Miguel Jones Castillo, en su etapa con el Atlético de Madrid.@ATLETI / EUROPA PRESS

Hace tiempo que no se veía pasear a Miguel Jones Castillo (Santa Isabel, Guinea Ecuatorial, 81 años) por su barrio de Indautxu, en Bilbao, donde vivió toda su vida, salvo cuando jugó en el Atlético de Madrid y Osasuna. Luchaba contra una enfermedad que se agravó por una neumonía a causa del coronavirus. Jones, un todoterreno, que jugó como colchonero desde 1959 hasta 1967, y ganó una Liga, tres Copas y una Recopa con el Atlético, no pudo jugar en el Athletic porque había nacido en Guinea Ecuatorial, aunque toda su infancia –desde los cinco años–, y su juventud las pasó en Bilbao junto a sus seis hermanos. Pese al empeño de Ferdinand Daucik, la directiva no cedió, como había hecho su padre, don Wilwardo, empeñado en que Miguel se olvidara del fútbol y acabara la carrera de Económicas en la Universidad de Deusto.

El padre de Jones había estudiado también en Bilbao. Gozaba de una buena posición económica, y envió a su hijo a formarse al internado de Lecaroz, en el valle del Baztán navarro. Allí empezó a despuntar. Daucik lo descubrió, lo llevó a entrenarse con el Athletic y le hizo jugar un amistoso frente al Indauchu, pero no recibió el permiso para ficharlo, así que Jones se fue al Barakaldo, en Segunda División, y después al Indauchu, en la misma categoría. El equipo bilbaíno completó dos temporadas magníficas con Jones en el campo. Fue cuarto y tercero, consecutivamente, en Segunda División.

Cuando Daucik, el técnico húngaro, cuñado de Kubala, firmó por el Atlético de Madrid, su fe en el futbolista vasco-guineano no había decaído. Solicitó su fichaje. El Atlético pagó 400.000 pesetas de traspaso.

A Miguel Jones le pasaron factura su versatilidad y su privilegiado físico. Podía jugar en cualquier posición y así lo entendieron sus técnicos, así que nunca se hizo con una posición fija en el campo. Eso le lastró. Jugó de interior, de extremo, de delantero centro y hasta de defensa. En la temporada 1961/62, en la que el Atlético ganó la Recopa, marcó 13 goles en 19 partidos. Fue su mejor año, a pesar de la competencia con Peiró, con Adelardo, con Cardona o con Luis Aragónes, con el que conservó una gran amistad. Salió a defender al entonces seleccionador cuando a Luis le tacharon de racista por tratar de motivar a José Antonio Reyes en su época de seleccionador comparándolo con Thierry Henry: “Dígale: ¡Soy mejor que usted! ¡Me cago en su puta madre negro de mierda! ¡Soy mejor que usted”, había dicho Luis a Reyes. Ante el revuelo, Jones salió en su defensa y Luis aseguró: “Mi mejor amigo es un negro, Miguel Jones, un tipo sensacional, así que no me vengan con historias”.

Además, los problemas físicos, en forma de lesiones, empezaron a pasarle factura a Jones en sus últimos años como colchonero. Sus tres últimas campañas no fueron demasiado prometedoras. Dejó de jugar con regularidad, así que se buscó una salida en Osasuna. Le pagaban 900.000 pesetas en Segunda División, aunque el dinero nunca fue su motivación. Siempre había vivido sin estrecheces en su hogar bilbaíno. Prefería disfrutar con la pelota.

Sin embargo, después de su retirada cambió la situación económica de su familia con la independencia de Guinea Ecuatorial y la llegada al poder del dictador Macías. Los Jones, que se dedicaban a la importación y exportación, perdieron prácticamente todas sus concesiones. Siguieron en Bilbao, pese a todo. Miguel, alejado del fútbol, negando siempre que su fallido fichaje por el Athletic fuera una cuestión racial. “Simplemente, no era vasco de nacimiento. A Chus Pereda, que jugaba conmigo, también le pasó”, aseguraba. A Jones se le veía siempre pasear por Indautxu, por la calle Licenciado Poza, aunque hace algún tiempo que desapareció. Estaba enfermo de cáncer, aunque ha sido el coronavirus el que le ha sentenciado.