Cuenta María Cumplido (Córdoba, 28 años) que uno de los mensajes más bonitos que le han enviado tras recibir uno de los Premios de Matemáticas Vicent Caselles de la Real Sociedad Matemática Española y la Fundación BBVA 2020 es el de una amiga: “Le he enseñado la noticia a mi hija y me ha contestado esto: ‘Entonces, mamá, ¿es cierto que las chicas también podemos ser científicas?”. La galardonada cordobesa, que investiga en la Universidad de Edimburgo (Escocia), revela que ha tenido problemas de autoestima, a veces causados por otras personas, y problemas para valorar sus capacidades como investigadora. Sin embargo, tras cinco años de “lucha”, tal y como los califica, ha recibido un reconocimiento por haber resuelto un problema teórico abierto desde hace 20 años que presentó en Rennes (Francia), donde ha desarrollado su trabajo.

Su tesis, redactada en francés, se focaliza en los grupos de trenzas y su generalización algebraica, los grupos de Artin. Las trenzas son objetos matemáticos que describen el movimiento de puntos en un mismo plano, sin que estos se toquen. Este movimiento puede ser utilizado para mezclar cuerdas, de ahí el nombre de “trenza”. Los grupos de Artin son aún muy misteriosos, pero de las trenzas se tiene más información porque se pueden definir usando la geometría o el álgebra, que es lo que más controla ella. En sus trabajos, Cumplido generaliza resultados geométricos, conocidos para trenzas, a contextos algebraicos para ciertos grupos de Artin. “Eso sí, queda todavía muchísimo por descubrir. Las propiedades de estos grupos no se conocen con precisión y por eso quiero seguir en esto e intentar orientarme a grupos que no he analizado”, insiste.

Los teoremas y algoritmos que se utilizan hoy para nuestros dispositivos fueron descubiertos hace decenas de años. Estoy segura que los matemáticos de entonces empezaron a buscar y pensar porque ese problema o misterio les parecía interesante en sí mismo
La científica empezó a investigar estos elementos porque le parecían “bonitos”, le intrigaban y quería comprenderlos, pero admite que estos descubrimientos podrían tener aplicaciones futuras en criptografía, dispositivos cuánticos y seguridad informática. “No ha sido nunca mi intención, pero bueno, si lo que descubro puede servir dentro de 50 años para aplicarlo en la realidad y para la sociedad, sería fantástico. Los teoremas y algoritmos que se utilizan hoy para nuestros dispositivos fueron descubiertos hace decenas de años. Estoy segura de que los matemáticos de entonces empezaron a buscar y pensar porque ese problema o misterio les parecía interesante en sí mismo”, comenta con una sonrisa de oreja a oreja. Cumplido echa de menos Andalucía y le hubiese encantado volver a casa para estar cerca de su familia. Sin embargo, admite que no ha trabajado en España todavía porque en otros países europeos le ofrecen mejores puestos o lo que llama ella “dignidad”. “Me he ido, no porque quisiera, sino porque me daban oportunidades y condiciones que en mi país no me ofrecían”, asegura.

La investigadora termina cada frase con una alegría evidente, habla muy rápido y tres idiomas distintos (español, francés e inglés) y, de hecho, confiesa que quería ser profesora de lengua. Mientras se agita para guardar su pizarra dónde se ven dibujados puntos y figuras, agarra dos muñecos de tela: un unicornio y Mini Yoda. “No se me da bien pintar aunque me encantaría, pero sí tejer”, dice con humor mientras enseña sus figuras con una carcajada. Su pasión por las matemáticas llegó cuando tenía apenas 13 años y se inscribió a concursos escolares con el apoyo de sus padres y una amiga. En el colegio y el instituto siempre tuvo buenas notas y le gustaba jugar con los niños. “Me aburrían las actividades de las niñas y a veces me hacían el vacío cuando estábamos en grupo. Estoy convencida de que, si en vez de ser una chica, hubiese sido un chico, no habría pasado por lo mismo. Se acepta más de un hombre que sea un empollón que de una mujer. Está muy estigmatizado”, opina.

La premiada comenzó a estudiar en la Universidad de Sevilla, luego se fue a Francia y terminó en Escocia, y, en cualquiera de esos lugares, oye a menudo que si los hombres lo consiguen es porque son brillantes y las mujeres porque son trabajadoras. “Hacen creer a los niños que el cerebro de las mujeres es distinto al de los hombres y que ellas no pueden tener el mismo nivel de matemáticas. Por lo tanto, desde los cinco años, no se creen capaces”, denuncia. Las injusticias que presenció por ser mujer no acabaron a los 18 años, momento en el que decidió dedicarse en cuerpo y alma a la ciencia, pese a tener un interés muy fuerte en la cultura, el teatro y el arte. Pero tras más de una hora de conversación, se para un tiempo sobre algo muy importante para ella: “Si hemos conseguido estar donde estamos es gracias a hombres que han creído en nosotras. Mi director de tesis me repetía sin cesar cuando lloraba que, por supuesto, valía y mucho”.