La comparecencia pública que tiene todos los días hábiles el presidente Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional, coloquialmente conocida como la mañanera, se ha convertido en un circo de varias pistas. Está la de los actos dramáticos, cuando lleva a sus alguaciles con una Magnum 357 para dispararle a quienes se porten mal, que son todos aquellos que no queman incienso al dueño del circo. La de los trapecistas, donde dan los triples saltos mortales sin red de protección, y que siempre caen parados ante los ojos de su patrón. Y la de los payasos, donde los paleros se visten de reporteros y dicen cosas –todas leídas, para que no se les enrede lo que les dictaron– que le sirven al capitán de todos para sacar sus fobias con salidas plausibles.

Este ejercicio cotidiano ha tenido de todo, pero desde la segunda quincena de octubre, cuando la prensa de carne y hueso pasó por encima de la caterva de la primera fila y cuestionó por qué el gobierno había dejado sospechosamente en libertad al hijo de Joaquín El Chapo Guzmán. Desde entonces, las mañaneras se fueron desdibujando y la dialéctica, complicando. Este año la aprobación presidencial ha ido en picada, con un promedio en las encuestas de 62 por ciento, 19 puntos más bajo –equivalente a casi 10 millones de personas–, que cuando inició López Obrador su administración.

Los distractores ya no le funcionan. El carnaval de la no rifa del avión presidencial, hizo que se burlaran en las redes sociales del Presidente y provocó una caída en su credibilidad entre 6 y 7 por ciento. La ineficiencia de su gobierno ha sido registrada por la prensa internacional, que también ha mostrado su conservadurismo social y sus rasgos de misoginia. Este jueves, en el cierre de otra mala semana en este año, el Índice de Confianza del Consumidor tuvo su tercera caída consecutiva, con una contracción de 9.7 por ciento, que es el mayor desplome de los 36 últimos meses, mientras que la expansión acelerada del coronavirus agudizó la desaceleración económica, obligando a los gobiernos a reorientar presupuestos para enfrentar la epidemia.

El Presidente lleva más de un mes enojado porque las cosas no le salen, y las tensiones en las mañaneras crecen, junto con su beligerancia contra medios y periodistas. Como está documentado en una queja ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, cuando ataca y difama a un periodista, crea condiciones de linchamiento. Sus turbas divinas, como en la Venezuela de Hugo Chávez, y la Nicaragua del traidor a la Revolución Sandinista, Daniel Ortega, a las que llama “las benditas redes”, se encargan del trabajo. Quienes hacen preguntas incómodas al Presidente en la mañanera, es acosada y acosado al salir de Palacio Nacional por esos grupos respaldados por el gobierno, y reciben horas de disparos cibernéticos donde insultan, amenazan y calumnian. El Presidente nunca ha tomado responsabilidad de esos ataques, pero ha avalado abiertamente las agresiones. “Si ustedes se pasan -dijo en abril pasado-, ya saben lo que sucede”.

Eso ha escalado. El miércoles rectificó el arranque de la venta de billetes de la Lotería para la no rifa del avión, ante un escándalo desatado porque coincidía con el paro de las mujeres. En esa misma mañanera, un empleado de René Bejarano y de Benjamín Robles, dos cercanos a López Obrador, que por años han sido cuestionados política y éticamente, le pidió al Presidente y a la Unidad de Inteligencia Financiera que investigaran al expresidente Felipe Calderón, a la excandidata presidencial Margarita Zavala, a los exlegisladores Mariana –él se equivocó, como sucedió varias veces al leer lo que le habían dictado, al decirle Margarita– Gómez del Campo y Fernando Belaunzarán –cuyo apellido también pronunció mal–, a la activista y académica Denise Dresser, al comediante, locutor y analista político Víctor Trujillo, y a la activista y periodista Frida Guerrera –también se equivocó y le dijo Guerrero–, porque “están muy interesados en impulsar el día sin mujeres el 9 de marzo”.

¿Cómo respondió el Presidente? Con el silencio, que avaló el dicho. Es la forma como trabajan en Palacio Nacional. Uno de los paleros hace un posicionamiento incendiario contra un medio, una o un periodista, o políticos de oposición, y el Presidente deja que corra la difamación para que se quede anidado en la mente de quienes lo escuchan. Cuando los paleros perdieron vapor, colaboradores del Presidente han utilizado a personas muy desprestigiadas en el medio periodístico. Uno solía cobrar 250 mil pesos o más por entrevista en radio, y otra, cuya carrera profesional ha estado asociada con relaciones y traiciones, trabajó como informante de un Presidente al que desprecia quien ahora la emplea.

Las mañaneras han ido ampliando sus propósitos originales. El Presidente marcaba las prioridades de su agenda, llevaba a funcionarios, empresarios y todo tipo de personajes para que hablaran o explicaran algún tema, tiraba línea a su equipo, lo corregía y descalificaba si era necesario, y emprendía su diaria lucha contra los molinos de viento que le colocaba junto al oído su belicoso vocero, Jesús Ramírez Cuevas, el arquitecto del patíbulo de Palacio Nacional. Dentro del equipo presidencial le han pedido a López Obrador que no se confronte todos los días, pero es imposible que lo haga de forma permanente. No está en su esencia. Lo que corre por sus venas son las ganas de pelear.

Le sale bien, pero al ser el Presidente, el resultado le es contraproducente. Pedirle moderación, como se lo han recomendado privada y públicamente, no está en sus genes rencorosos. La mañanera es su ring, aunque, a ojos de muchos otros, en lo que ha terminado es en un circo cada vez más patético.