En la ola contra la desigualdad que está sacudiendo al mundo, los villanos de las críticas al neoliberalismo, por haber sido sus principales beneficiarios, son los que más tienen, en particular los multimillonarios. Son los plutócratas, a quienes señalan de ambiciosos, avaros y de haber chupado la sangre de los que menos tienen para tener más, sin importar que el sistema económico que inició en el Reino Unido a finales de los 70 produjo la desigualdad que ha puesto de cabeza al mundo y permitido el surgimiento de líderes populistas en más de 60 naciones. Contra la pared los han puesto millones de personas en el mundo, en muchos casos bajo el grito amenazador de “mueran los ricos”.

Ahora UBS, la sociedad de bancos suizos que es la principal administradora de la riqueza privada en el mundo, publicó su reporte sobre multimillonarios, donde hace un alegato en contra de lo que su presidente, Joseph Stadler, considera parcialidad en los medios de comunicación, que han construido esa imagen. En el reporte, los defiende ampliamente. Es cierto que se han enriquecido, admite, pero mientras se han enriquecido, también han beneficiado al resto de la sociedad al generar empleo, crear riqueza para otros, incluidos muchos de sus empleados, y pagado impuestos.

Esto, según el reporte, porque en los últimos 30-40 años ha sido un periodo de excepcional innovación en los negocios, que ha permitido que el cambio económico sea más rápido que en cualquier otro periodo en la historia, provocado por “su visión de largo plazo, la toma de riesgos inteligente, el foco empresarial y la determinación que ha resultado en que sus negocios hayan tenido mejores resultados financieros que otros” en el sector privado o en el público. A esto es lo que USB le llama “el efecto multimillonario”, que ha tenido un mayor impacto en Estados Unidos y en la región de la Cuenca del Pacífico –a la que pertenece México–, particularmente en las industrias de la tecnología del futuro y la economía china, que se desarrolla velozmente.

El reporte responde a varios años de críticas contra los multimillonarios beneficiarios del neoliberalismo, pero no únicamente surgidas de los líderes populistas que, montados en la desigualdad y la molestia de millones, llegaron al poder en decenas de países en el mundo con una agenda antisistémica que mantiene a varias naciones en confrontación interna. Han provenido de académicos formados en escuelas de países que han vivido el neoliberalismo, como Thomas Piketty, quien en su afamado libro Capital en el Siglo XXI escribió: “No importa cuántas desigualdades justificadas de riqueza pueda haber, las fortunas pueden crecer más allá de la justificación racional en términos de utilidad social”.

Más recientemente, en febrero pasado, en un medio que no se puede señalar de ser de izquierda, The New York Times, uno de sus columnistas, Farhad Manjoo, escribió “Abolir a los multimillonarios”, un artículo donde afirmó: “En algún punto de extrema riqueza, el dinero inevitablemente corrompe. Ya sea de izquierda o derecha, compra poder político, silencia disidentes, sirve principalmente para perpetuar una mayor riqueza, frecuentemente sin ningún bien social en reciprocidad”.

En noviembre de 2015, Didier Jacobs, analista senior del capítulo Estados Unidos de la ONG Oxfam, denunció que una tercera parte de la riqueza de los multimillonarios no tenía origen en su eficiencia empresarial. “Cincuenta por ciento de la riqueza de los multimillonarios del mundo no es meritoria, sino se debe a herencias o a una alta presunción de complicidades. Otro 15 por ciento tampoco es meritoria, sino a la presunción de los monopolios. Todo esto no se lo deben a la globalización. En cambio, el crimen y la tecnología son probables fuentes despreciables de la extrema riqueza”.

El reporte de UBS refleja la preocupación que existe en esos sectores por la creciente corriente de opinión negativa sobre la riqueza extrema, asociada invariablemente con la desigualdad. “El boom de los multimillonarios ha sufrido una corrección natural”, declaró recientemente Stadler. “El dólar fuerte, combinado con una gran incertidumbre en los mercados de valores en medio de un difícil entorno geopolítico, ha creado las condiciones para esta caída”. A finales de 2018, había dos mil 101 multimillonarios en el mundo, que significó un incremento de 538 personas (38.9 por ciento) durante los cinco años previos, pero su riqueza se disminuyó en 4.3 por ciento.

Eso no es mucho consuelo para millones de personas representadas por sus líderes o, incluso, en el mainstream de las finanzas, la política y los medios. En noviembre pasado, Oxfam publicó un análisis de 13 casos en América Latina que revela cómo la acumulación del poder de las élites minaban el proceso democrático mediante la creación de políticas públicas a costa del resto de la población. En esta región, el 10 por ciento de la población concentra 68 por ciento de la riqueza, mientras el 50 por ciento más pobre sólo accede a 3.5 por ciento de la riqueza total. El 1 por ciento más rico concentra 37 por ciento de la riqueza, y las fortunas de los 80 multimillonarios en la lista de Forbes, es mayor al PIB de casi todos los países del subcontinente.

Sí hay un problema de fondo. UBS dijo en su reporte que los empresarios multimillonarios quieren hacer del mundo un mejor lugar para vivir, en lo social y en lo ambiental, y que varios de ellos –una minoría, reconoció–, han invertido grandes cantidades de recursos en filantropía. Es cierto, pero, como señalan sus críticos, haciéndolo preservan el sistema del cual se han beneficiado. Los ‘Rico MacPatos’ del mundo van a tener que hacer mucho más, y más de fondo y duradero, que lo que describió UBS. “No digo que los multimillonarios deben ser héroes”, le dijo Stadler al Financial Times, “pero al menos deben ser reconocidos”. Esa batalla, la tienen perdida.