Cientos de camas están listas para recibir a enfermos de coronvirus en una nave industrial en el partido de Tigre, a las afueras de Buenos Aires, el 9 de abril pasado. FOTO: AP | VIDEO: EPV

En una gran nave industrial de Tigre, a 30 kilómetros al norte de Buenos Aires, hay distribuidas 500 camas vacías entre carteles de Zona Roja. Es uno de los numerosos centros de aislamiento para futuros pacientes de Covid-19 que se han construido en las últimas semanas por toda Argentina. Cuenta con un sector para hombres, otro para mujeres y un tercero para niños. “Se respeta la distancia recomendada de tres metros entre cada cama, pero en el peor de los casos se podría achicar y que entrasen 800 o 1.000”, dice el alcalde, Julio Zamora. El rápido cierre de fronteras y el aislamiento obligatorio decretado por el presidente, Alberto Fernández, al detectarse los primeros casos han ralentizado la propagación del coronavirus y dan al país un tiempo de preparación para el pico de la pandemia que no tuvieron países como China, España e Italia.

El 20 de marzo, cuando Argentina tenía 128 contagios confirmados y la cifra se duplicaba cada tres días, el Gobierno argentino estimaba que el mayor número de casos se registraría a finales de abril. Tras dos semanas de confinamiento, el horizonte más sombrío se aplazó a mayo. Ahora, cuando el plazo de duplicación de casos es de diez días y el número reproductivo —las personas que contagia cada enfermo— ha bajado de cuatro a 1,5, algunos infectólogos hablan por lo bajo de finales de mayo o principios de junio. Otros, más optimistas, confían incluso en que no exista un pico agudo sino una curva más redondeada y larga. En ese escenario, la pandemia duraría más tiempo, pero al contagiarse a un ritmo menor sería posible garantizar la atención a todos los pacientes.

Dada la imprevisibilidad, los mayores esfuerzos se centran en apuntalar al máximo el sistema de salud. Cientos de obreros trabajan contrarreloj para levantar once hospitales modulares en distintas ciudades de Argentina e incrementar un 30% las camas disponibles de terapia intensiva. En Córdoba, el centro del país, trabajadores de la mayor fábrica nacional de respiradores artificiales duermen en un hotel cercano para no retrasar el nuevo ritmo de producción, el doble que hace un mes. El personal sanitario recibe capacitación para resolver dudas y, sobre todo, para no contagiarse y el Estado coordina la compra de kits de diagnóstico e insumos médicos, entre otras medidas.

Según datos del Ministerio de Salud, Argentina cuenta con unas 8.400 camas de terapia intensiva entre el sector público (2.500) y el privado (5.900) y prevé sumar entre 1.500 y 2.500 más para poder afrontar la pandemia. “En este momento, por la suspensión de las cirugías programadas y la baja siniestralidad de tránsito, la mitad de esas 8.400 están ocupadas cuando normalmente es el 70, 80%”, señalan fuentes de la cartera sanitaria.

El Estado prevé que necesitará 3.000 respiradores extras a los 7.400 que existen en las unidades de terapia intensiva. La mitad los irá a buscar a China y el resto espera obtenerlos de empresas nacionales —como Tecme, la fábrica cordobesa, que hoy está intervenida por el Estado y produce 25 por día— y de compras a otros países.

Nuevos protocolos
La planificación para el pico de la pandemia ha alterado la rutina de los hospitales argentinos como nunca en las últimas décadas. Miles de médicos han recibido capacitación específica para tratar enfermedades infecciosas y los hospitales han establecido protocolos estrictos para protegerlos del virus. Parte de la formación incluyó, por ejemplo, la forma en que deben quitarse la ropa de protección al final del día, cuando están agotados y un error involuntario se puede pagar caro. El sistema ha sumado además a 15.000 profesionales de la salud, entre residentes que deberán quedarse en sus puestos, egresados de medicina y voluntarios.

En el Hospital Durand, situado en el barrio de Caballito de Buenos Aires, se han instalado autocaravanas frente a la puerta de urgencias, donde se realiza un triaje inicial. “Se le pregunta por qué viene, si tuvo contacto con un caso estrecho, si tiene fiebre, dolor de garganta, pérdida de olfato, tos. Si tiene fiebre muy alta, dificultad respiratoria alta, más de 60 años, lo ven directamente en la guardia externa para internarlo. Si no, se lo manda a un consultorio y se le realiza el hisopado nasal y faríngeo para confirmar o descartar Covid-19”, describe Gabriel Levy Hara, jefe de la Unidad de Infectología de este hospital público.

Según Levy Hara, los resultados se conocen de un día para el otro, máximo dos, desde que Argentina descentralizó los análisis a una red de laboratorios, la semana pasada. Cuando cada prueba dependía del Instituto Malbrán, en Buenos Aires, el tiempo de espera era de al menos cinco días. Pero esa mejoría no ha llegado por ahora a la mayoría de provincias, que critican que sus plazos son más largos que en la capital.

Aumentar la capacidad de diagnóstico para reducir los tiempos es vital para cumplir con uno de los grandes desafíos actuales: realizar más pruebas para conocer con mayor precisión el número real de infectados y contener la propagación del coronavirus. Hasta el momento, el país ha realizado 16.379 exámenes diagnósticos para esta enfermedad, lo que equivale a 361 por millón de habitantes, lejos de Chile (1.800 por millón) y también por detrás de Ecuador y Perú, con 400 por millón. “Testear es importante porque se puede aislar más rápido a un paciente y frenar contagios”, dice la infectóloga Angela Gentile, integrante del comité de expertos que asesora al Gobierno.

Compras, donaciones y carencias
Entre compras y donaciones, el Ejecutivo prevé disponer este mes de un millón de kits de diagnóstico PCR, los más fiables, y 200.000 tests rápidos, de menor sensibilidad. Cuenta además con la cooperación de la Cruz Roja, que cuenta con una red de proveedores y logística habituada al trabajo en situaciones de emergencia. “Las compras son principalmente kits de protección para el personal de salud, que es descartable. Argentina necesita 50 millones de kits y estamos empezando con las compras”, asegura Diego Tipping, presidente de Cruz Roja Argentina. “Buscamos insumos y la ruta para entrarlos al país, donde están los aeropuertos cerrados. Una vez en el país lo entregamos en el lugar de destino, según lo que nos indique el Ministerio”, continúa Tipping, convencido de la excepcionalidad de esta pandemia: “Esta vez es más difícil que en otras emergencias, porque está todo el mundo comprando lo mismo y eso nunca pasó. Este es el mayor desafío de toda la historia de la Cruz Roja”.

A los hospitales de Buenos Aires llegan con cuentagotas los elementos de protección necesarios, como mascarillas, gafas, pantallas y trajes especiales. “No hay todavía carencias, pero la demanda es tan alta que nunca sobra nada. Hay una carrera por conseguir materiales”, señala Levy Hara.

Lejos de la capital, el panorama empeora. Una obstetra de La Plata, 60 kilómetros al sur, denunció por las redes sociales que se había contagiado por trabajar sin protección. “El primer abandono que siento por el Estado es cuando no nos dan las herramientas para protegernos y el segundo cuando llamás al 148 diciendo que perdiste gusto y olfato y te dicen que vos no estás dentro del caso sospechoso y ni te vienen a ver”, denunció en un vídeo Mónica Contreras. Una colega suya también ha dado positivo. En Córdoba, un médico contrajo Covid-19 y se sospecha que es la fuente de más de una veintena de contagios en el geriátrico donde atendía.

La situación es especialmente compleja en las villas, como se llama a los barrios pobres que crecen en los alrededores de las grandes ciudades. El hacinamiento convierte al aislamiento en una quimera que el Gobierno ha intentado resolver con “cuarentenas comunitarias”: los vecinos se mueven libremente en el barrio, pero no pueden entrar ni salir. El sistema funciona mientras no haya casos positivos de Covid-19. Un caso mortal de coronavirus en la villa 1-11-14 de Buenos Aires ya ha puesto en tensión esta estrategia de encierro.

“El verdadero partido se juega el día que termine la cuarentena”, comenta un médico jubilado que se ha puesto a disposición de su antiguo hospital en caso de ser necesario. Por ahora, la mayoría de camas extra destinadas a pacientes de Covid-19 están vacías, como las del centro de aislamiento de Tigre. ¿Y cuándo estará operativo? “Esperemos que nunca, que no sea necesario”, se ilusiona el alcalde.