Barack Obama saluda a Mark Zuckerberg en un evento en Stanford en 2016. JEFF CHIU AP

Una persona adulta toma unas setenta decisiones cada día o 3.500, dependiendo de la fuente. Pero es indudable que, dependiendo del empleo que desempeñe, esa carga decisoria puede crecer mucho. Hasta agotarla por completo. Un cansancio que no es físico, sino mental, y que muchas veces ni notamos. Es lo que llaman fatiga decisoria o de decisión, un concepto que ha tenido mucho éxito en los últimos años. Según esta idea, tendríamos una capacidad limitada para tomar decisiones que se iría agotando, como cuando hay que elegir película a la hora de cenar. Y ese deterioro nos lleva a elegir sin la debida reflexión, con el piloto automático, cuando llega el agotamiento. Por esa razón, personalidades como Barack Obama, Mark Zuckerberg y Steve Jobs vestían prácticamente igual a diario, para ahorrarse una decisión y así mejorar su rendimiento a lo largo del día. Pero todo esto está en entredicho.

No obstante, a las pruebas científicas de la existencia de este fenómeno se suma ahora un nuevo estudio, realizado entre médicos de atención primaria en dos estados de Estados Unidos (Pensilvania y Nueva Jersey) que atendieron a unos 50.000 pacientes elegibles para realizarse una mamografía o una colonoscopia. A medida que avanzaba la mañana, las posibilidades de que el médico mandara estas pruebas a sus pacientes se iban reduciendo hasta la hora del almuerzo. Justo después de esa pausa los datos volvían a recuperarse por un momento, pero luego descendían de nuevo en picado hasta la última hora de la tarde, en que era mucho menos probable que se recomendara un examen que a primera hora de la mañana: del 64% al 47%. Los investigadores descartan que sea por falta de tiempo.

El estudio, que publica la revista JAMA, concluye que la fatiga decisoria ha ido erosionando la capacidad de esos médicos, que tras cada paciente se acercan más a la opción más fácil: no mandarles nada. “A medida que avanza el día, los facultativos presentan menos probabilidades de plantearle un cribado de cáncer a sus pacientes simplemente porque ya lo han hecho (y han tomado otras decisiones) varias veces”, asegura el estudio

Este caso es muy parecido al experimento natural registrado hace una década por investigadores de la Universidad Ben Gurion con jueces de Israel. Cuando les tocaba revisar la puesta en libertad condicional de los presos, las posibilidades de que la concedieran iban reduciéndose drásticamente a lo largo de la jornada: del 65% a prácticamente 0% justo antes de comer. Cuando están cansados de decidir, la opción fácil es no conceder la libertad. No se trata de simple cansancio físico, o los datos de estos jueces no serían exactamente iguales en el turno de mañana y de tarde. Este agotamiento mental también se ha registrado en distintos estudios en el ámbito sanitario: los profesionales de la enfermería toman peores decisiones, en las consultas se recetan más antibióticos y opiáceos innecesarios, se lavan menos las manos y se reducen las vacunaciones contra la gripe. También influye en los errores de diagnóstico radiológico y en las biopsias que ordenan los dermatólogos.

En territorios más mundanos, se ha observado este comportamiento en la elección de complementos en la venta de coches (las últimas elecciones serán las más caras); en futbolistas agotados mentalmente que tomarán peores decisiones, y en los clientes de IKEA, incapaces de hacer planes después de ir de compras por sus laberintos decidiendo entre esta funda o aquel vaso. A partir de estas observaciones en la vida real, los psicólogos se lanzaron a estudiar el fenómeno en el laboratorio, generalmente con estudiantes usados como conejillos de indias, a los que sometían a pruebas mentales más o menos exigentes para ver cómo se desenvolvían después.

Del éxito a la controversia
La fatiga de decisión forma parte de un marco psicológico establecido por Roy Baumeister: el agotamiento del ego. Básicamente, esta idea viene a sugerir que la fuerza de voluntad y la capacidad de autocontrol son finitas, se agotan. Si pasamos toda la tarde rechazando una tentación (una caja de bombones en el trabajo) es probable que al llegar a casa pequemos de algún modo. O que después de resistirnos a innumerables caprichos en los pasillos del súper cojamos la chocolatina que con toda intención está expuesta junto a la caja. Hace unos años se ligó esta pérdida de energía decisoria a la glucosa: tomarla provocaba un subidón del autocontrol. Numerosos experimentos en laboratorio mostraban sus efectos: los estudios encajaban y la teoría ganaba peso. “Los mejores decidiendo son aquellos que saben cuándo dejar de confiar en sí mismos”, acuñó Baumeister. El propio concepto de fatiga decisoria saltó a la fama en 2011 en un popular artículo de John Tierney en The New York Times, que resumía las ideas de su bestseller sobre la fuerza de voluntad, escrito precisamente junto a Baumeister.

Pero los experimentos que la psicóloga Carol Dweck, especialista en motivación, comenzó a realizar a comienzos de esta década ponían muchas pegas a este concepto. Dweck y su equipo descubrieron que el autocontrol no era un elemento limitado que se agota y recupera con glucosa. Si alguien piensa que la fuerza de voluntad es algo biológicamente limitado, es más probable que se sienta cansado cuando realiza una tarea difícil. Y si no lo ven así, el deterioro no se da de ese modo ni les hace falta recurrir a la glucosa, según el trabajo de Dweck. “Cuando tienes un concepto limitado de la fuerza de voluntad, estás constantemente alerta, vigilándote constantemente. ‘¿Estoy cansado? ¿tengo hambre? ¿necesito un descanso? ¿cómo me siento?”, explica la investigadora de Stanford. “Y a la primera señal piensas: ‘Necesito un descanso”, añade.

Y entonces llegó el terremoto, un seísmo que se ha llevado por delante buena parte de la psicología: la crisis de replicabilidad. Es un problema general de la disciplina, de estudios y experimentos poco robustos, algo sesgados y forzados y cuyos resultados nadie es capaz de repetir, que golpeó de lleno al agotamiento del ego. Ahora está completamente en entredicho, después de que varias revisiones realizadas entre 2014 y 2016 tumbaran la validez de este fenómeno. La fuerza de voluntad no sería finita y no se erosiona ni se recupera como habían planteado Baumeister y otros muchos psicólogos en experimentos que ahora han perdido su valor.

Y entonces llegó la crisis de replicabilidad: un problema general de la psicología, con estudios y experimentos poco robustos, que golpeó de lleno al agotamiento del ego

Uno de los investigadores que con más afán ha estudiado el fenómeno es Michael Inzlicht, de la Universidad de Toronto. “El agotamiento puede ser real, pero no podemos confiar en los estudios de laboratorio que han apoyado la idea”, explica Inzlicht. En esa frase resume la gran paradoja de su último estudio sobre este fenómeno, recién publicado: “Hay ejemplos reales de la fatiga de decisión, el fenómeno podría ser legítimo, pero no podemos confiar en la literatura científica sobre el tema. Es un estado de cosas extraño y triste”, lamenta. Todos esos casos explicados más arriba de médicos, jueces y consumidores que flaquean pueden ser reales, pero no sabemos por qué sucede.

Por tanto, es cuando menos ingenuo pensar que podemos manejar a nuestro antojo este controvertido fenómeno de la fatiga decisoria. “La idea está en entredicho, posiblemente incluso sea inexistente”, insiste el psicólogo. Como explican él y sus colegas en su estudio, el autocontrol se desvanece no porque las personas pierdan energía, sino quizá porque experimentan un cambio en su motivación: ya no quieren seguir haciendo lo que deben, sino lo que quieren, y activan el piloto automático. Entonces, ¿el truco de productividad de Obama y Zuckerberg es inútil? “Posiblemente”, afirma Inzlicht. “Si no disfrutas eligiendo ropa, entonces podrías considerar que es un lastre. Pero si te complace hacerlo, no debería afectarte; incluso podría ayudarte si aumenta tu estado de ánimo”, zanja.