Cristiano Ronaldo durante el partido ante la Fiorentina en el que la Juventus se proclamó campeón de la Serie A. LUCA BRUNO AP

Ha pasado una temporada desde uno de los momentos más controvertidos en la historia del Real Madrid, con abundantes consecuencias en el tablero del fútbol. En menos de una hora, el Real Madrid sacrificó su tercer título consecutivo en la Liga de Campeones por un destino incierto para el equipo, el entrenador y algunos de sus mejores futbolistas. Y para el club.

La celebración se apagó un minuto después de la victoria sobre el Liverpool en Kiev. Cristiano declaró sobre el césped que no era feliz y nadie lo tomó como un brindis al sol. Se dio por hecha su salida y hasta se señaló su próximo destino: la Juve. A Cristiano le arrebató el corazón y el ego la espontánea ovación de la hinchada italiana a su magistral chilena en Turín.

Pocos minutos después, empujado por sus dos goles, Gareth Bale sufrió un ataque de importancia y reclamó la titularidad que Zidane le había comenzado a negar. O eso, o habría que atenerse a las consecuencias. Fue un desafío en toda regla al entrenador, que rechazó inmediatamente la renovación de su contrato.

Lo que sucedió en Kiev no tiene parangón en el fútbol. No se recuerda un éxito tan grande y tan mal gestionado. Una semana después, Cristiano estaba en la Juve, Zidane se tomaba un tiempo sabático y Gareth Bale ascendía por decreto a la condición de líder y garante de los goles que nunca más marcaría Cristiano Ronaldo en el Real Madrid. Como fantasía, tenía sentido. Como realidad, era una invitación al desastre.

Se ha impuesto la realidad, como no podía ser de otra manera. Gareth Bale ha funcionado peor que nunca. Puede resolver un partido aquí y allá, pero no tiene ni madera, ni voluntad de líder. Su fracaso ha coronado las abundantes decepciones del equipo y las extravagantes decisiones del presidente y sus asesores. Los 100 millones del traspaso de Cristiano Ronaldo se invirtieron en fichar a Courtois, Odriozola y Mariano. Produce perplejidad pensarlo, pero así ocurrió.

Hace más de un mes que el Real Madrid terminó la temporada, antes de embarcarse en el desangelado trámite de partidos que no interesan a casi nadie. Se suponía que la ausencia de Cristiano Ronaldo le resultaría muy gravosa al equipo, y así ha sido, aunque algunos insensatos se atrevieran a valorar sus 450 goles como si fueran calderilla.

Si el efecto de la salida de Cristiano se intuía, había curiosidad por medir su rendimiento en la Juve, donde se consideró que el delantero portugués era la respuesta perfecta a las frustraciones en la Copa de Europa. Pues bien, a la Juve le sucede lo mismo que al Real Madrid. Su temporada ha terminado, con mejor nota —ha ganado su octava Liga consecutiva—, pero con el equipo destruido en la Liga de Campeones, aplastado por el brillante y desacomplejado Ajax de estos días.

Hay derecho a pensar que el Real Madrid y la Juve no han cumplido con las expectativas que pivotaban alrededor del traspaso del jugador portugués. Uno no ha ganado nada y el otro equipo ha logrado lo de siempre. Sin embargo, el prestigio de Cristiano no ha sufrido el menor rasguño. Cerca de los 35 años, puede pedir que le registren. Ha marcado muchos goles y, sobre todo, los ha conseguido en los partidos cumbre, contra el Atlético y el Ajax, por ejemplo. El problema no ha estado en Cristiano Ronaldo, sino en la Juve. No le alcanza con los goles de su estrella. Necesita aggiornarse en todas las líneas. La Juve tiene un aire algo revenido, gastado, un no sé qué de etapa acabada que recuerda a este Real Madrid