Una de las entrevistas del documental 'Patria libre para vivir'.DANIEL RODRÍGUEZ MOYA

Todo empezó con un bosque ardiendo. En marzo de 2018, la reserva Indio Maíz, uno de los pulmones tropicales más importantes de Nicaragua, sufrió un incendió durante días. La pasividad de las autoridades soliviantó a muchos jóvenes que salieron a las calles en defensa pacífica de su medioambiente. Poco después, aquella propuesta se unió a la de muchas personas mayores en contra de una reforma a la ley del seguro social, que recortaría sus limitadas pensiones. Todo el país empezó a vivir en una efervescencia parecida a la primavera árabe, versión centroamericana.

De inmediato, la respuesta de grupos violentos adeptos al régimen de Ortega y Murillo se desató contra mayores y jóvenes. Las escenas sangrientas fueron registradas en vivo por cientos de cámaras, y eso hizo que mucha más gente saliese a la calle indignada. La represión solo acababa de empezar. Llegaron pronto los primeros muertos, como un niño de 15 años, Álvaro Conrado, que recibió un balazo mientras llevaba agua a los estudiantes que se refugiaban de los ataques. Una clínica del sistema público le cerró las puertas y no pudo conseguir la atención médica de urgencia que necesitaba hasta más tarde.

Nicaragua no ha logrado salir de los últimos puestos en el Índice de Desarrollo Humano de la región. Y entre las causas y las consecuencias está la degradación de su democracia hacia un régimen familiar y autoritario, como la dictadura contra la que el mismo Ortega luchó en sus días de juventud. Han pasado tres años del levantamiento de abril de 2018. El próximo 7 de noviembre están previstas unas elecciones que, de momento, se rigen por un sistema totalmente controlado por la pareja presidencial, Ortega y Murillo, quienes llevan 14 años gobernando y aspiran a un cuarto mandato consecutivo.

Como explica Daniel Rodríguez Moya, autor del documental Nicaragua, patria libre para vivir, los jóvenes que se levantaron en 2018 son los hijos y nietos de los que hicieron la revolución de 1979. El documental rescata el testimonio de muchos de ellos, pero también de otros estudiantes, intelectuales y exiliados.

La mecha que despertó el interés de Rodríguez Moya fue un recuerdo y unas palabras, como comenta desde Granada, donde reside: “Al ver a los jóvenes en las calles, que hasta ese momento se les criticaba por la poca implicación que parecían mostrar ante la situación del país, recordé lo que me dijo Fernando Cardenal, en una entrevista que le realicé cuando presentó sus memorias en España: ‘Los jóvenes volverán a las calles para hacer historia’. Esa entrevista que le hice se publicó también en Nicaragua y la frase se convirtió en grafitis en los muros de Managua”.

Rodríguez Moya es un poeta y periodista andaluz, con fuertes vínculos con el país centroamericano. Este 14 de abril comienza su presentación en España, en la Casa Encendida de Madrid, después de que la gira fuese interrumpida por la pandemia, tras haberse proyectado en Francia, junto a la activista Bianca Jagger. Además, el viernes 16 de abril se proyectará en la Universidad Francisco de Vitoria, a las 12 horas. Y por la tarde, también se exhibirá en la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, a las 15:30.

A Rodríguez Moya, que ha estudiado a fondo la historia de Nicaragua durante los últimos 15 años desde el ámbito académico, literario y periodístico, le inquietó “la deriva dictatorial evidente” desde la vuelta al poder de Ortega en 2007 y la ausencia de una alternativa que pudiera hacerle frente. “Cuando vi las primeras imágenes del 18 de abril de 2018 intuí que estaba empezando lo que por tanto tiempo se estaba esperando y de lo que tantas veces había charlado con mis amigos nicas. Patricia Flakoll Alegría, hija de la gran poeta Claribel Alegría, me dijo, en una charla en Granada: ‘¿Qué haces que no estás en Nicaragua para poder ver y contar todo lo que está pasando?’ Solo necesitaba que alguien verbalizara lo que empecé a pensar el 18 de abril”, cuenta.

Las circunstancias en las que se grabó el documental fueron peligrosas. Durante un tiempo, el equipo de Rodríguez Moya pudo pasar inadvertido y realizar más de 50 entrevistas en los lugares donde se encontraban muchas de las personas que eran perseguidas por el régimen. Pero “un error de seguridad nos dejó vulnerables”, recuerda, “y recibí una llamada de alguien que manejaba una información: ‘Saben que estáis grabando una película y ya están buscándoos. Tenéis que salir del país ahorita’. A las pocas horas de esa llamada estábamos ya en San José. A quién nos avisó, no dejo de agradecerle que esa salida precipitada nos permitió, además de evitar un susto, el contar con unos días en Costa Rica en los que poder documentar el drama del exilio”.

Tres años después de la crisis sociopolítica y de derechos humanos, más de 100.000 nicaragüenses han solicitado asilo en terceros países, según confirma el último informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, publicado en febrero de este año. En el país viven algo más de seis millones de personas. Sus rutas migratorias tradicionales han sido las de Costa Rica, Panamá o Estados Unidos, pero desde 2018, Nicaragua se convirtió en el cuarto país con más peticiones de asilo en España, después de Venezuela, Colombia y Honduras.

Con más de 300 personas muertas (aunque otras fuentes estiman 500), 2.000 heridas y 1.614 privadas de su libertad arbitrariamente, según el informe de Bachelet, el país sufre graves consecuencias “de dimensiones económicas y humanitarias, exacerbadas últimamente por la pandemia de la covid-19 y, en noviembre de 2020, por los huracanes sufridos en Centroamérica”. En sus recomendaciones, la ONU urge a realizar reformas profundas en el sistema electoral, sin las cuales no se puede garantizar elecciones libres.

El levantamiento fue heterogéneo y multicolor: desde la iglesia católica a los colectivos feministas y LGTBI, junto a estudiantes y campesinos. El clamor por la salida de Ortega y la vuelta a una democracia real fue masivo hasta que la represión y el hostigamiento aplastó cualquier posibilidad de protesta pacífica. El documental de Rodríguez Moya recoge también uno de los últimos testimonios grabados del poeta y sacerdote Ernesto Cardenal (fallecido en 2020), junto a los de Sergio Ramírez o Gioconda Belli, entre otros.

Han cambiado las palabras. Los jóvenes de las protestas en las calles de Managua revirtieron los viejos eslóganes de sus padres y abuelos sandinistas. De ese modo, el “patria libre o morir” se convirtió en “patria libre para vivir” cuando se enfrentaron a la represión, desarmados en su mayoría, a sabiendas de los traumas heredados por sucesivos conflictos en el país y en sus familias. Pero la represión de la policía y los paramilitares no ha cesado aún.

De entre las vicisitudes que pasó para realizar este documental, Rodríguez Moya recuerda sobre todo la ética de muchas de las personas entrevistadas. Y también el dolor: “Cuando Yader Vásquez me contaba cómo asesinaron a su hijo Gerald, de 19 años, no pudimos seguir hablando, ni él ni yo. Solo nos dimos un abrazo. Largo. Y ahí es cuando entendí de verdad que no puede haber impunidad otra vez en Nicaragua, que sin justicia ante estos crímenes es imposible construir una democracia”. Todo eso está pendiente en Nicaragua, tanto las reformas como las viejas aspiraciones del ideal al que el país aspiró en su día, y que muchos jóvenes y mayores retomaron con palabras renovadas.