(Primera de dos partes)

El 27 de julio de 1969 falleció durante una competencia el piloto y pelotari Moisés Solana Arciniega, uno de los tres mexicanos -junto con Ricardo y Pedro Rodríguez- que hasta entonces habían participado en carreras de Fórmula Uno, la principal categoría del automovilismo deportivo.

Para recordarlo a 50 años de su muerte recurriremos, no a los escasos pero valiosos datos de la Wikipedia -la Biblia de los sin libros-, sino a un resumen de la biografía escrita para la revista mensual Automundo por encargo de su director Emilio R. del Valle, y publicada en 14 páginas durante enero y febrero de 1973

El trabajo se basó en una serie de charlas -en la última de las cuales lloró- que tuvimos a finales de 1972 con José Antonio Solana, padre de Moisés, en su domicilio de la colonia Insurgentes Mixcoac de la Ciudad de México, y en la consulta de los documentos que nos facilitó junto con numerosas fotografías para ilustrar la publicación.

Quince días después del fatal accidente, sonó el teléfono en el domicilio de José Antonio Solana y una voz le dijo: “el asesino anda suelto”, y luego colgó. El suspicaz padre de Moisés relacionó eso con la -para él inexplicable- forma como había ocurrido la tragedia: no hubo autopsia; no quedaron en el pavimento huellas de llantas o manchas de grasa y gasolina; no hubo testigos; no podía tener un accidente así quien manejaba automóviles desde los tres años.

Tres días antes de la prueba, Moisés había dicho a su padre, por primera vez en sus 15 años como piloto, que no deseaba tomar parte en ella. Fue la única vez que tuvo dudas, y fue también el primero y único accidente que tuvo en las pistas.

Nacido en Tacubaya, Ciudad de México, el 26 de diciembre de 1935, Moisés Solana fue un corredor fuera de serie, pero muy polémico: había entre los aficionados una corriente “antisolanista”. Ganó 220 de las 270 carreras en que participó, si bien no tuvo victorias en la Fórmula Uno donde corrió muy pocas veces pues por varias razones declinó convertirse en un piloto internacional.

Fue el segundo de los ocho hijos -cuatro hombres y cuatro mujeres- que tuvieron José Antonio Solana y Guadalupe Arciniega y todos heredaron el gusto y la vocación por las carreras de autos, de su abuelo Moisés Solana Gómez, quien en 1898 ganó la Vuelta del Distrito Federal, mientras que el padre tomó parte en muchas competencias, incluida la célebre Carrera Panamericana México, en cuya última edición, en 1954, intervino también Moisés tras librar muchas dificultades por ser menor de edad. Quedó sexto en su categoría, adelante del famoso italiano Piero Taruffi.

Papá Solana era constructor de automóviles y le hizo a Moisés varios a su medida en su infancia. Uno de ellos lo manejó a los siete años hasta Cuernavaca escoltado por motociclistas de tránsito, y fue tal su entusiasmo por los coches y la pelota vasca, y durante un tiempo por el futbol, que al terminar la primaria cortó sus estudios para dedicarse por completo al deporte.

A los 15 años fue contratado como profesional por el Frontón Metropolitano, donde obtuvo un campeonato mundial. Vivió tres años en Acapulco, donde jugaba, y por dos años más en Miami, Florida. También se presentó en el hoy rehabilitado Frontón México, frente al Monumento a la Revolución. Varias veces derrotó a Aquiles Elorduy, quien se consideraba a sí mismo el mejor pelotari del mundo y además jugaba en Los Pinos ante el presidente Miguel Alemán.

Nos contó José Antonio Solana que, cuando perdía Moisés en el jai alai (término vasco que significa “fiesta alegre”), recibía muchos insultos y hasta agresiones, y que en las pistas nacionales no era bien visto por algunos de sus colegas porque les ganaba hasta a los hermanos Ricardo y Pedro Rodríguez, quienes ya contaban con prestigio en el extranjero.

Fueron incontables los domingos en que Moisés triunfaba en una carrera en la Ciudad de México y por la noche hacía lo mismo en un partido de pelota vasca en Acapulco, a donde se iba en tiempo récord (no existía autopista alguna) terminada la prueba automovilística. Antes de cumplir 21 años contrajo matrimonio con María Teresa Martínez Regidor y tuvieron cinco hijas.

El 20 de diciembre de 1959, cuando fue inaugurado el autódromo de la Magdalena Mixhuca con los 500 Kilómetros de la Ciudad de México, tuvo lugar la única victoria de Pedro Rodríguez sobre Moisés Solana habiendo terminado ambos la competencia; otras veces, uno de ambos abandonaba antes del final. Y en 1962 hubo una célebre “carrera del aguacero” con un triunfo de Moisés sobre Ricardo Rodríguez, quien traía del extranjero la fama de ser el mejor corredor en suelo mojado.

En tres días, un trabajo de 30

Exigente con los automóviles que manejaba, Moisés decía que “las carreras se ganan en el taller” y siempre se preocupó por tener los mejores coches. Despertaba a don José Antonio en las madrugadas para comunicarle sus ideas para mejorar las máquinas y, como no le gustaba ensuciarse las manos, padre y hermano tenían que levantarse a esas horas para hacer la talacha. Luego probaban los cambios hechos en el autódromo o en la carretera federal a Cuernavaca.

A Moisés no le interesó internacionalizarse. O sus negocios y la pelota vasca lo ataban a México, o bien nunca le ofrecieron buenos coches para esas competencias. Existen ambas versiones, las dos verosímiles, y la segunda podría comprobarse por sus resultados las veces que participó en el Gran Premio de México (1962-1968) cuando, por ejemplo, recibía órdenes de Colin Chapman (el jefe del equipo) de no opacar a las estrellas extranjeras, o le daban su coche a otro piloto, o le impedían participar en los entrenamientos, o de plano le daban autos que resultaban con problemas. Según José Antonio Solana, Chapman -famoso constructor de los Lotus- era “un señor muy puerco en sus tratos, deshonesto en todos sentidos y enemigo de los mexicanos”.

Sin embargo Moisés fue en 1968 el único mexicano que habría ganado una prueba mundial en su propio país, al llevarse la victoria en la Primera Carrera Internacional de la Ciudad de México frente a figuras tanto de la Fórmula Uno como de Indianápolis, de la talla de Peter Revson, ganador de Grandes Premios y campeón de la serie CanAm.

Es más epopéyico que anecdótico, que el coche con que triunfó entonces Moisés -el mismo McLaren en que habría de morir-, había llegado a México tres días antes de la carrera, desarmado, y entre él, su padre y su hermano Hernán lo dejaron listo en 72 horas en las que no tuvieron descanso, a pesar de que, según el instructivo, “su armado requiere de un mes de trabajo, si se encarga a cinco técnicos que lo conozcan a fondo”.

Moisés fue invitado a correr en Estados Unidos (serie CanAm) y en 1963 por Enzo Ferrari a probar sus bólidos Italia, donde mejoró el tiempo del bicampeón mundial Jim Clark, pero le ofrecieron un contrato para la Fórmula Dos y no aceptó. Él quería estar en la Fórmula Uno “para burlarse de Colin Champan”, nos comentó su padre. (Concluirá).