Xi Jinping por su asociación estratégica y económica.

A través de Power of Siberia (Fuerza de Siberia), que ha supuesto inversiones de más de casi 50.000 millones de euros en ambos países, Rusia suministrará a China más de un billón de metros cúbicos de gas natural durante los próximos 30 años: unos 38.000 millones de metros cúbicos al año. El macro proyecto, que empezó a erigirse en 2014 y que incluye la construcción de otros dos campos, aportará a la dañada economía rusa más de 363.208 millones de euros. “Este paso lleva la cooperación energética entre Rusia y China a un nivel completamente nuevo y nos acerca a lograr el objetivo establecido junto con el presidente chino Xi Jinping de extender la facturación comercial bilateral a 200.000 millones en 2024”, dijo el presidente ruso desde Sochi.

El líder ruso y su homólogo chino inauguraron por videoconferencia la flamante tubería, construida y operada en Rusia por la estatal Gazprom, que conectará los campos de gas del este siberiano con los centros industriales del norte de China y abastecerá la gran región en torno a Pekín y a lo largo de la costa hasta Shanghái. “El desarrollo de las relaciones chino-rusas es y será una prioridad de la política de cada uno de nuestros países”, coincidió el presidente chino, que ha descrito a Putin en más de una ocasión como “su amigo más cercano”. Ambos líderes se han visto las caras en una treintena de ocasiones durante sus mandatos. Ambos países, sostuvo Xi, deben estrechar aún más su relación frente “a la creciente injerencia occidental en los asuntos internos de los dos países”, según la cadena de televisión estatal china CCTV.

Cuando se cumplen 70 años de la apertura de sus relaciones diplomáticas y después de atravesar años de suspicacias y rivalidad, Rusia y China han afianzado sus vínculos bilaterales. A raíz de las sanciones de la UE y Estados Unidos por anexionarse la península ucrania de Crimea, en 2014, Moscú empezó a buscar otras alianzas económicas. Mientras, el deterioro de la relación entre Pekín y Washington, especialmente a partir del inicio de la guerra comercial hace un año y medio, ha impulsado al Gobierno de Xi a buscar socios alternativos sólidos. Y Moscú comparte las reticencias de Pekín hacia EE UU y lo que percibe como los instintos hegemónicos de Washington.

Si hace un lustro, cuando se firmó el acuerdo para la construcción de los gasoductos y la venta de gas, Pekín podía ver a Moscú, sobre todo, como un socio comercial que pudiera colmar su demanda insaciable de energía, ahora esa relación ha evolucionado y se ha expandido. El precio que pagará Pekín por el gas ruso no se ha hecho público. El comercio entre Rusia y China alcanzó un nivel récord ese año, superando el billón de dólares, según datos del Gobierno ruso.

Ambos países colaboran estrechamente en materia militar, como mostraron con la participación china en las gigantescas maniobras rusas “Tsentr” de este año. En septiembre de 2018, Moscú invitó por primera vez a un país de fuera de su círculo de antiguos aliados soviéticos a sus mayores maniobras anuales: Pekín.

Su “asociación estratégica” —la más alta consideración diplomática que otorga China a unas relaciones bilaterales— se ha expandido a proyectos para la colaboración en el Ártico, una ruta que Pekín considera fundamental en su iniciativa de las Nuevas Rutas de la Seda. Pekín aporta también tecnología puntera a Rusia, notablemente en el área del desarrollo de sus redes 5G.

EL PUENTE SOBRE EL DRAGÓN NEGRO
Una valla cerca de la ciudad china de Heihe, este sábado.
Una valla cerca de la ciudad china de Heihe, este sábado. REUTERS
El gasoducto no será la única infraestructura que una la localidad china de Heihe y la ciudad rusa de Blagoveshchensk. El pasado viernes quedó definitivamente inaugurado el primer puente que conectará por autopista los dos países cruzando el río Amur, literalmente el Dragón Negro. De 1.284 metros de largo y 14,5 metros de largo, el proyecto para enlazar el noreste industrial chino y Siberia ha costado unos 358 millones de dólares, el 80% de ellos aportados por Rusia.

El puente, construido para soportar temperaturas de hasta 60 grados bajo cero, era un viejo proyecto, plagado de retrasos financieros y que busca multiplicar el turismo entre ambas áreas fronterizas y el intercambio de mercancías: hasta ahora, el transporte entre las dos ciudades, levantadas frente a frente y separadas por el río, se desarrollaba por ferry en verano y a través de un puente flotante en invierno, aunque en los meses más duros debía cancelarse.

Los cálculos chinos prevén que para 2020 el tráfico entre las dos ciudades alcanzará los 1,4 millones de personas, y el volumen de mercancías se multiplicará por 10, hasta llegar a los 3 millones de toneladas, según la agencia china Xinhua.