Mercedes Barcha Pardo y Gabriel García Márquez en Los Ángeles en 2008.STEVE PYKE / PENGUIN RANDOM HOUSE

Perder la memoria es la forma más común, y también más cruel, de demencia. Cuando la larga aventura del cerebro llega a su fin, y el cuerpo sigue viviendo, la enfermedad supera los límites de la medicina y el alzhéimer se convierte en una enfermedad social.

Son muchos los casos célebres de alzhéimer, pero aquí vamos a establecer la posible relación entre dicha enfermedad y la literatura, llegando hasta Los viajes de Gulliver, novela de Jonathan Swift, donde en una de sus peripecias geográficas el protagonista llega hasta la isla Glubbdubdrib, un territorio de difícil pronunciación en el que habitan los Struldbrughs, seres inmortales condenados al deterioro mental, pues no solo se olvidan del nombre de las cosas, sino también del de las personas, además de no entusiasmarse con lo que leen, que también olvidan una vez leído.

Hasta ahora, los únicos remedios han sido lo más parecido a melodías aleatorias de pocas notas
La trigonometría del destino trazó con crueldad el final de su autor, Jonathan Swift (1667-1745) quien sufrió los estragos de esta enfermedad que aún no tenía nombre hasta que, en 1901, el neurólogo alemán Alois Alzheimer, identificó los síntomas. Desde entonces hasta hoy, la ciencia ha venido luchando a contrarreloj para encontrar paliativos, bocetos químicos que devolviesen la vida al hipocampo, parte cerebral encargada de la formación de memoria. Pero hasta ahora, los únicos remedios han sido lo más parecido a melodías aleatorias de pocas notas.

De igual manera que el destino de Swift se cruzó con el de sus personajes, Gabriel García Márquez vaticina de una manera mágica su propio final, cuando en Cien años de soledad nos describe a José Arcadio Buendía luchando contra la pérdida de memoria que asola Macondo. Para ello, José Arcadio Buendía ingenia la máquina de la memoria, una especie de diccionario giratorio cargado de fichas y que pone a funcionar mediante una manivela. Se trata de una ocurrencia rústica para luchar contra el olvido, un ingenioso artefacto que ofrece la posibilidad de repasar todos los días, “la totalidad de los conocimientos adquiridos durante la vida”.

La escritora dublinesa Iris Murdoch, estando de promoción de su última obra en 1995, durante una entrevista en Israel, sufrió un episodio de amnesia
Siguiendo con la dimensión literaria, no podía faltar aquí la escritora dublinesa Iris Murdoch. En 1995, estando de promoción de su última obra, durante una entrevista en Israel, la escritora sufrió un episodio de amnesia. Las palabras envueltas en la niebla del olvido no se dejaban coger y Murdoch enmudeció frente al entrevistador. A partir de entonces, su caso empezó a estudiarse profundamente por parte de varios especialistas de la Universidad de Londres, doctores que fueron buscando huellas de la enfermedad en la obra escrita de la autora dublinesa. Al escribir a mano, descubrieron signos de la enfermedad en su último manuscrito, el correspondiente a la novela Jackson´s Dilemma, llegando a la conclusión de que dicho manuscrito carecía de la riqueza de vocabulario de obras anteriores, así como de extensión.

Si por algo se caracteriza la obra de Murdoch no es precisamente por su brevedad, como tampoco lo es por la escasez del vocabulario. Su marido, el también escritor John Bayley nos cuenta en su libro Elegía a Iris las tribulaciones y padecimientos de la autora. Se trata de un libro crepuscular que nos presenta la descomposición de una de las mentes más lúcidas que ha dado la literatura inglesa del pasado siglo.

Hace unos días, la Administración de Alimentos y Fármacos de Estados Unidos (FDA) aprobó la comercialización del aducanumab, un fármaco que no cura el alzhéimer y que tampoco lo previene, pero que lo hace más lento; lo ralentiza. Aunque parezca casi imposible que algún día se encuentre cura para el Alzheimer, noticias como esta nos proporcionan una información tan infinita como esperanzadora.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.