Reconstrucción del cráneo del buque 'La Belle' en el museo Bullock de Historia del Estado de Texas. BTSHM

Unas 400 personas acudieron un martes al entierro de un hombre del que nadie sabía su nombre. Fue el 3 de febrero de 2004, en el tranquilo Cementerio Estatal de Texas, en Austin (Estados Unidos). Era un muerto sin identificar, pero en algún momento todo el mundo empezó a llamarle Bob. Su ADN empieza ahora a revelar quién era realmente.

Cuando estaba vivo, aquel desconocido se subió a un barco al otro lado del Atlántico, en el puerto francés de La Rochelle, el 24 de julio de 1684. Una flota de cuatro navíos, con 300 hombres y contadas mujeres a bordo, zarpó aquel día de la costa de Francia con una misión encomendada por el rey Luis XIV: establecer una colonia francesa en el golfo de México y espiar las minas españolas de plata para preparar una futura invasión. Al mando de la expedición iba Robert Cavelier, un explorador francés de 43 años. Casi nadie regresaría con vida a su casa.

El primer barco, el Saint-François, fue abordado por corsarios y jamás tocó tierra en América. El segundo buque, el Aimable, encalló y quedó destruido cerca de la costa de Texas. La tercera nave, el Joly, con la tripulación diezmada, emprendió la vuelta a Francia, dejando a Cavelier con un solo navío y un puñado de hombres acampados en la bahía texana de Matagorda. A comienzos de 1686, una tempestad hundió el último barco de la flota enviada por el Rey Sol: el La Belle. A bordo estaba Bob. Nadie le volvió a ver hasta tres siglos más tarde.

En el verano de 1995, los buzos de la Comisión Histórica de Texas se zambulleron en las aguas poco profundas de la bahía de Matagorda para rastrear una pista. Su magnetómetro había detectado una anomalía, quizá causada por objetos metálicos en el fondo del océano. Tras varias inmersiones, los submarinistas encontraron un cañón de bronce asomando por el suelo arenoso. Allí abajo, increíblemente bien conservado, estaba el navío La Belle. Era una cápsula del tiempo del siglo XVII.

Los arqueólogos levantaron una muralla de acero alrededor de la nave naufragada y bombearon el agua marina hacia el exterior. Durante meses, trabajaron excavando el barco en seco, dentro de una insólita estructura clavada en medio del océano. En las tripas del navío encontraron los ingredientes necesarios para fundar una colonia: tres cañones con cientos de bolas, una pistola giratoria montada en la cubierta, 30 mosquetes, nueve bombas incendiarias, docenas de hachas de hierro, espadas, crucifijos, anillos jesuitas, barriles de vino, botellas de brandi, miles de cuentas de vidrio para comerciar y así hasta casi dos millones de artefactos. Y, en la proa del barco, sobre la soga del ancla, el esqueleto completo del hombre desconocido, con los huesos cubiertos de percebes. Dentro del cráneo todavía estaba su cerebro.

“Conocemos unos pocos nombres de las personas que estaban en el barco en el momento del naufragio. Y sabemos qué pasó con ellos”, explica Brad Jones, el arqueólogo jefe de la Comisión Histórica de Texas, una agencia estatal dedicada a la conservación del patrimonio. El esqueleto encontrado es un enigma. A su lado, recuerda Jones, apareció un tazón, con un nombre grabado: C. Barange. Es un apellido presente en Francia y en España. En la provincia de Barcelona hay 186 personas que se apellidan Barangé, según el Instituto Nacional de Estadística.

“Sin embargo, este nombre no aparece en ninguno de los registros escritos [de la expedición] que hemos descubierto hasta ahora, así que no sabemos si era su nombre o, simplemente, el tazón era de otra persona. En otras palabras: no sabemos quién era, solamente quién no era”, admite el arqueólogo. Una réplica del cráneo de este hombre desconocido, realizada antes de su entierro en 2004, se expone hoy en el museo Bullock de Historia del Estado de Texas, en Austin, junto a los restos auténticos del La Belle.

Para intentar resolver el enigma, el equipo de Jones ha recurrido a forenses: los del grupo de Angie Ambers, una experta de la Universidad de New Haven que ya ha identificado restos humanos de la guerra civil estadounidense y de la Segunda Guerra Mundial. Su laboratorio ha analizado ahora muestras de ADN del esqueleto del La Belle, pero también de un peroné encontrado entre la carga del navío. Y hay sorpresas.

Los primeros resultados, publicados en la revista especializada Forensic Science International, sugieren que había un polizón en el barco. El ADN del peroné muestra un patrón característico de los pueblos nativos americanos. Y el material genético también indica que el hueso perteneció a un hombre que muy probablemente tenía los ojos marrones y el cabello negro. “¿Cómo acabó un indígena americano adulto en un barco francés hundido?”, se preguntan los científicos.

El peroné de un polizón y el ADN del esqueleto
Cuando el La Belle se fue a pique, el capitán Robert Cavelier estaba en tierra. Algunos de sus hombres se amotinaron meses más tarde y lo asesinaron con un disparo a quemarropa, el 19 de marzo de 1687. Uno de los supervivientes de la expedición, el soldado Henri Joutel, acabó regresando a Francia. Su diario cuenta que en la tripulación había un indígena, llamado Nika, pero este hombre no puede ser el dueño del peroné, porque fue asesinado junto a Cavelier. “Lo más probable es que los restos sean de un indígena karankawa local que estuviera rebuscando en el barco naufragado, se quedara atrapado y muriese”, señalan los científicos en su estudio.

El cromosoma Y de Bob es muy frecuente de la costa atlántica de Francia, pero también habitual en Cataluña, el País Vasco, Gales, Irlanda y las Tierras Altas de Escocia

La Ley de Protección y Repatriación de Tumbas de los Nativos Americanos obstruye la realización de más análisis del peroné, así que los investigadores se han centrado en el misterioso esqueleto completo. Su ADN muestra que él sí era un hombre europeo. “Informalmente, le empezamos a llamar Barange, por el tazón que estaba a su lado, pero no estamos seguros de que fuera suyo”, explica el arqueólogo Brad Jones. “En Palacios, el pueblo portuario donde estaba nuestro laboratorio, le llamaban todos Bob”, reconoce.

El análisis genético de Bob revela que su tipo de cromosoma Y está presente en el 80% de la población de la costa atlántica de Francia, pero también es habitual en Cataluña, el País Vasco, Gales, Irlanda y las Tierras Altas de Escocia, según los autores. “Ahora que tenemos una buena muestra de ADN, podemos explorar otras formas de encontrar a sus descendientes”, apunta Jones. El apellido Barangé es “una de las principales pistas”, así que los investigadores no descartan comparar el ADN de Bob con algunos de estos posibles descendientes de Francia y España.

“Este estudio muestra la sensibilidad de los actuales métodos forenses para recuperar ADN de restos humanos en yacimientos arqueológicos”, aplauden los autores. Cuando apareció el esqueleto en el La Belle, en 1995, el estudio clásico de los huesos permitió calcular que aquel hombre tenía unos 40 años y medía unos 160 centímetros. El análisis de su ADN abre ahora la posibilidad de poner un nombre en su lápida.