Amigos y familiares de Fátima caminan con el féretro durante el funeral. MÓNICA GONZÁLEZ EL PAÍS

Una señora reza frente a la puerta abierta donde se encuentra el féretro de Fátima. Es una caja pequeña, de esas que no deberían diseñarse, una tumba para una niña de siete años. Está cubierta por una tela blanca con volantes de puntilla. La señora sigue rezando con la cabeza frente al ataúd. Todavía no ha amanecido, la calle está en silencio, una hoguera en medio del asfalto escupe ceniza y solo algunas vecinas madrugadoras se detienen unos segundos. Se persignan agachadas y en su cabeza resuenan las palabras que Malena Antón, madre de la pequeña asesinada, emite con la mirada perdida hacia el otro lado de la calle: “Esta vez fue mi hija, pero podría haber sido la de cualquiera de ustedes”.

En su cabeza, la madre se maldice mil veces por no haber llegado a tiempo a recoger a su hija al colegio el pasado 11 de febrero. 15 minutos tarde. Llora. Como si fuera su culpa que a la salida de una escuela pública que tiene más de 700 alumnos y que se encuentra en la calle que da a la iglesia y a un edificio de Gobierno local, se llevaran a su hija más pequeña, la menor de cuatro hermanos. Una de las calles más transitadas del pueblo. Ahí, entre un mercado abarrotado de gente a las 18.30 horas, a un lado de un botón de pánico de la policía local, a una cuadra de las cámaras de seguridad que no funcionaron.

El barrio donde desapareció Fátima, entre Xochimilco y Tláhuac, al sur de la capital, es una maraña de casas grises y calles diseñadas sobre una cuadrícula. A unos minutos de ahí, donde las autoridades tienen registrado que llevaron a la niña a una casa, las vías se estrechan y serpentean un cerro al que llaman El Cerro pero oficialmente es Cerrillos. Una esquizofrenia de calzadas circulares que muchas terminan en un callejón. A este rincón de la capital de México no suele acercarse la policía, cuentan los vecinos. Es la masa de asfalto pobre donde viven los que también habitan la capital.

Las autoridades informaron que la pequeña fue encontrada con signos de tortura, aunque no han especificado la causa de la muerte. Tampoco hay un detenido por este crimen. Pese a que hay registros de vídeo donde se observa a la niña de la mano de una señora después de salir de la escuela. La fiscalía ha informado que, de momento, ha tomado declaración a cinco personas y que sus esfuerzos se centran en dar con la mujer que aparece en el vídeo.

El crimen de Fátima ha escandalizado a un país acostumbrado en los últimos años a desayunar con las noticias más crueles. En México mueren asesinadas 10 mujeres al día. En total, son más de 90 homicidios en 24 horas. Mientras que al menos ocho de cada 10 delitos no reciben una sentencia condenatoria. El umbral de hartazgo e indignación de la sociedad mexicana , tantas veces puesto a prueba, cuenta ahora con un nuevo espolón. Un movimiento feminista cada vez más fuerte y visible, que desde la protesta en las calles al trabajo en las organización de derechos humanos, está elevando la presión sobre las instituciones.

La jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, calificó este lunes la actuación del caso como una “cadena de negligencias institucionales”. Un mea culpa nada habitual por parte de las autoridades mexicanas, pese a los fallos constatados en el protocolo de actuación del colegio, que dejó ir a la niña con una persona desconocida, hasta la actuación de la fiscalía, que retrasó la denuncia de los padres más de 24 horas.

Desde las organizaciones feministas de derechos humanos se alerta que cada vez el panorama se ha vuelto más complejo. “Nos solo enfrentamos la violencia tradicional contra la mujer, la que se produce dentro del hogar. Desde 2007, con la emergencia de violencia del narco, los asesinatos se han multiplicado en la vía pública, tanto para hombres como para mujeres”, apunta Ana Pecova, directora de la organización Equis Justicia para las Mujeres.

Reclaman un cambio de paradigma en el diseño de las políticas públicas con perspectiva de genero. “Existen dos grupos particularmente vulnerables, niñas y adultas mayores. Necesitamos políticas de prevención interseccionales, que toman en cuenta la edad, las discapacidad, la opción sexual”, añade Pecova. El 50% de las mujeres desparecidas tienen menos de 18 años, según datos desagregados de su organización.

Pese al goteo de feminicidios en Ciudad de México -aumentaron un 35% durante el último año- la ciudad es paradójicamente uno de los estados con más legislación de género. En noviembre se activó la Alerta de Violencia de Género, una medida que organizaciones civiles han pedido desde septiembre de 2017. Pocos meses antes, se presentó un plan de acciones inmediatas de atención a la violencia contra las mujeres: botón de auxilio en el transporte público, una oficina de seguridad, urgencias y protección civil; más luminarias y “entornos seguros” en las estaciones del metro de la ciudad; más cámaras de seguridad, nuevas agencias del ministerio público para atención a mujeres y formación a policías.

La utilidad de las nuevas medidas quedaron retratadas al día siguiente de su implantación. Una mujer que llegó a la fiscalía para denunciar amenazas acabó siendo violada por un policía. “Somos el país de los derechos de papel. No tenemos ni instituciones, ni recursos ni capacidad para hacerlos efectivos”, subraya Pecova, que apunta directamente a las prácticas discriminatorias por parte de las fiscalías.

Fátima salió del colegio Enrique Rébsamen y una mujer, cuya identidad desconoce la familia que ha visto un vídeo de las cámaras de seguridad, se la llevó de la mano. Antes de entrar al centro, alrededor de las 14.00, se paró con su hermano de nueve años y su madre en un puesto de helados y le pidió a María de los Ángeles Chávez, de 31 años, si le podía dar a probar un poquito de helado. Chávez también es vecina de la familia y lleva a sus hijos pequeños al mismo colegio. “Cuando salieron los niños, su hermano de nueve años vino hacia el puesto con su mamá preguntando si la había visto. Estaban desesperados”.

El cadáver de la niña fue arrojado en un terreno baldío a unas pocas cuadras de su casa y encontrado por la policía este fin de semana, una semana después de que se la llevaran. Estaba golpeado, desnudo y enrollado en unos plásticos. En este basurero de barrio, sobre un montón de escombros, restos de comida y paquetes de cigarros vacíos, han colocado unas flores y unos globos pintados. “Ni una más”.

En menos de una semana, México ha asistido a dos crímenes especialmente sádicos contra las mujeres. El viernes pasado, Ingrid Escamilla, de 25 años, fue asesinada por su pareja, quien confesó en un vídeo brutal filtrado por las autoridades la saña con la que había acabado con su vida. Las fotos del cuerpo de la joven aparecieron en las páginas de los medios de comunicación locales. La socióloga y antropóloga del Conacyt Patricia Ravelo Blancas alerta un grado de descomposición social vinculado con la violencia extrema del crimen organizado, pero que se reproduce cada vez más en otros campos y que tiene que ver también con las ruptura de lazos sociales, afectivos y culturales provocada por la pobreza, la impunidad y la desigualdad.

“Estamos alimentando como sociedad”, sostiene la antropóloga “un morbo, un cierto gozo de ver cuerpos destrozados. Son los métodos de crueldad que provienen de las guerras y las masacres. Y hay jóvenes, no solo los que entran con el narco, fascinados con esos métodos. Se enamoran de la crueldad. El ser humano tiene una cara de maldad, que se trata de controlar en un proyecto en sociedad. Pero, por contra, estamos asistiendo a una alimentación del placer en torturar y asesinar”.

Más allá de las grietas institucionales, Ravelo pone el acento en “cambiar las estructuras mentales que conciben a las mujeres como objetos o fuentes de placer”. Y reclama más espacio en el sistema educativo, “para generar una cultura de inclusión, respeto e igualdad”, así como poner el fondo en “atender a los hombres, dese el colegio a las instituciones de salud”.

A las pocas horas de conocerse el crimen, en el momento de mayor indignación, durante su conferencia de prensa diaria, López Obrador achacó lo sucedido a la moral individualista y al pensamiento conservador. Una respuesta reduccionista que ha irritado todavía más a una sociedad que cada día traspasa un nuevo lítmite. “Si hubieran sido sus hijos, si les hubieran arrebatado a ellos lo que más querían, ya le digo que hubieran movido cielo, mar y tierra. Pero nosotros, los pobres, no tenemos quien nos ayude”, le responde Malena Antón, unas horas antes del entierro de su hija.