Vista general del Zócalo. Vista general del Zócalo. REBECCA BLACKWELL AP

López Obrador sigue en campaña un año después de haber vencido de forma abrumadora y nada indica que vaya a dejar de estarlo en todo el sexenio. Es su hábitat, donde mejor se desenvuelve, donde nadie le hace frente en México pese a las contradicciones de su discurso. Lo volvió a demostrar este lunes en el Zócalo de la capital, donde se dio un baño de masas ante miles de personas, sin apenas mencionar los desafíos de un país que padece una crisis de seguridad galopante y cuya relación con su principal socio comercial pende de un hilo.

El mandatario abruma sobre un escenario. No importa si es a las siete de la mañana, en Palacio Nacional, desde donde atiende a diario a la prensa o desde la plaza más grande del país. López Obrador aprovechó el aniversario de su victoria electoral para dirigirse a sus seguidores y hacer balance de siete meses de mandato. El presidente de México acostumbra a hacer un informe de gobierno cada 1 de diciembre, lo que augura que este año, al menos, López Obrador se vanagloriará de sus logros en dos ocasiones. Entre medias, insistió en que este 15 de septiembre se celebre un Grito de la Independencia diferente. Y así, un mitin permanente.

Fueron 90 minutos de discurso en los que el presidente de México apenas hizo autocrítica unos momentos. Los retos que tiene por delante, no obstante, son decisivos para el desarrollo de un país: “Debe mejorar el sistema de salud, la economía y se han de reducir los índices de violencia”, admitió López Obrador ya casi al final de su intervención. Un discurso del que ha extirpado la promesa de que México crecerá un 4% para celebrar que ya no hay inflación. De los altos índices de violencia culpó, básicamente, a sus antecesores y prometió que en poco tiempo se invertirán las cifras.

El presidente de México, basándose en su máxima de que la mejor política exterior es la interior, casi no se refirió a las concesiones que ha hecho al Gobierno de Estados Unidos en materia migratoria para evitar la imposición de aranceles a los productos mexicanos. Unas cesiones que han obligado a endurecer la política migratoria, haciendo México de muro de contención con las miles de personas que tratan de cruzar el país rumbo a Estados Unidos. Para lograrlo, entre otros aspectos, ha desplegado a miles integrantes de la Guardia Nacional, el nuevo cuerpo militar creado por la Administración de López Obrador, en funcionamiento desde el domingo y que ha sido criticado por las facultades que otorga a los militares en la seguridad pública.

Hace un año, en el mismo escenario, después de haber logrado la presidencia con el 53% de los votos, la victoria más abultada en la historia reciente de México, López Obrador enumeró 100 medidas que se comprometió a cumplir. “Ya hemos conseguido 78, posiblemente nunca se ha hecho tanto en tan poco tiempo”, celebró el presidente, sin hacer hincapié en las 22 que faltan. “En siete meses se puede decir que el cambio de gobierno no ha sido para mantener más de lo mismo. Está en marcha una transformación”, insistió el mandatario, que mantiene un amplio respaldo de la población. Según una encuesta de El Financiero, el 66% de los mexicanos aprueba el trabajo de su presidente.

Una de las principales bazas de López Obrador es que los malos augurios de sus adversarios no se han cumplido. Pese a todo, el panorama desolador que le plantearon lo que él califica como “mafia del poder”, “neoliberales”, “fifís” o “conservadores” y que engloba, en líneas generales, a aquel que no está de acuerdo con él, dista ser real. El presidente lo sabe y se lo restriega –“los inconformes son los de la élite, la mafia del poder”, aseguraba en una entrevista a La Jornada- en buena medida a base de símbolos, de gestos que calan en sus simpatizantes más que el chaparrón que cubrió el Zócalo antes de su intervención. “Empiezo a informarles que ya no se tolera la corrupción desde la Presidencia, están prohibidos el nepotismo, el amiguismo, el influyentismo y cualquier otra práctica del antiguo régimen”, se lanzó el mandatario ante la algarabía general.

Entre los logros de estos siete meses de mandato está el haber acercado, por convicción o conveniencia, a buena parte de los empresarios más importantes del país. Así, no era de extrañar que en primera fila se encontraran este lunes Emilio Azcárraga, presidente del Consejo de Administración de Televisa o Carlos Slim, el hombre más rico de México, que en más de una ocasión le ha insistido en la necesidad de incentivar la inversión privada, sin la que no ya las metas de crecimiento, sino la economía mexicana se puede ver dañada.

Es tal la exposición de López Obrador que los vaivenes en su discurso, cuando no contradicciones, pasan muchas veces inadvertidos. “Me gusta la polémica. Es que es importantísima. Más que meter a la cárcel a los responsables del desastre neoliberal, debemos condenar el modelo, combatir el conservadurismo”, aseguró a los periodistas de La Jornada para después, en el Zócalo, insistir en que no busca la confrontación. “A veces la ideología obnubila. Todos debemos quitarnos la carga ideológica y ser muy realistas”, sugirió durante su intervención. Hora y media en la que López Obrador no aportó muchas novedades; tiempo suficiente para que toda la atención mediática volviese a recaer sobre él. Una fórmula, de la eterna campaña electoral, que, como advirtió, no tiene freno: “Apenas acabo de iniciar con la transformación de México”.