Un canguro del zoo de Adelaida bebe de un cuenco hecho de hielo el pasado 24 de enero, durante la ola de calor. HANDOUT AFP

Adelaida, en el sur de Australia, alcanzó los 46,6º de temperatura la semana pasada. Nunca antes desde que hay registros, esta ciudad había pasado tanto calor. Mientras, el miércoles pasado, la ciudad de Chicago (EE UU) pasó más frío que nunca: -27º, que rozaron los -50º en sensación térmica debido al gélido viento. El servicio meteorológico estadounidense llegó a recomendar no respirar demasiado si se estaba en la calle. Entre ambas ciudades hay 16.000 kilómetros de distancia y una está en pleno verano y la otra en lo peor del invierno. Sin embargo, ambos fenómenos podrían tener un nexo común: el cambio climático, que está aumentando la frecuencia e intensidad de los eventos climáticos extremos.

Australia, en particular las regiones del sur, tienen un clima tan mediterráneo como el de España. Por eso no es raro que tengan sus propias olas de calor durante el verano austral, con sus episodios de sequía e incendios. Pero este año se están batiendo todos los registros. En Port August, a unos 300 kilómetros de Adelaida, marcaron la mínima más alta de la historia del país, con 24,6º. Pero más al norte, en la templada Nueva Zelanda también están pasando mucho calor. Con un clima que recuerda al de las Islas Británicas, en varias ciudades de la isla del sur han rozado los 35º durante varios días.

Mientras, en la mayor parte de Canadá y la región central del EE UU están sufriendo la entrada de aires muy fríos desde el Ártico en un fenómeno ocasional llamado vórtice polar. En condiciones normales, esta gran área de bajas presiones y aire extremadamente frío gira sobre el círculo polar, con fuertes vientos en sentido contrario a las agujas del reloj que retienen el frío alrededor del polo. Sin embargo, en ocasiones, la intrusión de masas de aire cálido desde el sur puede interferir en este proceso, como rompiendo el circuito y desparramando el frio por el sur.

Aunque no hay una conexión evidente entre ambos eventos, recientes estudios han señalado que, a medida que el planeta se calienta, el clima se está volviendo más extremo. Un informe del Consejo Europeo de Academias de Ciencia, publicado el año pasado, mostraba cómo las olas de calor y las sequías se habían multiplicado casi en un 40% desde 1980, con un porcentaje algo inferior en olas de frío. Estas cifras, según sus estimaciones, podrían triplicarse a finales de siglo.

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Evolución de distintos eventos extremos desde 1980. MUNICHRE NATCATSERVICE
Sin embargo, los humanos parece que no aprenden. En una encuesta publicada el año pasado a una muestra de población estadounidense, en la que una cuarta parte había vivido al menos un vórtice polar o un huracán y casi la mitad una sequía en los últimos cinco años, los resultados mostraron que la responsabilidad del cambio climático de estos eventos dependía de la ideología y las creencias de los entrevistados.

El investigador de la Universidad de Exeter y coautor del estudio, Ben Lyons, decía entonces en una nota: “Los eventos extremos desempeñan un papel limitado en la formación de las creencias de las personas sobre el cambio climático. En cambio, sus ideas y creencias pueden alterar cómo ellas perciben el tiempo. Hemos visto que, cuando un evento climático extremo es ambiguo, como un vórtice polar o una sequía, lo más probable es que la gente lo vea a través de su prisma partidista. Si hay dudas, se sienten más cómodos aplicando sus etiquetas preferidas”.