El avión que mandó fabricar Calderón y que usó Peña en los dos últimos años del sexenio. Foto: Cuartoscuro.

Washington, D.C.— En menos de una semana, Andrés Manuel López Obrador abrió Los Pinos al público, puso en venta el avión presidencial y la flotilla oficial de helicópteros, regresó el centro de gravedad del poder ejecutivo a Palacio Nacional, retiró vallas que impedían el paso al histórico recinto, rechazó la protección del Estado Mayor y prescindió de camionetas blindadas para desplazarse. Para el nuevo presidente, el ahorro en el gasto público que lo anterior implica es tan importante como acabar con los símbolos intrínsecos al derroche y la corrupción de gobiernos pasados.

Sus primeras acciones evocan momentos históricos en los que la caída de un régimen o el fin de una ideología fueron seguidos por la eliminación de las imágenes que les daban identidad. La supresión de monumentos, edificios, nombres de calles, emblemas, asociados al régimen Nazi tras la segunda guerra mundial; la caída del muro de Berlín en 1989 y la demolición de las estatuas de Lenin y Stalin poco después; el derrocamiento de la efigie de Hussein en 2003; la destrucción de las imágenes de Mubarak durante la primavera árabe en 2011 y la remoción de la última estatua de Franco en España en 2008, por ejemplo.

En Berlín, el edificio que había sido sede de la SS, la genocida policía secreta nazi, fue arrasado. Décadas después, se abrió un centro para educar a la gente sobre los crímenes de los nazis. Toda proporción guardada, pareciera que la “cuarta transformación” tomó una página de esa historia. El mismo día de su juramentación, López Obrador transformó Los Pinos, un monumento a la riqueza, en centro cultural. Mientras afirmaba que “nada material me interesa” ante la Cámara de Diputados, miles de personas atestiguaban el uso y abuso del dinero público. Por primera vez, los mexicanos pudieron constatar la suntuosidad de los espacios privados que Enrique Peña Nieto y su familia disfrutaron a cuenta de los contribuyentes.

Escalinatas de mármol, candiles colgantes, salones de estancia, mullidas alfombras, paredes tapizadas de finas maderas, alcoba matrimonial compuesta de cinco salas y vestidores, enormes cocinas, sala de cine con 35 asientos de piel, el “bunker” que instaló Felipe Calderón para monitorear su sangrienta guerra, mismo que Peña prefirió destinar para el personal doméstico, biblioteca con 2 mil 450 libros y un amplísimo jardín con frondosos árboles. Todo sobre un terreno cuatro veces más grande que la Casa Blanca.

El domingo, la Secretaría de Hacienda invitó a la prensa a recorrer el interior del Boeing 787 Dreamliner, el avión que mandó fabricar Calderón y que usó Peña en los dos últimos años del sexenio. AMLO lo puso en venta. Prefiere viajar en vuelos comerciales para, insiste, no perder el contacto con el pueblo. El lunes, la aparatosa nave partió a California, donde Boeing la almacenará hasta que encuentre nuevo dueño. El gobierno de López Obrador probablemente pierda dinero en la transacción. En el mejor de lo casos obtendría 76 millones de dólares menos de los 218.7 millones de dólares que costó, y en el peor escenario hasta 137 millones menos (Bloomberg 03/12/2018).

El Secretario de Hacienda Carlos Urzúa debió saber que la transacción implicaría pérdidas. Los productos tienden a depreciarse. Más un avión de ese tipo que no goza de gran acogida en el mercado. Sin embargo, para la 4T el costo beneficio parece ser político no financiero. Se subasta el emblema del despilfarro no el objeto tangible.

Los críticos argumentan que es un error vender el avión y cambiar el uso de Los Pinos pues son “herramientas de trabajo”. Un jet ejecutivo y una residencia cómoda, con un salón amplio para cenas y recepciones, bastan. No decaerá la capacidad del Presidente de hacer su trabajo si prescinde de los lujos y excesos de sus antecesores. Es casi imposible imaginar a AMLO viviendo en una mansión de lujo o viajando en el Dreamliner. Durante la campaña, aceptó reunirse con la entonces Embajadora de Estados Unidos Roberta Jacobson bajo la condición de que el encuentro fuera en su residencia particular en Tlalpan. “Si una de los motivos fue mostrarme que tan modestamente vive, lo logró”, dijo Jacobson (The New Yorker 25/06/2018)

Los estilos de vida opuestos de Peña y El Peje quedaron en evidencia el 1 de diciembre. López Obrador llegó al recinto de la Cámara a bordo de un Volkswagen Jetta, con una discreta escolta no armada. En contraste, Peña Nieto se trasladó en aparatosa caravana de camionetas blindadas. Hizo su entrada final en medio de un enjambre de escoltas y asistentes. Ignoró a la prensa que le pedía una última fotografía.

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Una nueva realidad política emerge en el horizonte, con símbolos, lenguaje y estilo diferentes. Pero, me dijo el Profesor John Womack, “a menos que en el transcurso de los siguientes seis años López Obrador efectivamente resulte ser tan importante como Lázaro Cárdenas, estos gestos simbólicos no van a significar más que, como decimos en Oklahoma, un altero de frijoles… El Peje entiende muy poco (si no es que nada) de la historia de su Patria, pura vieja paja priista”.
Twitter: @DoliaEstevez