El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, visita el lugar de la avalancha en una fiesta religiosa, el 30 de abril de 2021 en el monte Meron (norte de Israel).DPA / EUROPA PRESS

El primer ministro Benjamín Netanyahu —de 71 años, 15 de ellos al timón del poder en Israel— fracasó en la medianoche de este martes en su cuarto intento de formar Gobierno desde 2019. Tras vencer el plazo legal, el bloqueo político instalado en las instituciones a pesar de las sucesivas repeticiones electorales truncó su propósito. El presidente del Estado israelí, el también conservador Reuven Rivlin, dispondrá ahora de tres días para designar a otro parlamentario que aspire a conformar una coalición gubernamental con mayoría. El líder de la oposición, el centrista Yair Lapid, se perfila con el candidato con más opciones. En las últimas semanas ha emprendido rondas de negociaciones con los partidos del llamado Bloque del Cambio para prepararse a tomar el relevo si el jefe del Estado decide pasarle el testigo.

“Ha llegado el momento de un nuevo Gobierno de cambio”, anticipó Lapid el martes, un exministro de 57 años que saltó a la política en 2013 desde la plataforma de popularidad de la televisión. Impulsó desde el Gobierno (entre 2013 y 2015) reformas legales en favor del laicismo que le convirtieron en el gran rival de los ultrarreligiosos. Su oferta de Ejecutivo de amplia coalición, centrado en la gestión de la crisis económica que se deriva de la pandemia, puede estar respaldada por una mayoría absoluta sostenida por hasta ocho de los 12 partidos de la Kneset (Parlamento de 120 escaños).

Después de más de dos años de bloqueo político y de cuatro comicios legislativos consecutivos sin resultados concluyentes, Netanyahu había entrado en la deriva de una nueva convocatoria a las urnas en otoño. Pero la clase política y la sociedad Israelí no parecen estar esta vez dispuestas a permitir que el bucle electoral se eternice. “A Netanyahu se le están acabando los conejos en la chistera”, resaltaba desde su columna en el diario Maariv el analista político Ben Caspit.

El primer ministro que más tiempo ha gobernado en la historia de Israel lo ha intentado todo con tal de seguir blindado desde el poder frente al juicio por corrupción que se desarrolla en su contra en Jerusalén. Cedió el primer turno como jefe del Ejecutivo— en un eventual pacto de coalición con rotación—, a algunos de sus principales rivales del centroderecha; ha alentado con promesas a un pequeño partido islamista —uno de cada cinco ciudadanos israelíes es árabe de origen palestino— para que le invistiera en la Kneset, e incluso ha tratado de cambiar las reglas de juego electoral en el último instante, con una propuesta de ley presentada sin éxito en la tarde del martes ante la Cámara, para que el jefe del Gobierno sea elegido directamente por los votantes y no por el Parlamento.

Pese a que su partido, el Likud, fue el más votado (30 escaños) en las elecciones del 23 de marzo, el bloque con dos formaciones políticas de la comunidad ultraortodoxa judía (16 escaños) y otra de la ultraderecha religiosa (seis), solo suma 52 diputados. Y se precisa inexorablemente el voto de 61 de los 120 diputados de la Kneset para la investidura.

Otras fuerzas de la derecha, como los nacionalistas religiosos de Yamina (siete escaños), encabezados por el exministro Naftali Bennett, de 49 años, tampoco le garantizan la mayoría. Bennett, además, ha estado negociado con Lapid un eventual pacto para descabalgar del poder a Netanyahu y alternarse al frente del Gabinete, con el fin de evitar la convocatoria de las quintas elecciones.

El presidente Rivlin parece inclinado a otorgar el encargo de formar Gobierno a Lapid, según adelanta en la madrugada del miércoles (poco antes de la media noche en la España peninsular) la prensa hebrea, a pesar de que su partido centrista, Yesh Atid, el segundo más votado en los últimos comicios, solo dispone de 17 escaños. Contaría para ello con un plazo máximo de cuatro semanas antes de que Rivlin tuviera que traspasar finalmente la misión al propio Parlamento, que debería negociar por sí mismo durante otras tres semanas una salida al bloqueo político. Si se agotase este último plazo sin resultados tangibles, las leyes fundamentales israelíes prevén la convocatoria automática de nuevas elecciones legislativas.

El Bloque por el Cambio liderado por Lapid espera aglutinar a dos partidos conservadores (partidarios de los asentamientos en Cisjordania); a dos fuerzas centristas que chocan entre sí; al histórico Partido Laborista (hoy en horas bajas), a la izquierda pacifista enfrentada a los colonos judíos, y a cuatro partidos árabes, ahora divididos en dos corrientes.

Por encima de irreconciliables diferencias programáticas y las consabidas exigencias de carteras ministeriales y altos cargos, parecen estar de acuerdo en un mínimo común denominador: apear a Netanyahu del poder. El analista político de la cadena pública de radio KAN, Yoav Karkovsky, pronosticaba ante su audiencia, de acuerdo con la transcripción de Reuters, que Israel “tiene un 40% de probabilidades de contar con un nuevo Gobierno y un 60% de dirigirse hacia otras elecciones”.

De figura ceremonial a árbitro decisivo
El presidente de Israel es una figura ceremonial que ante el bloqueo político adquiere facultades arbitrales decisivas. Cuando está próximo a expirar su mandato, Reuven Rivlin, de 81 años, se dispone a tomar una decisión que puede dar un gran giro a la política israelí. Las maniobras de última hora del primer ministro ha levantado una cortina de humo a través de la cual deberá discernir este veterano político con su experiencia de décadas como ministro y parlamentario.