Dos hombres se refrescan en una fuente de Bruselas, cerca del Atomium, este miércoles. FRANCISCO SECO AP

Hace unos minutos el consultor italiano Gianfranco Dell’Alba conducía su Citroën por el barrio europeo de Bruselas. Ahora lo observa consumirse entre llamas mientras la columna de humo frente al edificio de la Comisión Europea alimenta la temida tesis terrorista. El comando en este caso tiene solo dos miembros: un coche con problemas de ventilación y un sol ardiente como nunca antes en Bélgica. El motor dejó de funcionar y cuando lo vio teñir el aire de oscuro en la antesala de las llamas, lo abandonó a su suerte junto al gran centro de poder europeo.

El suceso no fue casual; 40,6 grados pueden ser la cotidianeidad veraniega en algunos países del Sur, pero para Bélgica supone batir, por segunda jornada consecutiva, el récord histórico. Sus ciudadanos no son del todo ajenos al sol. Sobre todo porque están entre los más entusiastas compradores de viviendas en la costa española, y las cifras dicen que adquieren una casa en España cada dos horas. Pero en su territorio están más acostumbrados a las pastillas de vitamina D para paliar la ausencia de sol que a la canícula.

Lo inhabitual de la situación ha llevado a las autoridades a habilitar zonas de baño, interrumpir la actividad de centrales hidroeléctricas, prohibir fumar en algunas zonas por temor a incendios, abrir los edificios públicos a los que quieran refugiarse en ellos e incluso hacer concesiones hasta ahora vedadas. El personal de la empresa pública de transportes de Bruselas podrá vestir pantalón corto excepcionalmente hasta el viernes. En un país donde las casas apenas cuentan con aparatos de aire acondicionado y parte de la flota de tranvías tampoco, la reivindicación recabó el año pasado casi 2.000 firmas sin éxito.

Entre los funcionarios de las instituciones comunitarias la informalidad no llega tan lejos, pero uno de ellos reconoce que en vacaciones hay cierta relajación y la corbata pierde adeptos.

“En Mallorca hace 31 grados y aquí estamos a 40”, lanza sorprendida Yasmine Elfonty, de 17 años, poco después de tomarle una fotografía a su prima Asma, de 38, con el decorado de postal que ofrece el Mont des Arts. Echar de menos el frescor de España no es habitual cuando viajas a Bélgica en verano. “Nunca he bebido tanta agua como hoy, llevo unos tres litros”, dice Asma con asombro.

Unos metros más allá, en el epicentro turístico de la Grand Place, las tradicionales chocolaterías tiritan por la falta de clientes. “Esta mañana hemos tenido 13, cuando la media es de 40 o 50”, explica una dependienta, Bhavisha Mahtani, malagueña de origen indio de 24 años. “No sé si es porque no apetece o porque se derrite más fácilmente”, reflexiona. Al vendedor de una camioneta de gofres, otro de los productos señeros belgas, no le va mejor. “Solo vendo helados, si me pongo a hacer gofres la temperatura sube a 70 grados aquí dentro”, lamenta.

Quienes no carecen de parroquianos son los principales museos de Bellas Artes de la ciudad, que ofrecerán hasta este viernes la entrada gratis a los mayores de 65 años para que recorran sus salas climatizadas. “Teníamos planeado venir de todos modos, pero me parece una buena iniciativa. Magritte siempre te sorprende”, dice Marcelle Schippers, bruselense de 90 años, que visita el museo por segunda vez y camina por la sala señalando pinturas entusiasmada junto a su marido Pierre Polotto, de 89.

Clima ‘español’
En el país del surrealismo que tanto cultivó Magritte, el calor ha dado pie a iniciativas imaginativas. Una de ellas, con más de 20.000 inscritos en Facebook, llamaba a pasar la noche en la sección de congelados de un supermercado. Rápidamente, la competencia copió la idea y lanzó su propio evento sin tanto éxito. Ambos bromas reconvertidas en foros donde quejarse juntos del calor extremo.

Panda Chmimska, guía turística de 37 años nacida en Polonia, no parece bromear cuando dice que dormirá en la playa. La noche anterior se escapó junto a sus compañeros de piso a un parque ante el insoportable calor de su casa. Mientras yace en el césped exhausta a las tres de la tarde después de dos horas relatando los encantos de Bruselas a cuatro turistas, enumera su fórmula mágica para estos días. “Más agua. Nada de patatas fritas, nada de albóndigas, y nada de cerveza”.

Bélgica vive tiempos insólitos. O como dice Diego Velázquez, corresponsal del diario Luxemburger Wort al hilo de la investidura fallida de Pedro Sánchez: “Clima español en Bélgica, política belga en España”.