Trabajadores de Google en bicis de la empresa en Mountain View, California. MARCIO JOSE SANCHEZ AP

Silicon Valley ha descubierto que puede hacer algo más en las elecciones de Estados Unidos que poner sus herramientas al servicio del más listo. La elección de Donald Trump en 2016 trajo consigo la evidencia de que las grandes ideas de conectar el mundo y dar alas a la información tenían consecuencias no deseadas, como las noticias falsas y el uso fraudulento de bases de datos para lanzar ataques políticos de enorme precisión. Hasta entonces, Silicon Valley vivía en una burbuja, imaginando el futuro y mirando de lejos a quienes no se adaptan a la nueva economía creada por ellos. Ya no.

Es difícil exagerar el ambiente de burbuja en el que viven los creadores de las maravillas que llevamos en el bolsillo. De los cinco códigos postales más ricos de Estados Unidos, dos están juntos en el corazón de Silicon Valley, en el centro de California. Son el 94027 y el 94301, que comprenden las localidades de Palo Alto y Atherton. El precio medio de las casas es 4,3 millones de dólares (unos 3,8 millones de euros). El ingreso medio de las familias supera los 300.000 dólares al año. El 80% de la población tiene educación universitaria. Aquí viven al menos tres milmillonarios: Larry Page, de Google; Laurene Powell Jobs, viuda del fundador de Apple; y Mark Zuckerberg, CEO de Facebook. Los 70.000 habitantes de Palo Alto pagan 934 millones de dólares de impuesto directo sobre la renta en California.

En el centro de Palo Alto no se ven grandes muros, ni mansiones, ni coches ostentosos. La élite de la revolución tecnológica escapa a todos los estereotipos de millonarios. Se mueven en bici, visten zapatillas y camiseta, se saludan por la calle y salen a hacer la compra. Esas casas con precios disparatados no son mansiones, son bungalós clásicos, con porche y patio trasero. Para el paseante que desconozca las cifras, Palo Alto es tan solo un pintoresco pueblecito californiano. Para sus habitantes, también.

“Aquí la gente no se considera élite”, dice Antonio Jiménez, un ejecutivo español de marketing que vive y trabaja en el valle con su empresa Bitext. “Zuckerberg se considera una persona normal. Hasta hace poco te lo encontrabas tomando café”. Jiménez habla sentado en el Coupa Café, uno de los centros de reuniones de Palo Alto, donde se hacen conexiones y se cierran negocios. No hay cochazos, ni trajes. Es imposible saber quién es millonario.

Liz Kniss, alcaldesa de Palo Alto y residente aquí desde hace 50 años, explica que los millonarios hacen un especial esfuerzo por mantener el “ambiente de pueblo”. La consecuencia es una presión inmobiliaria descomunal. “Acaban de vender una casa en mi calle por 30 millones. Tiene un solo piso y tres habitaciones”, asegura Kniss. La alcaldesa dice que sus amigos “son conscientes de ser unos privilegiados y les preocupan los problemas de Estados Unidos”. “La gente de la tecnología es diferente”, añade. “Viven en otro mundo en cierta manera. El mundo de la creación, el futuro y el éxito”. Hasta ahora, la movilización política de los habitantes de este rincón del país se limitaba a mantener su pueblo como una postal.

Jiménez admite que en general la gente que vive en lugares como Palo Alto piensa en el mundo como “un lugar idílico”. “Aquí se crea el futuro, el presente se hace en otro sitio”. Los coches sin conductor, por ejemplo, llevan circulando por aquí tres años. Para el resto del mundo es ciencia ficción. De pronto, esta arcadia filosófica de creadores del futuro se ha visto bajo la lupa por su influencia en el sistema político. Está obligada a ocuparse del presente.

La web especializada Recode hacía un recuento el pasado agosto de los millonarios de Silicon Valley que de pronto han decidido poner su dinero en ayudar a los demócratas a recuperar poder en Washington, principalmente a través de los candidatos a la Cámara de Representantes. Algunos inversores que en el pasado no se sentían concernidos por la política norteamericana han cambiado su actitud a partir de la elección de Donald Trump. El progresismo de salón (o de café orgánico, en este ambiente) ha dado paso a verdadero activismo.

Ron Conway, fundador del fondo SV Angel, había gastado ya un millón de dólares entonces. Reid Hoffman, cofundador de Linkedin, cuatro millones. Devin Parekh, de Insight Venture Partners, había montado un fondo con otros socios llamado House Victory Project para influir en decenas de batallas congresuales por todo el país. El inversor Ron Stavis había dado un millón y contaba a Recode que había despertado a la necesidad de implicarse en política tras la elección de Trump. No era el único.

Otro análisis, este de la revista Wired, mostraba el pasado octubre cómo los empleados de Silicon Valley están poniendo dinero de su bolsillo en estas elecciones. La revista analizó 125.000 contribuciones económicas a candidatos hechos por empleados de Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft. En total, encontró 15 millones de dólares donados por trabajadores de estas empresas. El 23% fue para candidatos demócratas; el 1%, para republicanos; el resto, para organizaciones apartidistas que normalmente se dedican a promover la participación.

No solo han puesto dinero. El talento de Silicon Valley, que literalmente inventa apps mientras toma un café, está poniendo su ingenio al servicio de los demócratas. La incubadora Higher Ground Labs, con un respaldo de cinco millones de dólares, ha invertido en una veintena de startups relacionadas con la campaña. Entre ellas, MobilizeAmerica, una aplicación que hace muy fácil organizar eventos, poner en contacto voluntarios y lanzar mensajes a grandes bases de datos de votantes. Hasta la semana pasada, MobilizeAmerica había organizado a 254.000 voluntarios y puesto en contacto a alrededor de 19 millones de votantes, informó The Washington Post.

“Las elecciones importan muchísimo”, explica Jiménez. “No podemos estar pensando en el futuro y tener líderes anclados en la modernidad. Aquí les interesa que los líderes sean hipermodernos”. Jiménez ve en su ambiente “mucha gente invirtiendo en políticos demócratas, porque tienen esa visión”.

El debate sobre la inmigración, por ejemplo, es inexistente en este lugar. No hay nada que discutir. El 34% de la población de Palo Alto ha nacido fuera de Estados Unidos (la media del país es 13%). Esa fue, de hecho, una de las primeras cosas que hicieron a las empresas: darse cuenta de cómo les puede afectar un Gobierno hostil. “La primera restricción que puso Trump fueron los visados (H1-B, los más utilizados para traer ingenieros a Silicon Valley)”, dice Tony Jiménez. “Imagina lo que supone eso para empresas como Facebook o Google. Son empresas a las que les da igual dónde esté el talento”. Las empresas de Silicon Valley no ven inmigrantes, solo trabajadores útiles. Cualquier restricción a su entrada, y no digamos el mensaje de “los estadounidenses, primero”, es vista como una locura de alguien que no entiende la nueva economía.

Hillary Clinton ganó en Palo Alto por 50 puntos. No siempre ha sido así, pero la tendencia a apoyar a los demócratas se ha hecho abrumadora en la última década. El pasado martes, Valéry A., una francesa que lleva 20 años en California, emitía su voto en la biblioteca pública del pueblo. “No creo que las elecciones afecten realmente a la gente de aquí. Esto es una burbuja”, reconocía. Pase lo que pase, “aquí seguirá habiendo el mismo trabajo y el mismo dinero. Somos unos privilegiados. Nadie se va a quedar sin trabajo por el resultado electoral”. Ella sin embargo, fue a votar porque la situación nacional le “da miedo”.

“Eso es así”, reconoce Ben Wang, fundador de Chimera, una empresa de biotecnología del valle, “en la práctica, las elecciones no van a tener un impacto en la vida aquí. Vivimos en una burbuja”. El apoyo a los demócratas, explica, no es completamente interesado, por cómo puedan favorecer el negocio, como ocurrió con otras grandes industrias. “Es más ideológico y teórico, por oposición a ciertas cosas”, percibe Wang. “Hay una correlación fuerte entre alto nivel educativo y progresismo. La gente aquí viene de universidades de las que han salido pensando así”. Wang confirma que en su círculo conoce personas “muy apasionadas” que han decidido juntar dinero para estas elecciones.

“Trump ha sido necesario para motivar el cambio” en Silicon Valley, opina Tony Jiménez. “Estos golpes de realidad son buenos para poner el freno, para darte cuenta de que no todo el mundo vive en tu nube. Existe otro Estados Unidos que también vota, y su voto vale lo mismo que el nuestro. Muchas veces es bueno que te den con la realidad en las narices”.